A los hermanos Turcio los sacaron de sus propias habitaciones. En la madrugada de este viernes, varios sujetos armados, vestidos como policías y con gorros navarone derribaron la puerta principal de la casa. Bastaron cuatro almadanazos, fuertes y bien asestados sobre la chapa, para que la puerta se desplomara.
Ocho sujetos, que se simulaban un operativo policial, ingresaron a la vivienda y se dirigieron a las habitaciones de los dos hermanos. Los sacaron a punta de pistola, los hincaron en la acera y los ametrallaron hasta dejarlos sin vida.
Los homicidas huyeron disparando a mansalva, hacia a todos lados, como queriendo intimidar a los demás vecinos de la colonia Pipil, del municipio de Ciudad Delgado. En las paredes, portones y puertas de otras viviendas quedaron los agujeros producidos por los proyectiles de alto calibre.
Los cuerpos de Daniel Oswaldo Turcios, de 31 años, y el de su hermano Henry Josué, de 25, quedaron tendidos afuera de su propia vivienda. En la escena había al menos 90 casquillos de bala, según la Policía.
Una mujer de no tan avanzada edad, que reside a pocas casas del incidente, asegura haber escuchado cómo sucedieron las cosas. Habla suave y no dirige la mirada a sus receptores, como si no quisiera que la vieran hablar con periodistas. Sus ojos reflejan temor.
“Era como la una de la madrugada. Me estaba bañando porque no aguantaba la picazón de las ronchas que deja la chikungunya. De repente escuché los porrazos, al menos cuatro. Al ratito se escuchó la gran ráfaga de disparos. Después fueron los gritos de la mamá de los muchachos”, relata.
Existen por lo memos dos hipótesis del crimen. Hay quienes aseguran que los hermanos Turcio se habrían negado a ingresar a la pandilla y por eso los asesinaron. Pero esa conjetura es la más débil.
La otra, la más fuerte, es que desde hacía dos semanas los vecinos se habían coordinado para construir dos muros y un portón que evitara el ingreso de pandilleros que residen en las colonias aledañas. La idea era impulsada, principalmente, por las víctimas.
La colonia Pipil está dividida por la línea férrea, después está la colonia Las Colinas. Ese lugar, según fuentes policiales, está sitiado por la pandilla dieciocho.
“Ellos quieren tener control de este territorio para extorsionar a toda la gente. Con los muros que levantamos y con el portón que estamos instalando les habíamos bloqueado el paso. Y esto (el doble homicidio) es una respuesta de ellos”, manifiesta un vecino que muestra indignación y temor al hablar.
Este crimen no es el primero que se registra en lo que va de este año en esa colonia. Hace cuatro meses asesinaron a tres hombres que se encontraban departiendo en una esquina.
En ese caso, los vecinos tampoco tienen idea del por qué sucedió. Los familiares de las víctimas huyeron del lugar días después del ataque. Empacaron sus cosas y se marcharon sin decir nada a sus vecinos.
“Nosotros ya habíamos recuperado la tranquilidad y la confianza, porque cuando mataron a los tres muchachos de allá abajo – señala con su dedo una calle adyacente – nadie salía de noche. Todos se encerraban temprano. Pero viendo esto, ¿qué tranquilidad puede tener uno?”, expresa el mismo vecino.
“Esto va de mal en peor. La delincuencia nos está quitando a los mejores muchachos, a los más trabajadores. Las autoridades no hacen nada, no les interesa la gente que vive en zozobra porque ellos viven bien seguros”, concluye.
La Policía Nacional Civil, por su parte, maneja la tesis que el homicidio de los hermanos Turcio fue por control territorial de las pandillas, quienes se habrían molestado tras la construcción de los muros y el portón de vigilancia privada que la comunidad estaba construyendo desde hace dos semanas.
Aseguran que la misma estructura ha cometido ocho homicidios de la misma forma.
Destrozada y sin ánimos de seguir viviendo. Así se encontraba la madre de Daniel y de Henry. No es fácil consolar a una madre que ha perdido a sus dos hijos. Por más intentos que hacían sus amigos y familiares.
Quienes conocieron a los hermanos Turcio aseguran que eran jóvenes trabajadores que no se metían en problemas. Uno trabajaba en una empresa avícola y el otro en un restaurante. Ambos vivían con su madre.
“Eran mi vida. Con quién voy a cenar, con quién voy hablar, con quién voy a pelear. Ya no puedo sola… todo esto es un sueño, un sueño”, se lamenta entre lágrimas la madre.