El miedo se esparce por el aire y entra hasta por los poros. En el Cementerio La Bermeja el miedo se ha convertido en una sustancia que viaja presurosa como el polvo que levanta el viento antes de la tormenta. Hace unos quince minutos casi todos habían visto cuando un sujeto parado en una de las tantas esquinas del Bulevar Venezuela se levantó la camisa y amagó con disparar contra uno de los dos picaps que seguían el féretro de Cecilia Martínez, la Santera, a quien dos supuestos pandilleros acribillaron el lunes, cerca de las 11 de la mañana, en un puesto del Mercado Sagrado Corazón.
El ambiente está tenso en La Bermeja. Al nomás entraron la familia y los amigos de la Santera llamaron al 911 de la Policía Nacional Civil. 10 minutos después llegaron tres agentes en motocicletas, subieron al poniente del cementerio, se parquearon unos segundos debajo de la sombra de un árbol y se largaron en silencio. Pero el miedo todavía asciende furioso por la espina dorsal. Uno de los parientes decide que no puede quedarse con los brazos cruzados, se indigna que ni siquiera les permitan enterrarla en paz y de un pequeño bolsón que le cuelga del hombro saca una pistolita que parece de juguete pero no lo es. Otro lo acompaña con otra arma. Hacen un pequeño círculo entre ellos desde el que custodian el perímetro. Las mujeres murmuran preocupadas.
“Si fuera un chota (policía) tendríamos mil aquí pero como es una persona común les vale ver…”, se queja uno de los vecinos de la víctima. Llegan otros sujetos que parecen estar dispuestos a enfrentar a quién quiera llegar a perturbar la ceremonia del último adiós. Las llamadas al 911 siguen aunque el operador diga que ya mandarán una patrulla, no se preocupe, tenga paciencia que ya le tomamos su denuncia.
Una mujer reacciona, dice decidida que no puede retrasarse más el entierro, ya es hora, no es que tenga prisa por ver que le tiran tierra encima a la Santera pero es mejor tener precaución. Un pastor evangélico le toma la palabra y comienza a desgañitarse.
A la Santera la sorprendió la muerte una hora antes de almorzar. Hacía unos pocos minutos que había abierto su tienda en la que ofrecía especias, inciensos, candelas en forma de pene en colores rojo y negro, candelas amarillas, verdes, rojas, lectura del tarot, de la mano y predicciones cuando dos pandilleros entraron y le dispararon a quemarropa. Su cuerpo quedó tirado en el Sagrado Corazón frente a los ojos de sus compañeros de trabajo que la conocieron hace cuarenta años cuando, con el vigor de la juventud, montó un puesto.
Desde el lunes en la tarde el luto se paseó de esquina a esquina del mercado. Nadie se imaginó que Cecilia iba a terminar sus días bajo las balas de dos jóvenes a los que la PNC capturó después que perpetraron el crimen. Su velación duró hasta dos horas antes de su entierro. Fue como un cortocircuito. La opción de vida que tomó fue diferente a la que exige el cristianismo tan arraigado en El Salvador. Quizá por eso, para «salvar su alma», celebraron una misa de cuerpo presente en la Iglesia El Calvario y en el pasillo de Los Coyotes –donde los comerciantes, según el saber popular, compran artículos robados- y luego llevaron a una pastora protestante para que con oraciones ayudara a llevarla en paz al mundo ultraterrenal.
En el pasillo del mercado también hubo tensión. Velar a la víctima en territorio de sus victimarios puede considerarse una osadía. Para disminuirla una anciana se puso al frente del grupo y cantó. En realidad no cantaba sino que gritaba hasta el último tono de su voz y ponía los pelos de punta. Era una manera de martillar el silencio espeso que se había levantado como un muro. “Gracias señor, gracias mi señor”, decía con los dedos entrelazados. De los puestos que estaban frente al ataúd gris un hombre gritó: “Cállense” pero lo ignoró.
Ana María –nombre ficticio- es la única que hizo la segunda voz a la anciana. Y la apoyó con todo el entusiasmo que tuvo hasta que llegó la Pastora que dejó claro que en el ataúd había una mujer muerta con la que en vida no tuvo mucho en común. Dijo refiriéndose al cadáver de la Santera: “Se hizo la voluntad de Dios”. Mientras predicaba unos vendedores ambulantes llegaron a llorar. Estaban desconsolados. “Muerta la persona ya no se puede hacer nada”, insistió en tono inquisitivo. Otra mujer le contestó: “No está muerta, está dormida”.
“Ella era bien espiritual” aseguró Ana María sobre su amiga con la que solía encontrarse en el bus camino a casa después del trabajo. Y lo era porque nació el 23 de noviembre bajo el signo Sagitario y en Júpiter. Eso, según ella, la llevó a ser rosacruz, vegetariana y a convertirse en una maga espiritual. “Hay gente que dice que fue bruja pero no, tenía un gran conocimiento filosófico”, expresó. Podía, por ejemplo, curar enfermedades solo con oraciones. Era posible porque tenía mucha fe. Recordó que el día del crimen escuchó que le pidieron auxilio y supo que era ella. Corrió al puesto pero cuando la halló estaba tirada con las balas en el cuerpo.
Después de media hora de gritos y contorsiones el pastor evangélico cree que es hora de que Cecilia sea enterrada. Los familiares olvidan las tensiones y se tiran al féretro a llorar. El dolor sustituye al miedo. La llevan. Tiran la tierra. El mayor de sus hijos toma una pala y ayuda en la tarea. Es el adiós definitivo para la Santera. Ahorita están llegando los policías que debieron acudir al auxilio ciudadano hace unos 45 minutos.