Entre las 8 y 9 de la noche Luis Santos salió de su casa, cerró la puerta y caminó. En la oscuridad de la esquina de la cuadra vio a un grupo de sujetos; se regresó inmediatamente pero cuando vio hacia atrás ya lo perseguían. Volvió a entrar, cerró de golpe y corrió a esconderse a un cuarto. En el vidrio esmerilado se dibujaron las sombras de sus asesinos y los fusiles que cargaban. Lo acribillaron salvajemente; murió en el instante.
Santos tenía 19 años. Era estudiante de bachillerato. Vivía en el cantón Las Marías, de Nejapa, San Salvador. Los investigadores aseguraron que no tenían ningún tatuaje alusivo a pandillas.
Ayer la Policía Nacional Civil (PNC) registró el último de una ola de asesinatos contra estudiantes que acontecen con más regularidad desde el 5 de octubre cuando William R., de 17 años, murió cruelmente acribillado en el barrio San Esteban, San Salvador, después que salió de estudiar junto a su hermano Ariel del centro escolar Francisco Campos. Los homicidas fueron supuestos pandilleros que consideraron una afrenta que el adolescente vivieran en territorio del grupo delincuencial enemigo.
Cuando en El Salvador ocurre un crimen policías, fiscales, medios de comunicación, parroquianos y a cualquiera que se le ocurra opinar suele atribuirlo a la guerra entre el Barrio 18 y la Mara Salvatrucha (MS-13). Si hay una víctima es porque estaba relacionada con las pandillas; si hay un victimario es un pandillero.
Pero, aparentemente, los estudiantes asesinados en los últimos diez días no tenían ninguna relación con las pandillas.
El 13 de octubre miembros de la pandilla 18 Revolucionarios irrumpieron en la colonia Popotlán I, de Apopa, buscando a unos cuantos mareros para asesinarlos pero solo se encontraron con un asustadizo estudiante de noveno grado que en sus tiempos libres trabajaba como ayudante en una verdulería.
Primero la tortura psicológica: lo obligaron a quitarse la camisa y el pantalón para ver si tenía tatuajes, después le pidieron el DUI –no tenía-, lo insultaron, lo humillaron y después lo masacraron. Cuando agonizaba con más de cinco plomos metidos en el cuerpo le pegaron el tiro de gracia detrás de la oreja.
Elmer Alexander no tampoco tenía tatuajes alusivos a grupos delincuenciales. Ni prontuario delictivo. Ni usaba pantalones flojos ni camisas largas. Todo apunta a que lo mataron porque no había a quien más matar.
Ayer se repitió la historia. José Mendoza Aparicio, de 19 años, regresaba del Instituto Nacional San Martín de realizar la Prueba de Aprendizaje y Aptitudes (PAES) a la que todos los años somete el Ministerio de Educación a los estudiantes de bachillerato. Caminaba en la calle cuando un grupo de supuestos pandilleros lo acribillaron. Las autoridades no confirmaron si la víctima pertenecía a grupos criminales. Ocurrió en San Pedro Perulapán, Cuscatlán.