Al ver por primera vez a su segundo hijo comenzó a sentir dudas y un enojo que nunca se imaginó vivir. Observar la piel blanca y ojos azules del recién nacido no tenían nada que ver con sus características: piel morena y ojos oscuros. Pensó que no era de él. Después de tres meses de su nacimiento, al llegar a casa pasado de tragos y todavía con el pensamiento de que el bebé no era suyo, lo agarró del cuello, lo contraminó contra la pared e intentó matarlo.
Manuel cumple 60 años este 17 de junio; de estos 60 años, 21 los pasó inmerso en el alcohol. A los siete años probó su primer trago, pero no fue hasta los 12 que comenzó a beber diariamente. A los 33 años dejó el vicio gracias a que su esposa lo animó a entrar a Alcohólicos Anónimos, y desde ese día siente que la felicidad ha acaparado su vida. Ya tiene 27 años de mantenerse sobrio, edad que tiene aquel niño que intentó matar a los tres meses de nacido.
En su cara se nota el dolor que todavía siente al recordar que intentó matar a su propio hijo, y recuerda cómo su esposa le reclamó a gritos que mejor hubiera tratado de matarla a ella y no a su pequeño hijo. Eso lo destruyó moralmente. Después de ese accidente ella, –desesperada- lo impulsó a entrar a un grupo que se reunía todos los días cerca de su vivienda, en donde no existía ni una gota de alcohol, pues de eso era de donde querían salir.
Sin embargo, al día siguiente ya estaba borracho nuevamente. No fue suficiente lo que había pasado para que reaccionara, pero ocurrió algo que terminó de hacer que recapacitara. Ese día, en una pelea callejera, llegó la policía y le apuntó al cuello con un arma de calibre 45; lo esposaron y le golpearon hasta que lo dejaron casi inconsciente. Su cuerpo estaba inmóvil, lo dejaron deshecho por dentro y lleno de heridas graves.
Luego fue a parar a una celda junto con la persona con la que peleaba. Ahí notó que la familia completa de su contrincante había llegado a verlo y a intentar defenderlo y sacarlo de ese lugar. Él, esperanzado a que su familia hiciera lo mismo, esperó un tiempo ansioso de que sus seres queridos llegaran. Pero nunca llegaron. Se dio cuenta de que su propia familia ya no iba a estar con él mientras él siguiera en el vicio.
Este suceso fue lo que lo hizo reaccionar para que cayera en cuenta de que el alcoholismo era un problema serio. Un problema que lo estaba llevando a destruir su vida y la de su familia completamente. Así fue como Manuel terminó de reaccionar y logró entrar al grupo de Alcohólicos Anónimos.
La casa es la primera educadora y ejemplo
Manuel tuvo un ejemplo vivo y cercano de lo que era estar en el mundo del alcohol y cómo este destruye a una familia. Su padre fue ese ejemplo. Día a día, él y sus siete hermanos, veían cómo llegaba a casa siempre en estado de ebriedad a hacerle desplantes y maltratos a su madre. Era algo que se había vuelto insoportable para todos.
Mamá era la que sostenía el hogar. Velaba por que sus hijos fueran a la escuela, porque tuvieran cuadernos, lápices y por lo menos una camisita con la que fueran a sus clases. Pero el destino para ella fue otro, ya no iba a poder cuidar de sus niños. El cáncer se desarrolló en su cuerpo y empezó a destruirla rápidamente. Manuel la vio sufrir todos los días a causa de la enfermedad, fue algo que marcó su vida para siempre. Cuando él apenas tenía 12 años de edad, su madre murió.
Con esto, sus estudios se frustraron, el alcoholismo de su padre empeoró y el ambiente en casa se volvió más insoportable de lo normal. Poco a poco cada hermano fue eligiendo su camino. Manuel también decidió dejar la casa e irse a vivir con una tía en Soyapango. Su tía no pudo imponer autoridad sobre él, y sin unos padres que lo guiaran, la opción más fácil que encontró para olvidar la difícil vida que estaba pasando a causa de la muerte de su madre y la desatención de su padre, fue introducirse en el alcohol.
Comenzó a tener los problemas típicos de un alcohólico a temprana a edad. A los 17 años fue a parar a una cárcel por primera vez, gracias a las trifulcas de jóvenes que se daban en las calles y en las que él se entrometía siempre alcoholizado. Esto fue por los años 70, cuando comenzaron a formarse las pandillas. Manuel cuenta que se relacionó con muchos de los que ahora son líderes de las maras. Estar en la cárcel fue un hecho que también lo traumatizó. Ver cómo los reclusos, por ejemplo, se cocían la boca o el pene, llenos de desesperación por el encierro. Son sucesos que no puede olvidar, pero que no fueron suficientes para que dejara de meterse en problemas.
Esas son algunas de las historias que le sucedieron a Manuel, en las que hubo sufrimiento y angustia, pero no había ninguna reacción positiva para dejar de emborracharse. Salía e iba directamente en busca de un trago. Balaceras, apuñaladas, robos, fuertes golpes. Nada de eso fue suficiente para renunciar a la bebida.
Beber era lo más normal para él, como comer, ir al baño. El alcohol nunca tuvo la culpa de todos los problemas que le sucedían. La culpa la tenían las circunstancias, las personas, la ocasión; pero nunca el alcohol. Manuel vivió engañado así por 21 años.
