Cuando, a eso de las nueve de la noche, a casi un año de haber salido de la cárcel, Walter Geovany Guardado, alias Anguila, entró al cuarto de su hija, cuchillo en mano, y bajo amenaza empezó a violarla, ya sabía perfectamente bien que el Barrio 18, su barrio, no perdona ni olvida.
Por eso fue que, después de abusar de la pequeña Josseline, de 14 años, le dijo que se fuera a bañar, y que cuidadito con denunciar con la Policía lo que le había hecho, porque si eso pasaba y lo metían preso, “los otros perros se van a encargar de matarte a vos y a tu mamá”, le dijo. También le ordenó que recogiera las sábanas manchadas de sangre, las metiera en una bolsa plástica y las dejara en el patio hasta que pasara el camión de la basura. Pero se equivocó.
Los abusos habían comenzado recién salió del penal y volvió a su casa, en el municipio de San Martín, en San Salvador. El Anguila le tocaba los pechos y los genitales constantemente a su hija Josseline, y esta, asqueada, se reprimía el vómito y las quejas porque sabía que su padre era pandillero de la 18, y que no se tentaría el corazón para matarla a ella y a su mamá, juntas, si se daba cuenta que lo habían denunciado. Pero la violación fue el estallido de la lava que le venía naciendo entre el pecho y la espalda.
El ruido de la regadera despertó a Cecilia, la madre de Josseline, y se levantó a preguntarle que qué pasaba, que por qué se estaba bañando tan noche. La hija no contestó con la verdad. Simplemente le dijo que tenía calor, y que la disculpara por hacer tanto ruido.
Sin embargo, pasados unos minutos y después de salir del baño, Cecilia convenció a su hija de que le contara lo sucedido. Josseline relató cómo su padre entró a su cuarto vistiendo solo un bóxer y con un cuchillo en la mano. Que la empezó a tocar y ella le dijo, llorando, que por qué hacía eso, que la dejara, que ella era su hija.
Uno a uno, Josseline fue contando los detalles del abuso a su madre y lloró sobre su hombro. Pasó la noche y se durmieron entre la congoja que deja el miedo a la impunidad de la pandilla.
Al siguiente día el Anguila les hizo desayunar amenazas claras. Sin tapujos dejó claro sabía bien que su delito no era ningún secreto ya entre ellas. Eso sí, volvió a advertir que “los perros”, al referirse a los demás pandilleros de la zona, ya tenían órdenes de matarlas si se daban cuenta de que lo habían metido preso por culpa de ellas. También les dijo que tenían prohibido salir de la casa, y que si lo hacían las mataba.
Pasaron los días y no salieron de la casa. Secuestradas por su propio padre y esposo. Pandillero. Permanecieron sin poder hablar con nadie hasta que un 8 de junio de 2014, en un descuido del Anguila, Cecilia llevó a su madre hasta la cede de Ciudad Mujer del municipio de San Martín y denunció a su marido.
Orden administrativa en mano girara por la Fiscalía, tres agentes de la Policía Nacional Civil (PNC) llegaron a las 4:35 de la tarde a la casa donde se encontraba el Anguila y lo esposaron, le leyeron una retahíla de derechos y le dijeron que se podía quedar callado porque en ese mismo momento sería llevado a prisión. Entonces los papeles cambiaron.
***
La humedad del aire en las celdas donde no llegan nunca los rayos del sol se mezclaba con el frío de la noche en las bartolinas de Soyapango, el día 19 de junio de 2014. Adentro de la celda número tres estaban reunidos seis palabreros junto a más de una docena de soldados. En esa misma celda estaba Argentina, el testigo clave que contó esta historia a la PNC.
El Taz, Misión, El Bunker de Soyapango, El Ploky, y El Come-güistes, todos palabreros la pandilla, estaban al fondo de la celda, cerca de los baños, y decidieron hacer ruido para que los policías no escucharan lo que estaban planeando. Entonces le ordenaron al Scrapy, El Buba, El Pony, al Gasper, y a otros pandilleros recluidos en la misma celda que “hicieran desvergue”.
Los seis primeros se fueron a reunir al baño, y El Ploky se centó al centro. Fornido, moreno, enseñando sus tatuajes alusivos a la pandilla y el pelo parado, se sacó un teléfono de la bolsa y tecleó unos números.
-Qué ondas, perrito. Mirá, decile al Seco que él ya sabe bien qué hacer, y que dice El Payaso que si no lo hace le va a volar la cabeza – decía el Ploky, en tono amenazante, mientras los demás lo veían, serios.
Terminó de dar indicaciones a su interlocutor y en seguida se pusieron a hablar de algo diferente. Entonces Taz le dijo a misión que trajeran al “nuevo invitado” y el Come-güistes salió del baño a hacerle señas a los otros pandilleros para que se acercaran.
El Gallo, El Mula, El Bunker de Cumbres, El Piocha, El Pata, y otros más se sumaron al grupo de, en total, 22 pandilleros. Atrás venía Misión y traía al Anguila jalado de los pelos. “A este lo traen porque violó a la hija”, dijo uno, aunque nadie supo de dónde salió esa voz.
Taz ordenó de nuevo que la horda de pandilleros hiciera ruido para que no se escuchara lo que iban a hacer. El primero en agarrarlo fue El Buba. Él le agarró una mano, y El Gallo la otra. Los demás se repartieron el torzo y las piernas, pero El Come-güistes le logró el cuello, según relata Argentina en el expediente judicial del caso.
Lo metieron al baño, lo hincaron y le amarraron al cuello un lazo “artesanal” que los reclusos habían hecho con bolsas plásticas trenzadas y le recordaron que “la pandilla no perdona”, y que él había roto una regla: No se permite violar a la misma familia. Cuarenta y cuatro pies empezaron a hacerle llover patadas al Anguila mientras Taz y El Misión le socaban cada vez más el cuello hasta ahorcarlo, cuando eran pasadas las nueve de la noche, la misma hora a la que violó a su hija días atrás.
Cuando el cuello empezó a sangrar, uno de los pandilleros dijo que había que parar, que este ya estaba muerto, y lo dejaron ahí, tirado. Entonces la discusión de los reclusos fue qué hacer con el cuerpo, hasta que El Gallo se ofreció para lavar el cuerpo con un poco de agua y ponerle un suéter suyo, uno amarillo, y sacarlo del baño.
-¡Hey, hay un enfermo! – gritó un pandillero desde el fondo de la celda tres de las bartolinas de Soyapango.
-¡Nombre! A este lo han golpeado – dijo el policía, acercándose al cuerpo y alumbrando con una lámpara.
-Nombre, Charlie, se cayó de la nube del baño – respondió El Gallo, señalando la hamaca que estaba colgada cerca del inodoro.
Dos agentes más se acercaron para sacar el cuerpo del Anguila hasta cerca del escritorio de la delegación y llamaron a Medicina Legal para que procesara la escena.
El proceso judicial duró más de un año y finalizó el pasado miércoles 28 de octubre de 2015, luego de que, repentinamente, el testigo clave Argentina, cambiara toda la versión de los hechos y asegurando ya no recordar nada, por lo que el juez decretó que El Gallo, principal acusado de cometer el homicidio y los demás pandilleros involucrados, queden absueltos de este delito, aunque tendrán que pagar los otros por los que ya se encontraban recluidos en las bartolinas de Soyapango.