El Salvador
domingo 24 de noviembre de 2024

Frenética cacería de pandilleros tras ataque contra taller policial

por Luis Canizalez


El mecánico murió en un ataque al taller policial ubicado en el Barrio San Esteban de San Salvador. Otro policía, que se encontraba en el lugar, resultó con lesiones y fue trasladado de emergencia a un centro asistencial por sus compañeros.

El mecánico del taller policial está muerto. Hace apenas unos minutos, dos sujetos bajaron de un carro  y llenaron de balas el portón principal. Los proyectiles atravesaron el cuerpo del maquinista y le destrozaron algunos órganos vitales.

Eran pasadas las nueve de la mañana. Los atacantes llegaron a bordo de un automóvil, similar a un taxi. Lo aparcaron a unos diez metros del taller y dispararon sin tregua. Luego de cometer el atentado, huyeron con rapidez.

El mecánico, identificado como Óscar Antonio Carrillo Vásquez, murió en el ataque. Otro policía resultó con lesiones en la ingle y fue trasladado por sus compañeros a un centro hospitalario. Después se informó que el agente se encontraba estable.

Casi de inmediato, patrullas policiales comenzaron a rastrear en los alrededores del Barrio San Esteban. Los primeros informes indicaban que el vehículo donde se trasladaban los delincuentes había sido abandonado en esa zona del oriente capitalino.

El primer indicio lo encontraron en un taller de mecánica ubicado sobre el Boulevard Venezuela. Un taxista, que hacía unos minutos había estacionado su auto para reparar una llanta, fue retenido como sospechoso.

La hipótesis policial era que ese vehículo había sido utilizado para ejecutar el ataque y luego, los verdugos se habían movido a otro sector donde abordaron otro automóvil para escapar.

La escena había sido cercada con cintas amarillas. Los policías interrogaban al taxista, quien parecía no saber nada del hecho por el cual era cuestionado. Mientras tanto, otros agentes revisaban el interior del vehículo. También hurgaban en el baúl.

El tráfico en la zona era pesado. La curiosidad parecía nublar la concentración de las personas que transitaban por el lugar. En determinado momento, un camión colisionó con un carro rojo conducido por una mujer. El tránsito colapsó por completo. La Policía tuvo que desviar la fila de automóviles que se habían atascado y que aturdían el ambiente con el sonido de los claxon.

Las patrullas policiales iban y venían, de un lado a otro, con las sirenas encendidas y los primeros sujetos capturados. De pronto, un policía esposó al taxista. “¿Y por qué me llevan?”, cuestionó el hombre de cabello liso y tez morena.

El agente le dijo que sería retenido como sospechoso de haber participado en el atentado contra el taller. El hombre no cuestionó más. Entregó las llaves, la tarjeta de circulación y se dejó conducir hasta una patrulla donde estaban dos pandilleros que también habían sido capturados.

Mauricio Ramírez Landaverde, director de la Policía Nacional Civil (PNC), llegó a la escena del crimen pasadas las diez de la mañana. Hizo una pequeña inspección y se marchó sin brindar declaraciones a los medios de comunicación.

A esa hora, un helicóptero volaba y exploraban todo el perímetro. Atrás del taller que había sido rociado de balas, estaba un vehículo color blanco, aparentemente abanado. La Policía Técnica Científica recolectaba evidencias.

En la comunidad Tinetti el operativo era intenso. Soldados y policías habían sitiado la zona. Allanaban viviendas y capturaban a sospechosos. Los sacaban de dos en dos. Entre los detenidos estaban varios jóvenes, algunos con tatuajes de pandillas, que aseguraban ser trabajadores del mercado Tinetti.

El ambiente era tenso, de locura. Los agentes y soldados tocaban, llamaban y si no contestaban, derribaban las puertas a la fuerza: con piedras y almádenas. Algunas viviendas eran destoyers.

“Yo trabajando he estado en la tostadera (de plátanos). Tengo nueve años de trabajar acá y gracias a Dios no soy pandillero”, comentó uno de los detenidos que en uno de sus brazos tenía un tatuaje, borroso, que no se alcanzaba a distinguir porque la manga de la camisa cubría una parte.

Cuando el reloj marcaba pasadas las doce del mediodía, las capturas ascendían a más de diez. Sin embargo, el hermetismo policial continuaba. “Ojalá no vaya suceder como el otro día que capturamos a varios babosos y después los dejaron en libertad a todos”, expuso un agente policial que tenía el rostro tapado con un gorro navarone.

Al fondo, las sirenas de las patrullas seguían sonando con fuerza.

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