Camina lento, con el rostro erguido y sereno. Lleva las manos de frente, a la altura de la cintura, sujetadas por unas esposas. Similar a un delincuente recién capturado. Viste con un traje formal oscuro y una corbata color mostaza. Se le nota enflaquecido. Con el cabello entrecano y más largo de lo normal.
Una multitud de periodistas se abalanza hacia su persona. No le dan tregua. Se lo quieren tragar vivo. Empujones, golpes y gritos. Todo se combina en esa escena caótica.
Una risa nerviosa aparece en el rostro demacrado del hombre moreno que guarda silencio. Esto a pesar del panal de micrófonos que le colocan cerca de su boca para que brinde declaraciones.
Continúa caminando a paso lento. Acordonado por policías que luchan contra la avalancha de camarógrafos que quieren captar la mejor imagen. En cierto momento, el hombre desmejorado dice unas palabras con un tono débil: “Me he presentado de forma voluntaria ante este tribunal por respeto a la ley».
Afuera de los tribunales, un numeroso grupo de personas quiere saltarse las rejas. Están enloquecidos. Gritan con violencia e insultan con odio. Lanzan botellas destapadas con agua. O quizá con otro líquido. Al unisono se escucha la palabra ¡ladrón, ladrón, ladrón!
Los comunicadores se agitan, mientras los agentes reparten patadas al azar. El ambiente es una especie de histeria colectiva. La gente continúa arrojando objetos contra el hombre moreno que ingresa, cabizbajo y con ayuda de agentes de la policía, a una patrulla que luego es conducida a toda prisa.
***
Es viernes. Y no un viernes cualquiera para el país. El reloj marca las ocho con quince de la mañana. Una noticia acaba de romper las agendas de los medios de comunicación.
El hombre más buscado por la justica salvadoreña se ha presentado voluntariamente al tribunal donde es procesado por delitos de corrupción. Acusado de desviar al menos 15 millones de dólares donados por Taiwán en su gestión (1999-2004).
No se trata de cualquier persona. Es el expresidente salvadoreño Francisco Guillermo Flores Pérez, quien era prófugo de la justicia desde mayo pasado. Esta vez no es un rumor. Tampoco una falsa alarma. No es una primicia del Fiscal General de la República, mucho menos del ministro de Seguridad.
Faltan veinte minutos para las nueve. La noticia ha acaparado los medios de comunicación y ha saturado las redes sociales. Ha sido una sorpresa. Nadie se despertó con la idea de ver al exmandatario en los tribunales de San Salvador.
Flores se ha entregado a la justicia. Es un hecho. Está sentado sobre una silla asequible, en la pequeña sala del tribunal Primero de Instrucción.
Sonriente y sereno. Así lo captan las primeras imágenes que luego circular por la internet. Lee el expediente que documenta la acusación en su contra.
Quizá se aburrió de llevar una vida clandestina. O tal vez ya negoció su libertad con el juez. Esas son las primeras tesis que formulamos los periodistas que nos hemos aglomerado afuera del juzgado.
Los camarógrafos están ansiosos. Caminan de un lado a otro, encendiendo y apagando sus cámaras de video. Algunos prefieren salir al patio y fumarse un cigarrillo.
El trabajo se ha paralizado en los tribunales. Algunos de los empleados cuestionan la veracidad de la noticia. Todavía no salen del asombro y se muestran incrédulos.
Otros apoyan sus manos en las barandas de la segunda planta del edificio y desde ahí se enteran de todo lo que sucede abajo. Conversan, ríen y observan detenidamente. Al parecer el trabajo administrativo se detuvo en los juzgados.
En el pasillo hay varios agentes recostados contra la pared. Casi inmóviles. El calor les hace escurrir sudor por sus rígidos semblantes.
Son las diez con quince minutos. El subdirector de la Policía, Howard Cotto, llega al tribunal acompañado de más agentes. También se muestra sorprendido y asegura tener todo preparado en caso que el juez decrete detención contra Flores.
“Nuestro deber es ejecutar la orden de captura, pero será el tribunal quien determine qué decisión tomar”, dice mientras camina entre el nudo de periodistas que lo cercan.
Minutos después entra un grupo de abogados querellantes. Se muestran Inconformes e indignados, como previendo lo que sucederá dentro de unas horas.
“El juez nos ha convocado a una audiencia especial. Esperamos que no sea con la intención de dejar este caso en la impunidad”, comenta uno de ellos.
Luego aparecen los dos abogados defensores del exmandatario. Sus declaraciones no son diferentes a las de otros actores. Para ellos también era una sorpresa la presencia del exgobernador en los tribunales de justicia.
Las once de la mañana. La impaciencia comienza a hacerse evidente en los rostros de los ahí presentes. El tedio es innegable cuando todo indica que habrá que esperar mucho tiempo para conseguir un dato nuevo.
Los camarógrafos no han despegado sus equipos de las ventanas del juzgado. Algunos husmean e informan lo que sucede al interior del juzgado. La escena no es clara. El secretario habla con fiscales, mientras que Flores espera serenamente sentado en la misma silla.
En la pantalla de mi teléfono móvil son las doce y media. Las primeras personas en salir del juzgado son los abogados querellantes. La expresión de sus caras lo dice todo. “Le decretaron arresto domiciliar – expresa Berta de León con cierto enfado – el juez considera que no hay peligro de fuga porque se ha presentado de forma voluntaria, pero nosotros vamos apelar esa decisión”.
La noticia corre como el viento. A partir de ahí, los periodistas esperamos con afán la salida del expresidente Flores. Todos queremos ubicarnos en el lugar indicado para captar las mejores imágenes o grabar sus declaraciones.
En ese momento, la Policía nos pide que desalojemos los pasillos para que el exmandatario tenga el paso libre. Pero después de cinco hora de espera no es fácil mantener el orden. Al final, todos salimos y esperamos afuera. Cámaras, micrófonos y grabadoras listas.
Instantes después aparece un pelotón de agentes del Grupo de Reacción Policial. Flores camina en medio de ellos a paso lento. Con el rostro erguido y sereno. Se conducen directo a la patrulla policial que lo trasladará a su vivienda.
Ahí va, el primer expresidente salvadoreño, procesado por delitos de corrupción, arrestado como un delincuente más. Las cámaras disparan una y otra vez. No hay duda. En El Salvador, puede considerarse la imagen del siglo.