Doña Sandra pasó la barra metálica con dificultad, apoyada de un bastón y de dos hombres más que la llevaron hasta la entrada del bus. Su esposo la seguía tan solo unos pasos atrás, buscando alejarse del agobio de los medios que hacían mella en el ánimo de la mujer, quien parecía no lo iba a lograr. Dentro de la unidad se sentó, puso el bastón en el suelo y gritó ¡Viva el Sitramss!
El júbilo y la expectación no eran para menos. Desde la administración anterior se esperaba la puesta en marcha del Sistema Integrado de Transportes Metropolitano de San Salvador, Sitramss, polémica iniciativa que tiene enemistados a partidos políticos, conductores, transportistas y en un mar de dudas a los usuarios que no saben cuánto va a costar el pasaje o si todos los días va a haber seguridad en las unidades, igual que hoy.
-Yo voy en mi silla, es mi primera vez y quiero disfrutarlo-, dijo la mujer sentada en uno de los primeros asientos individuales del autobús donde caben 56 personas sentadas y 96 de pie.
Desde antes de las nueve de la mañana la afluencia de salvadoreños decididos a probar los nuevos buses sumaban casi 80, más la pléyade de funcionarios, oficiales de tránsito, agentes de la PNC, medios de prensa o curiosos. Unos llegaron con la tarjeta nada más esperando a abordar, mientras que otro tanto iba pasando de cinco en cinco para obtenerla; ya en la fila , trabajadores del sistema aguardaban para darle las instrucciones básicas y un folleto.
Don Francisco Escobar, vecino de Mejicanos, madrugó para estar puntual y no perderse lo que para él es “un éxito, a pesar de las manifestaciones en contra”. Reconoce la buena organización y la proyección que se le da a la capital en materia de transporte público. La expectativa es que el pasaje cueste $0.20, porque de lo contrario, para alguien como él que gana el salario mínimo, no podría costearlo.
“Por el momento a subirme a ver si es cómodo, la verdad es que hay poca contaminación, se ven más policías y todo está nuevo, bonito. Ahora hay que disfrutar estos tres meses gratis porque quién sabe cuánto va a costar más adelante”, comentó.
Mientras don Francisco hacía fila para tramitar la tarjeta, los discursos no paraban. Primero Nelson García, viceministro de Transporte, quien detrás de su bigote articulaba bondades, justificantes y planes futuros del Sitramms.
“Las cosas están marchando bien, como lo habíamos previsto, como gobierno nos sentimos satisfechos. Quiero decirle a los ciudadanos que están con nosotros personalizando sus tarjetas, en nombre del presidente de la República, del gobierno, que estamos haciendo este esfuerzo para cambiar la vida de los ciudadanos a partir del transporte público de pasajeros”, dijo antes de ser aplaudido.
Otro que dio el banderazo oficial fue Miguel Castañeda, de la Unión de Empresas Sipago -Sitramms. Una fiesta del progreso y el cambio, todo en beneficio de los más necesitados. “Jamás imaginé ver acá la cantidad de gente. Ayer me preguntaban en un supermercado cuándo va a empezar el Sitramms. Aquí la diferencia con otro medio de transporte es que se pasa de lo tradicional a lo innovador, entonces la gente lo hace suyo, lo hace de ellos”, dijo el hombre con menos vituperios, ya sea porque pocos lo conocían, o porque podían más las ganas de subirse en los buses celestes con cintura de acordeón.
Fuera de la pompa discursiva, la vida seguía. A los lados de la estación del Sitramms frente a la terminal de oriente, el mismo esmog, el mismo ruido, el mismo caos, o quizás más. Cuatro policías de tránsito ordenaban la frustración de los conductores que maldicen todos los días el rojo de los semáforos. Los transeúntes corren o como mínimo caminan rápido para no ser atropellados y realizar las diligencias normales de la vida capitalina donde el tiempo y la paciencia no valen nada.
“Han privatizado esta calle”
“Se siente que vamos llegando a la luna. Solo música falta aquí” comentó animada una de las primeras pasajeras en subir a uno de los buses, tan solo 10 minutos después del último discurso. A falta de música, sonaron gritos, aplausos y alguna que otra consigna.
El primer viaje iba con unos 25 pasajeros. Partió de la estación frente a la terminal de oriente hasta Plaza Soyapango, donde giraría en U para seguir hasta Metrocentro. El trayecto completo, según un funcionario del Sitramms, duraría entre 25 y 30 minutos.
La primera usuaria era puro entusiasmo porque sentía que dejaba atrás una vida de maltratos. Por eso no le fue difícil recibir la novedad con la sonrisa abierta. “Yo viajo de Soyapango al Seguro Social, y esto me sirve bastante. A mí me ha pasado de todo en los otros buses, me han aventado como si fuera un chucho, solo de vieja p. para arriba lo tratan a uno. Esa vez que me empujaron tuve que pasar como un mes en el hospital”, recordó la mujer aferrándose de nuevo a su bastón.
Llegamos hasta la segunda estación, frente al hospital Amatepec, sentido San Salvador-Soyapango. La otra, antes de llegar a Plaza Soyapango y virar hacia Metrocentro, se ubica frente a la empresa Sigma Alimentos. Aquí bajan y suben pasajeros, siempre con el lente de las cámaras como testigos.
La vuelta en U me sorprende en la unión del autobús, ese acordeón de color gris que al momento de girar hace que el piso también dé vuelta.Observo la calle normal durante un minuto y nada se mueve, solo se escuchan las bocinas tomando el control y sobrepasando el calor.
