El Salvador
sábado 23 de noviembre de 2024

Buscando asesinos en un laberinto de miseria

por Redacción


Policías y miitares capturaron a unos ochos sospechosos de haber participado en los asesinatos de dos soldados que custodiaban el SITRAMSS

“¡Hay que matar aunque sea a un hijuep… de esos!”, murmuró el soldado a cuatro de sus compañeros que con pañoletas en los rostros participaban en una cacería de asesinos. Frente a una improvisada pared de láminas oxidadas estaban arrodillados tres sujetos con los rostros casi pegados al suelo. Eran pandilleros sospechosos de haber participado en los crímenes de dos militares que custodiaban el Sistema de Transporte (SITRAMSS) en la Terminal de Oriente.

Lo que habían hecho no era poca cosa. Las pandillas tenían por costumbre atacar a los miembros de los cuerpos de seguridad de El Salvador cuando éstos estaban en sus días de descanso. Los asesinatos de Jaime Henríquez y José Otoniel Ascencio, sin embargo, ocurrieron cuando ellos tenían sus armas de equipo y trabajaban. Los atacaron por la espalda en un abrir y cerrar de ojos; a uno de ellos la bala le atravesó la cabeza y salió por el pómulo izquierdo.

Los asesinos sabían lo que estaban haciendo. No actuaron a ciegas. Todos los días la Terminal se llena de gente que proviene de casi todos los rincones del país. De seis de la mañana a seis de la tarde patrullan militares y tres agentes de la División de Control del Transporte de la Policía Nacional Civil (PNC). El ataque ocurrió unos cinco minutos después que los policías se fueron a la delegación a almorzar. Se mezclaron entre la gente. Esperaron el mejor momento. Entraron por la puerta principal, se acercaron al punto de taxis de ACOTER de RL y dispararon sin piedad desde una distancia menor a dos metros. Los casquillos quedaron tirados en el suelo. Una de las víctimas murió en el instante; la otra en el hospital. Parece el trabajo de sicarios graduados en sembrar luto.

“Medio cerrás las pestañas y ya vienen las balas y como ahora solo bichos han reclutado puede ser que se hayan dormido”, afirmó un agente.

La búsqueda comenzó. La versión preliminar apuntaba a que los asesinos atravesaron la calle, el carrill del SITRAMSS y huyeron en un lujoso Toyota Azul –con reporte de robo- Placas 301-130 a toda velocidad. Unos 1,000 metros adelante, sin embargo, chocaron con una coaster en la intersección del Bulevar Venezuela y la 38 Avenida Sur. Sin vehículo en el que transportarse corrieron: unos se fueron a esconder a la comunidad La Chacra, mientras otros a los condominios El Paraíso, a unos pocos pasos de donde se habían accidentado.

La Chacra es un laberinto de miseria rodeado por La Mara Salvatrucha (MS-13) por un lado y el Barrio 18 por otro. A la entrada de la comunidad los policías y los militares se habían reunido. Estaban tensos, con deseos de ver plomo en la sangre de otro. Un helicóptero volaba a tan poca altura que las hojas estancadas en los techos de las casas eran víctimas del viento. Los vecinos asomaban la nariz en el quicio de la puerta y volvían a entrarse. Los grafittis estaban pintados en una pared y en otra.

