El sol naranja apenas se levantaba sobre el final de la carretera. Eran cerca de las 7 de la mañana y manejando una camioneta Toyota Hilux 4×4 a 120 kilómetros por hora, el delgado cuerpo de Ana Fátima Cornejo parecía famélico, risible. De pronto, en el inserto del vehículo adecuado para colocar un vaso con soda u ocuparlo de cenicero para quien gusta de fumar mientras maneja, el celular de Ana Fátima empezó a vibrar.
Lo había escuchado miles de veces y se lo habían repetido hasta el cansancio. Siempre la misma retahíla aburrida: que no se debe hablar por teléfono mientras se conduce, que debía parar o pasarle el teléfono a quien la acompañe, o que esperara llegar hasta un lugar seguro para poder contestar. Pero, ¡vamos!, ¿quién se ha muerto por contestar el teléfono mientras conduce? Por eso decidió contestar el teléfono y seguir manejando con una mano en las cercanías de una curva prolongada sobre la carretera a Comalapa. Se le olvidó que no tenía licencia, que tenía poca experiencia manejando, que llevaba un vehículo pesado a alta velocidad en sus delgadas manos y, ah, sí, que llevaba a Brenda Nataly Gómez, de 22 años, y su hijo Justin Michael G., de uno, en el asiento del copiloto.
La calle se fue volviendo serpenteada y en la última curva, una bastante cerrada hacia la izquierda, una que queda sobre el kilómetro 33 de la carretera, ahí, solo entonces, fue demasiada la presión del timón para una sola mano. No alcanzó a girar lo suficiente y las dos llantas derechas se salieron de la carretera quedando entre el asfalto y la tierra suelta hasta que por fin se detuvo de frente en un árbol robusto.
El polvo en el aire y la sangre en la cara no la dejaban ver bien. Solo alcanzó a distinguir el parabrisas destrozado y sentir las piernas presionadas. No había llantos del niño ni un grito de Brenda. Ambos estaban muertos.
Alguien a bordo de algún vehículo que pasó en las cercanías de la carretera ese viernes 8 de mayo hizo una ligera llamada al 911 e informó sobre la situación. Las sirenas de la ambulancia no terminaron de cortar la contusión en que Ana Fátima se encontraba y todavía no entendía bien lo que acababa de ocurrir. Todavía no entendía que sí, que sí hay gente que muere por contestar el teléfono celular mientras se conduce al mismo tiempo. Quizá tampoco recordaba muy bien que se trata de un acto considerado como delito por las leyes del país, o talvez el mismo remordimiento la hizo confesarle con toda naturalidad al policía que la sacó de entre los hierros que perdió el control mientras hablaba por teléfono y se internaba en la curva que se convertiría en muerte para Brenda y su hijo.
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La distracción al volante como la que llevó a Ana Fátima a cortar la vida de un niño de un año y su madre no es nueva. Desde el año 2003 la falta de atención al volante es la principal causa de accidentes de tránsito, según datos del Viceministerio de Transporte y de la Dirección General de Protección Civil, superando al consumo de alcohol o drogas, conducir en sentido contrario o no respetar las señales de tránsito. Un acto aparentemente tan poco arriesgado como contestar el teléfono al conducir es lo que ha llevado a la muerte a cientos de salvadoreños durante los últimos años.
Según el viceministro de Transporte, Nelson García, cerca de 40 accidentes de tránsito son reportados cada día a nivel nacional, de los cuales la mayoría son provocados por distracción al volante.
Solo en las pasadas fiestas patronales de San Salvador, del 1 al 9 de agosto, el VMT reportó 401 accidentes de tránsito, de los cuales el 23% fueron motivados por distracción del conductor al volante, siendo esta una vez más la causa número uno de accidentes de tránsito en las fiestas agostinas. Esta es una cifra que quizá suene a decir poco si se dice así de simple, pero que a lo largo de los años, desde 2003 a la fecha, ha sumado 233 personas muertas de agosto en agosto. Doscientas treinta y tres familias que lloraron a un ser querido que murió en un accidente, por un descuido.
Las demás causas, como no guardar la distancia, invadir el carril contrario, no respetar las señales de tránsito, circular en reversa o incluso el conducir bajo los efectos del alcohol sí tienen su cuota respectiva en el número de accidentes de tránsito, en este último es en el que, al parecer, las autoridades tiene un mayor efecto controlador a través de los antidoping o test de alcohol en el organismo mediante los retenes vehiculares; pero ninguno cobra tantas víctimas mortales como la distracción al volante que causa el teléfono celular.
“Las nuevas tecnologías que han venido a beneficiar a muchos, han venido a matar a otros”, dijo recientemente el viceministro García en una entrevista televisiva, al referirse al uso de los teléfonos inteligentes mientras se conduce.
Pero este problema no es característico de El Salvador y su población. A nivel internacional, cada año mueren 1.5 millones de personas en accidentes de tránsito y 50 millones enfren¬tarán lesiones de por vida; y solo en España, uno de los países con más automotores en el mundo y quinto en el ranking europeo en acci¬dentalidad vial, el número de percances mortales duran¬te 2013 fue de 89 mil 519, en los que murieron mil 680. En el 44 por ciento de los casos intervino algún distractor, de acuerdo con la Dirección General de Tránsito.
Chatear, llamar o mandar mensajes de voz pueden ser uno de las principales causas que lleven a un conductor a tomar su celular y utilizarlo mientras maneja. La nomofobia, o el miedo a soltar el teléfono móvil por mucho tiempo (no-mobile-phone-phobia), es quizá otro de los factores que distrae a cientos de conductores a diario, poniéndolos a merced de la suerte que no todas las veces pinta para bien y que puede acabar con la vida del que maneja, de quien lo acompaña o de personas que circulan a pie por las calles sin siquiera imaginar una muerte en un accidente.