El Salvador
sábado 16 de noviembre de 2024

CRÓNICA | Pandillas, tribus de Centroamérica signadas por la muerte

por Redacción

José tenía 13 años cuando entró al sangriento y misterioso submundo de las pandillas, esas tribus que desbordaron la violencia en los barrios de Centroamérica. Son decenas de miles los jóvenes que llevan el destino tatuado en su piel: la muerte.

Este trigueño delgado, de ojos negros y rasgos duros, con identidad falsa por seguridad, dice haber tenido en la Mara Salvatrucha su «hogar». «La pandilla es como la familia», dice a AFP en un lugar de San Salvador, donde a los 26 años intenta dejar su pasado en una iglesia evangélica y estudiando.

No tiene muchos tatuajes, al menos visibles, pero traficó y vendió drogas, extorsionó, amenazó y estuvo preso por matar. «Cuando andaba en eso, no pensaba en que iba a dejar llorando a hijos, esposa, madre, padre», comenta el expandillero.

La muerte marca el estilo de vida y la vida misma de estas tribus urbanas convertidas en complejas estructuras del crimen organizado en El Salvador, Honduras y Guatemala, países que tienen las tasas de homicidios más altas del mundo.

Las más violentas son la Mara Salvatrucha y la Barrio 18, organizadas jerárquicamente y en clicas (células que controlan y mantienen en «estado de sitio» los barrios), con su propio lenguaje, normas de conducta y un implacable código moral.

Símbolos

Sus principales distintivos son los tatuajes -en muchos de pies a cabeza- y los grafitis o «placazos» que estampan con la leyenda «ver, oír y callar». Pero cada vez los usan menos para burlar a las autoridades.

«Tienen formas propias de comunicación simbólicas: escritas, verbales y cinéticas, que son parte de una subcultura con claros rasgos de estructura organizada», explicó a AFP Jaime Martínez, director de la Academia de Seguridad Pública de El Salvador.

Los expertos intentan descodificar lo que está detrás: un «18», un «13» o «MS» es la marca de pertenencia; las lágrimas negras contabilizan los asesinatos; las cruces, los compañeros muertos; los payasos, las alegrías y tristezas; la calavera apologiza la muerte.

«Tres puntitos en cualquier parte del cuerpo representan la vida del pandillero: el hospital, la cárcel o el cementerio. Los grafitis marcan el territorio donde opera la clica», explicó un policía hondureño antipandillas que pidió anonimato.

Las mujeres, usadas para extorsionar y llevar las finanzas, deben tatuarse el nombre de su pareja. «Jainas», las llaman.

Las «willas» son los mensajes en clave con órdenes a cumplir. Cada marero tiene una «taca» (alias) para identificarse; cada pandilla, su lenguaje de manos, según Carlos Menocal, exministro del Interior de Guatemala.

Rituales

«Entrar en la pandilla no cuesta nada, salir es el problema», dice José. «Cuando uno se quiere pesetear (abandonarla, traicionar), lo buscan para asesinarlo, no solo a uno sino también a familiares», explicó.

El bautizo o rito de iniciación -«brincar» en su argot- son 13 o 18 segundos de paliza según la mara, o asesinar a un adversario. «El pandillero no es pandillero sin un rival, si no ha tenido una golpiza y un arma para jalar el gatillo», comentó Menocal.

Los «ranfleros» o «palabreros» son jefes de clicas; los «homies», compañeros o simpatizantes; «banderas» o «postes», quienes vigilan; «soldados» o «chequeos» cobran las extorsiones, llamadas «impuesto de guerra» o «renta».

«Los jefes supremos presos (ranflero nacional) siguen mandando, alguien desde afuera le informa lo que se está haciendo. El jefe de clica hace un ‘meeting’ cada semana para planificar homicidios, extorsiones… todo. Cada uno tiene su misión día con día», reveló José.

A punta de «rentas» y balaceras, hacen huir a los vecinos y usurpan sus viviendas para vivir, montar operaciones y hasta descuartizar. Son las «casas destroyer» o «casas locas». «Cada pandillero recibe dinero semanalmente para comprar comida, ropa y llevar a familiares», relató.

Antes vestían ropas anchas, ahora más comunes. Y tienen todo tipo de armas. «Les fascinan las pistolas 9 mm, las AK-47, la escopeta 12 mm, que consiguen rápidamente en el mercado negro», apuntó Menocal.

Excluidas por su poder criminal y alimentadas por la pobreza, el abandono estatal y la desintegración familiar, la Mara Salvatrucha y la Mara 18 surgieron en la década de 1980 en barrios «latinos» de Los Ángeles y se extendieron en Centroamérica luego que Estados Unidos deportó a miles que habían emigrado durante las guerras.

«Pasamos de una guerra fría entre ejército y guerrillas a la posguerra y ahora a una guerra fría pero entre la misma sociedad», reflexiona José.

Las «maras», abreviación de «marabunta», una colina de hormigas que devora todo a su paso, tienen unos 100.000 miembros en los tres países y un reclutamiento permanente.

«El pandillero vive el momento», dice José, el único que queda vivo de los 19 mareros de su clica.