Dos picaps llenos de policías atravesaron el puente de la Chacra –donde supuestamente tiene guarida el Barrio 18 Sureños- y llegaron a la Comunidad La Labor II donde el paisaje se llenó de casas de láminas y niños que caminaban descalzos en la línea férrea seguidos por perros sarnosos, flacos. Los agentes golpeaban una puerta, gritaban “¡abran, somos la policía!” y cuando nadie atendía lanzaban la almádana con la fuerza de un elefante a la chapa que cedía apresuradamente. A veces salían con las manos vacías, a veces con un señor asustado que aseguraba no entender nada de lo que estaba pasando. De pronto un agente advirtió en medio de la ola de vecinos angustiados: “¡Busquen cuatro casas arriba de la 24!”. Pero los que patrullaban se perdieron unos instantes en la mar de casas sin número. Preguntaban aquí y allá y nadie les ayudaba. Repentinamente uno la ubicó, llamó a sus compañeros y lo que se armó adentro fue una trifulca: había tres sujetos y una mujer; el mayor de los hombres se sublevó cuando vio que a uno de sus hijos lo sometían a patada y mordida mientras al otro le pegaban unos culatazos. Los agentes que entraron luego ayudaron a calmar los nervios. Del encuentro violento salió como presa cazada un tipo de entre 19 a 25 años con un tatuaje en el pecho del Barrio 18. Hablaba lento como si le acababan de sacar una muela y la anestesia todavía hacía efecto.

Detrás de él corrió una niña de unos quince años que le gritaba angustiada: “¡Gerson, para dónde te llevan… Mamá agarraron a Gerson!”. Los agentes la detuvieron y le ordenaron que se alejara del sujeto. Ella les reclamó con qué derecho lo detenían.

La Labor está detrás de la Santa Marta II. O más bien arriba. El aspecto de las casas cambia: de puertas de lámina oxidadas a puertas de hierro pintadas con los colores más bonitos que ofrece la ferretería. Volvieron a agruparse militares y policías para seguir con la búsqueda de los asesinos. Tenían a un sospechoso y unos minutos después lllevaron a dos más que no tenían ni un tatuaje. Rondaron las casas casi una hora pero no dieron con nada. Entraban en una, salían de otra, hasta que hubo una pequeña esperanza: se escucharon unos disparos, el helicóptero volvió a volar bajo. Unos subieron a los techos de las casas y supuestamente casi atrapaban a un sospechoso. Pero la captura se desvaneció como un espejismo.

“No pudo haberselo tragado la tierra, aquí tiene que estar”, dijo un policía visiblemente cansado. A unos pocos pasos estaban los tres sujetos que habían capturado. Otro agente llevó una camisa de rayas verdes y blancas, una celeste con una calavera en el centro y unas zapatillas Nike blancas. Obligaron a uno de los sospechosos a tallarse la verde mientras éste renegaba diciendo que no era de él, que cómo se iba a poner eso, que no. Se la puso y le quedó grande. Justo cuando los subieron a una patrulla aseguró que no tenía nada que ver con los asesinatos, que “al suave allí”. Cuando los periodistas le preguntaron a qué pandilla pertenece respondió con orgullo: 18 Revolucionarios.

Las patrullas policiales y militares regresaron a la entrada de La Chacra. En el camino un militar insistía en el ojo por ojo diente por diente. Otro consideraba que uno de los supuestos culpables pudo haber escapado al cruzar el Río Acelhuate.

De repente la acción pasó de la Chacra a los condominios Paraíso donde más de una docena de policías y militares entraron a punta de pistola a capturar a cuatro sujetos más a los que rápidamente subieron a una patrulla y se los llevaron. En el lugar mantuvieron detenidos a unos ocho adolescentes que jugaban fútbol rápido en un pequeño patio encementado ubicado frente a tres apartamentos. Subieron a unas casas a preguntar, a buscar pero no hallaron más que olor a pelo quemado y ajo. En medio de la desesperación tocaron la puerta de la primera casa y nadie abrió. Una mujer que pasaba les advirtió que los dueños habían salido a trabajar. No hicieron caso y con enormes piedras abrieron. Entraron apuntando a la oscuridad y al silencio. No hallaron nada ni a nadie. Unos 30 minutos después una pareja de ancianos llegó a la casa y entraron sorprendidos de haber encontrado la puerta abierta.

“Aquí no hay que andar amagando a nadie, unos estamos locos”, comentó un policía frente a una señora y una adolescente embarazada.

El sol ya se empezaba a esconder en el horizonte. Los policías y los militares seguían en la cacería humana buscando asesinos.

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