Para qué negarlo: los asientos son cómodos, hay maniguetas para quienes viajan de pie; las comodidades para las personas con alguna discapacidad son evidentes y el tiempo que dura detenido en una de las estaciones es de unos 15 segundos. Se siente un leve impacto en el frenado que hace que, a la hora de arrancar de nuevo, los pasajeros de pie se tambaleen si no van bien sujetados.
Nos enrumbamos hacia Metrocentro y en la parada frente a la empresa de alimentos se sube Freddy Hernández, habitante del reparto Morazán de Soyapango, quien se dirige al centro comercial a comprar medicinas. El Sitramms representa un alivio porque debe viajar todos los días desde su casa hasta el bulevar Constitución, donde trabaja como empleado de una imprenta. Como ya tiene su tarjeta personalizada, ingresó sin ningún problema.
Se acostumbró a usarla desde la entrada en vigencia del sistema SUBES, aunque sabe que es minoría porque la costumbre de pagar con “sencillo” sigue arraigada en los salvadoreños. Si bien el Sitramms facilitará su movilización diaria, no se guarda las críticas hacia los daños colaterales no resueltos.
“La gente que no se transporta en bus, o que viene de colonias por donde no llega el Sitramms, no le impacta. La gente con vehículos y que no puede gastar tanto combustible ¿cómo va a hacer con tanta trabazón? En una emergencia, de ambulancia o de bomberos ¿cómo van a hacer para pasar? A menos que llegue un helicóptero y lo tire al lugar del incendio no va a poder llegar a tiempo.
Esto lo planificaron mal. Uno que no es muy estudiado lo percibe, yo que llegué a bachillerato nada más lo percibo y no lo hubiera hecho así. Ellos, que tienen más títulos y estudios, son los responsables. Estos dos carriles no debieron haber sido exclusivos para este bus. Han privatizado la calle”, sentencia Freddy.
Muestra rechazo no solo a esta iniciativa, sino a aquellas que buscan transformar la actual cultura de transporte sin tomar en cuenta que se vive en un país pequeño y sobrepoblado de gente y vehículos. Califica el proyecto de construir un subterráneo, que esbozara un diputado, como “sueño de pajarito preñado”.
Este vecino de Soyapango es claro: si la tarifa del Sitramms es de $0.50 o más, prefiere volver al tráfico lento de siempre, porque con su salario de $250 no le alcanza para mantener a su familia.
Primer viaje abarrotado
“No voy para ningún lado, solo vine con mi hijo a conocer”, afirmó Dinorah de Hernández, trabajadora de ACACYT PNC, quien se subió en el parque Centenario, primera de tres paradas del Sitramms, en sentido San Salvador-Metrocentro. Para ella, estos buses articulados son más veloces, menos contaminantes y más seguros, aunque no sabe si, tal como hoy, habrá dos agentes policiales en cada unidad.
Mientras estas y otras interrogantes siguen sin respuesta, el gobierno pide confianza y tiempo. Para establecer la tarifa, explica el viceministro de Transporte que se encuentran en el proceso de validación de costos operativos. De entrada sostiene que no va a costar igual para quien viaje desde Plaza Soyapango hacia el hospital Amatepec, a quien se dirija hasta Metrocentro.
Los detractores, por su parte, denuncian el Sitramms como un proyecto politizado, cuya puesta en marcha se fue postergando hasta llegar a elecciones. El partido ARENA, uno de los institutos políticos opositores, presentó una pieza de correspondencia a la Asamblea exigiendo definir ya el costo que tendrá el pasaje.
Poco le importa a Dinorah y a su hijo este intercambio de golpes. Mientras el costo no supere los $0.50 centavos, todo está bien. “Ahora hay que sacarle el jugo en estos tres meses que es gratis”, recuerda la mujer mientras el bus da su segunda vuelta en U, para dirigirse de nuevo a Soyapango. Tardó 32 minutos en recorrer el tramo, solo dos más que lo que nos prometió el funcionario.
Pasamos, ya de regreso, por el Parque Infantil, donde a eso de las 10:35 a.m. suben más personas, periodistas y funcionarios: es la primera vez que se llena: 56 seis sentados, 96 de pie.
Esta primera etapa piloto con pasajeros, sin costo alguno, durará tres meses. Operará todos los días, de 9:00 a.m. a 3:00 p.m., horario donde menos flujo de personas transita cotidianamente. “Si está lleno ahorita que van a ser las 11, no quiero pensar a las cinco de la tarde cuando la gente sale del trabajo”, comenta preocupado uno de los pasajeros que recién acaba de entrar. “Para eso sirven estos tres meses de prueba piloto, para hacer los ajustes necesarios del sistema” arguyen los técnicos encargados de poner en marcha el sistema.
Nuestro recorrido termina donde empezó, en la estación frente a la terminal de oriente. Hay menos gente personalizando sus tarjetas o subiéndose a los buses. Casi no hay funcionarios ni periodistas; entre un grupo de cinco personas que se bajan de uno de los autobuses viene un vendedor de fruta, de los primeros en aprovechar el lugar para hacer su agosto.
A los lados de la estación, a tan solo dos metros de distancia, la realidad es otra. No hay cuatro sino seis policías de tránsito buscando controlar lo incontrolable. El orden cambia a tan solo dos metros para convertirse en el mismo desorden de todos los días. Cruzamos la calle corriendo y, al llegar al vehículo, nos esperan dos taxistas que leen el periódico sin apuro y acto seguido desenfundan su ironía.
-¿Solucionaron el problema? ¿Cero trabazones en la capital?
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