El Salvador
sábado 16 de noviembre de 2024

Logró salir de la pandilla pero cayó por abusar de sus hijas

por Redacción


El expandillero de la Mara Salvatrucha aprovechaba cuando su esposa hacía los comprados o vendía comida típica frente a su casa para abusar de sus propias hijas

Que alguien logre salir (con vida) de la pandilla podría considerarse un milagro, pero que la pandilla salga de ese alguien es casi imposible. Eso pasó con Roberto Melara (*), exmiembro de la Mara Salvatrucha (MS) que logró desligarse de esa estructura a los 20 años y hacerse de un trabajo y una familia normal.

A pocos años de separarse de la pandilla bajo el cobijo de una iglesia evangélica, Roberto se casó con Lucia (*), quien desde hacía tres años era su novia y le pedía constantemente que se alejara del mundo del crimen. Tuvieron dos hijas, Wendy y Rocío, con tres años de diferencia y con ayuda de la madre del expandillero consiguieron alquilar un cuarto en la colonia Monserrat, en San Salvador donde vivieron hasta que las niñas cumplieron cinco años.

Con los trabajos temporales que Roberto lograba conseguir juntaron el dinero suficiente para comprar una casa pequeña, con ayuda del Fondo Social para la Vivienda (FSV), en la colonia Las Margaritas, en el municipio de Soyapango. Allá nació la tercera hija. Para entonces el retraso mental de Rocío ya era evidente y pensaron en darle un cuidado especial por lo que la madre se acomodó a no tener un trabajo formal y mejor cuidar a su hija hasta que estuviera grande. Mientras, Roberto hacía las veces de un padre ejemplar y donaba todo su salario a las necesidades de la casa.

Pero un día, según reza el expediente judicial del caso, a casi ocho años de vivir en la nueva casa, las necesidades fueron superiores y los escasos ingresos se iban como agua entre los dedos en un abrir y cerrar de ojos. Sumado a esto, las niñas estudiaban en una escuela lejana, por lo que la familia decidió regresar al cuartito que su madre les había conseguido en la casa de la colonia Monserrat.

Nuevamente instalaron en el pequeño cuarto la cama matrimonial de dos metros, una colchoneta, la cocina y las sillas plásticas que servían de comedor aunque no tuvieran mesa donde poner los platos, nada que no hubieran vivido ya, pero entonces las cosas cambiaron.
Las infidelidades entre ambos habían agrietado la relación familiar; Roberto no lograba mantener un trabajo por más de tres meses y su mujer optó por tomar como trabajo el cuidar a un tío suyo de avanzada edad que estaba enfermo, por lo que pasaba todo el día fuera de casa, aunque más tarde terminó poniendo una venta de comida típica (yuca, pasteles, etc.) en la puerta de la casa.

Fue así como a Roberto le quedó el tiempo necesario, para maquinar sus pensamientos planear el constante y esquemático acoso contra dos de sus propias hijas que para entonces tenían entre 10 y trece años, según los documentos judiciales del caso.

Primero empezó con Wendy, la mayor, a quien con mentiras de jugar con ella la aventaba a la colchoneta y la tocaba. Su hija, al sentirse aterrada por lo sucedido empezó a decirle que no lo hiciera, que recordara que él era su padre, pero Roberto se desentendió y le advirtió que no dijera nada o se iba a arrepentir.

Para entonces, de acuerdo con las declaraciones de la víctima ante el juez, a Wendy no solo la acosaba su padre sino también un pandillero del Barrio 18 que la esperaba a la salida de la escuela para atacarla con palabras obscenas e incluso tocándola de sus piernas cuando pasaba cerca.

Al ver esto, Roberto, su padre, le advirtió a Wendy varias veces que no la quería ver cerca de ese pandillero “contrario”, y le repitió que no se atreviera a contar lo que él le hacía estando solos en su casa.

Los abusos también ocurrieron con Rocío, su hija menor quien tiene un leve retraso mental. Pero no fueron descubiertos hasta una tarde de enero de 2010, cuando luego de una noche de abusos, las niñas confesaron a su madre que “ya no aguantaban” los abusos de su papá. Lucía, indignada y enfurecida, decidió tomar a sus hijas y marcharse de la casa sin decir nada por temor a que Roberto buscara refugio en la pandilla y tratara de hacerles daño.

Pasaron cinco años de constantes acosos del expandillero a sus hijas en las calles, en especial a Wendy, a quien seguía espiando y tratando de controlar en la escuela, hasta que Roberto pidió ante un juzgado de familia que le permitieran llevarse a su casa. Fue entonces cuando Lucía se atrevió a confesar las verdaderas razones por las que, desde que se separaron, nunca más dejó a sus hijas a solas con su padre.

La jueza le ordenó que denunciara a finales de noviembre de 2014 y luego de un largo proceso judicial, este martes 10 de noviembre terminó siendo condenado a pagar 24 años de cárcel por el delito de Agresión Sexual contra menor incapaz con el agravante de que las víctimas fueron sus propias hijas.

Sentado en el banquillo de los acusados, la voz ronca de Roberto resuena en los megáfonos de la sala 2-B mientras intenta describir los hechos a su favor y mira desconsolado por última vez a sus hijas que salen por la puerta de los testigos para no verlo más. El expandillero escucha la sentencia con las manos entre las piernas y agacha la cabeza.

*Nombres y lugares han sido cambiados con el objetivo de salvaguardar la identidad de las víctimas.