El Clinton viene corriendo sobre la acera de la calle con una pistola nueve milímetros en la mano y de pronto se encuentra con una patrulla de la Policía en la esquina. Acaba de matar a un pandillero del Barrio 18 que vivía en la colonia San Pedro, en el municipio de San Martín. Un policía, al verlo, le grita que pare, que se detenga, que bote el arma. Pero El Clinton no obedece y descarga las balas que quedan en dirección de la patrulla. Los agentes desdenfundan las armas y disparan, certeros. El Clinton muere.
San Martín es uno de los municipios más pequeños del área metropolitana de San Salvador, y también es uno de los que más homicidios reporta acumula en los últimos meses. Aquí, desde hace varios años, los problemas se resuelven con plomo. En este lugar, morir con violencia es morir de muerte natural.
Por eso fue que los dos palabreros de la Mara Salvatrucha (MS) de la zona, El Palo y El Cejaz, cuyos nombres reales son Carlos Enrique Meléndez y Edwin Roberto Sánchez, ordenaron matar a un agente de la Policía Nacional Civil (PNC) en concepto de “cobro” por la muerte de uno de los suyos.
La muerte de El Clinton a eso de las 4:00 de la tarde. Dos horas después se reunieron los palabreros y varios soldados y colaboradores de la pandilla para planificar el asesinato de un agente que vivía en la zona.
El plan, según el expediente judicial del caso, fue el siguiente: Dos pandilleros de la MS, El Poleada y El Isa esperarían al agente José Tomás Rivas Arias, un cabo de la PNC destacado en Bienestar Policial, que vivía en San Martín, y lo matarían. Sin deber nada. Solo porque era el policía que les quedó más cerca.
Cerca del punto de buses de la ruta 14-A, sobre lo largo de la avenida Monseñor Romero viene caminando El Camache, nombre clave utilizado para el testigo criteriado que relató estos hechos, y trae consigo un cigarro en la mano que se le desahace en el aire. Hace ratos escuchó dos rondas de disparos y no sabe a quién han matado.
Sentado en unos bancos donde usualmente la pandilla se reune a jugar naipes, lo esperan El Poleada y El Bichito, y de inmediato le trasladan el mensajes que le mandan los homeboys: mañana desde antes de las 7:00 de la mañana deberá estar posteando sobre la calle de la iglesia y avisar “cuando el jura del chavala B venga cerca”. Se referían al cabo que vivía en el pasaje 18 B.
Las dos armas 9 milímetros estaban escondidas adentro de bolsas negras en un barranco que se hace en la zona conocida como el Sector C, y sería El Bichito el encargdo de llevárselas al sector B, frente a la escuela. Ahí se las entregaría a El Poleada y a El Isa para que mataran al policía.
El Camache agarró el teléfono que le entregaron con saldo y revisó los números: todos los pandilleros estaban identificados con nombres de mujeres. Esa es la técnica de la pandilla para que, si algún policía les decomisa el aparato, no sepan los números de los palabreros.
La reunión terminó rápido y pasó la noche. El siguiente día, el 11 de septiembre de 2014, El Camache estaba justo en la esquina donde se le ordenó, posteando para avisar si venía alguna patrulla o si veía pasara al objetivo. Una cuadra adelante estaban El Poleada y El Isa, la nueve milímetros en la mano cada uno, sobre la calle que pasaba el agente Rivas.
Justo enfrente de la iglesia católica del Proyecto Santa Teresa, vistiendo un pantalón blanco y una chaqueta negra, el agente Rivas venía caminando con sus lentes oscuros en la mano cuando los dos pandilleros de la MS le salieron al asalto, le descargaron cinco disparos, tres en la cara y dos en el torax, y huyeron. Eran las 7:40 de la mañana, a menos de 24 horas de haber muerto El Clinton, la MS se ensañó con un policía inocente.
El mismo día, la PNC montó un operativo y logró capturar a uno de los involucrados. Las investigaciones continuaron desde entonces hasta lograr procesar a casi 13 pandilleros de los cuales uno fue juzgado el pasado martes 27 de octubre de 2015, más de un año después de la muerte del agente Rivas.