En busca de ayuda en la religión
Debido al alcoholismo, Manuel fue perdiendo la capacidad de trabajar. En su interior tenía el deseo de dejar la bebida, ya no quería seguir metiéndose en problemas. Buscó los medios y la primera opción que tuvo fue ser parte de una y otra religión. Los testigos de Jehová y las Asambleas de Dios fueron algunas de las iglesias a las que asistió, pero no encontró la ayuda y paz que necesitaba para dejar el fuerte vicio.
Sin embargo, no fue en vano la insistencia de buscar ayuda en la religión. Conoció a su esposa en la última iglesia a la que acudió. Ella tenía 15 años y él 27. En ese momento Manuel no tenía nada, dormía en cualquier parte donde le dieran posada, pero aún así su esposa lo siguió, dejó su casa y su familia. Ese día la llevó a dormir a un pequeño cuarto en el suelo, donde no había absolutamente nada, no parecía un buen lugar, pero no fue problema para ella.
“¡Hija qué estás haciendo con este hombre desgraciado! Mirá dónde te tiene, te tiene en el suelo; este hombre es vago, mañoso, drogadicto, bolo, golpeador, estafador; venite, hija linda, yo te voy a poner a estudiar otra vez”, le decía la madre a su hija cuando la encontró con Manuel durmiendo en el suelo, pero ella decidió quedarse y empezar una nueva vida. Encontrarla en ese momento y que lo aceptara tal y como era, fue una gran bendición para él.
Desde ese instante pasaron ocho meses que Manuel no probó ni un poco de alcohol. Pero al casarse y dejar de asistir a la iglesia, recayó. Pasaron dos años en los que bebía todos los días, no importaba si era lunes, miércoles o sábado; para él todos los días eran buenos para tomar. El negocio que tenía en ese momento le permitía salir de sus compromisos rápidamente y buscar la cantina más cercana. Hasta que llegó su segundo hijo e intentó asesinarlo.
El comienzo de la recuperación
Al tener ocho días de haber entrado al grupo de Alcohólicos Anónimos (AA), gracias a los ánimos de su esposa, sintió una satisfacción indescriptible y admiración por él mismo. Ya eran ocho días de no probar el alcohol. Sintió que realmente pertenecía a ese lugar y a ese grupo. Fue un logro para él.
Manuel se inició en el grupo de AA más antiguo y numeroso en ese tiempo. Cada domingo se reunían alrededor de 300 personas que luchaban cada día para lograr salir del alcoholismo. Los días de semana que no acudían todos, llegaban cerca de 150 personas.
Actividades simples como lavar los trastes que utilizaban los miembros del grupo eran las cosas que a Manuel lo mantenían ocupado, distraído. Lavar 300 tazas cada domingo no era algo fácil, pero lo ayudaban a no pensar en el alcohol. Tampoco pensaba en las compañías que había tenido: “el fosforito”, “el piojo”, “el cara de muerto”, “el guacha”; nadie de ellos podía interrumpir el nuevo camino que estaba arrancando. Prestar un servicio voluntariamente era algo que lo dejaba cada vez más satisfecho y no necesitaba de nada más.
Manuel sabe que la mayoría de sus “amigos” fueron asesinados. Otros terminaron en un manicomio, y solo sabe de uno −el “cara de caballo”− que todavía está vivo y se volvió pastor evangélico. Él está consciente de que si no hubiera entrado al grupo de AA no estaría vivo. Ya estuviera “respirando el aroma de las rosas desde las raíces”, como él mismo lo menciona.
La filosofía del día a día
La primera idea que el grupo imparte a cada nuevo integrante es la de que cada día cuenta. Ya no importa el pasado, cada día que un miembro pasa sin probar el alcohol es uno más que se suma a su lucha diaria. Manuel entendió que en AA no solo querían que él dejara de beber, sino que hiciera un verdadero cambio en su vida. Además de que pudiera vivir de una forma espiritual en una tierra materialista.
El punto clave de AA y con el que se basa para ayudar a alguien más, es que el alcohólico escucha y aprende de una persona que ya pasó por lo mismo que está viviendo él. Ya no hay nada que esconder, no hay nada con lo que puede engañar a los demás. El programa consiste en admitir, detectar y corregir. Cada ser humano que llega ahí es, al principio, la personificación de la derrota, alguien que necesita ayuda inmediata y que poco a poco deberá a avanzar para salir del hoyo negro en el que se encuentra.
La organización nació en 1935 en Akron, Nueva York. El pasado 10 de junio cumplió 80 años. Fue fundada por un hombre de negocios que se dio cuenta de que había observado que sus deseos de beber disminuían cuando ayudaba a otras personas a permanecer sobrios. Actualmente Alcohólicos Anónimos funciona en 182 países alrededor del mundo, con más de 2 millones 60 mil miembros.
Manuel ahora, después de 27 años de no beber, tiene una vida feliz al lado de su esposa y sus seis hijos. En su vida reside la paz con Dios, con su familia y con él mismo. Él sabe que no vive como quisiera, no tiene grandes lujos, pero solo con haber dejado de beber ha sido una gran bendición en su vida.