Vivo cerca de la calle que desde Ciudad Merliot lleva hasta El Boquerón. La tarde del martes fue parte de un día normal hasta que miré lo que pasaba en esa calle: un intento de asalto que acabó con heridos de balas y una gran conmoción local.
Trataré de narrarles lo que vi. La verdad es que ese día almorcé más rápido que de costumbre. Tenía debía dejar mi casa a la 1.30 p.m. porque debía cumplir con un compromiso.
Esta vez mi madre me ayudaría a transportarme. Ese fue el convenio entre ambos. Pero a pesar de que generalmente cumplimos los horarios, me atrasé un poco. Mi madre y yo salimos de la casa como diez minutos más tarde de lo previsto.
Como ambos sabíamos que debíamos apresurarnos, mi madre condujo el auto un poco más rápido de lo normal.
En la colonia donde habito generalmente hay vigilantes en la entrada y la salida. Pero ese día noté que los vigilantes no estaban en sus puestos. Se lo comenté a mi madre. No sé por qué pero, a pesar de todo, creí que nada extraño pasaba. Creo que pensaba en otra cosa.
Pero cuando salíamos de la colonia, un hombre pasó corriendo frente al auto de mi madre. Entonces me percaté que ese hombre corría detrás de otro. Y, como si sólo hubiese sucedido un pestañeo, de una patada en el cuerpo logró detener a quien huía.
Fue extraño. Mi madre y yo quedamos en medio de aquello. Un hombre huía cojeando por la izquierda del auto y el otro lo perseguía por la derecha. El de la izquierda corría adolorido.
Aquello parecía una película de policías contra gánster, en Chicago, allá por los años treinta.
En el momento en que el hombre cayó al suelo, un guardia de seguridad lo apuntó con su rifle para impedir que se levantara.
En ese momento miré a mi madre y le dije: “le están pegando a un hombre”. Enseguida pregunté:”¿Qué pasará?”.
Cuando miré al hombre detenido, le vi mucha sangre en su brazo izquierdo. Por eso me inquietó saber qué pasaba. Mi madre se quedó callada. No sé si estaba tan asustada al mirar todo lo que nos rodeada, que prefirió callarse. Ella simplemente miraba a otro vigilante que nos decía que siguiéramos el camino como buenos parroquianos.
La situación era caótica. En la salida de la colonia estaban reunidos muchos vigilantes. Algunos estaban dentro de la caseta. Posiblemente llamaban a la policía para que acudiera a legitimar las detenciones o hasta los heridos por bala.
Otros vigilantes apuntaban con sus armas un vehículo azul totalmente polarizado. Nadie podía mirar nada hacia adentro. El carro había chocado con otros dos autos.
A lo salvadoreño, mucha gente se detenía para tratar de saber qué era lo que sucedía. Mi madre y yo optamos por salir de ese escenario de violencia.
Confieso que en el momento de que ocurrieron las detenciones me asusté. Soy joven y nunca encaré una situación en la que mirara que un ser humano apuntara con su arma de fuego a otro.
Pensé que, en cualquier momento, pudieron haberle disparado a mi madre frente a mi cara. Todavía toco madera cuando me acuerdo de eso. Pero, hubo un momento en que creí que se trataba de un choque de vehículos y que algún conductor furioso se lió a golpes con otro. Tal vez-pensé- se pelearon por quién tenía la culpa.
Media hora después supe la verdad. Sobre todo cuando llegaron cámaras de televisión y policías. Cuando eso ocurrió, cerraron el lugar. Ya nadie podía merodear el lugar.
En este país tan violento, trascendió la verdad: unos hombres trataron de asaltar a un ciudadano. Ante eso, sucedió un tiroteo entre la víctima, los asaltantes y los guardias de seguridad.
El hombre que tiraron al suelo frente a nosotros era un asaltante que estaba herido. Después nos enteramos de que un guardia también salió herido.
Decidimos regresar mas tarde a la casa porque habían cerrado las entradas a la colonia. Sólo se miraba una larga hilera de carros. A las 6:30 pm estábamos intentando entrar a la colonia por otro lugar pero también existía mucho tráfico. A las siete de la noche logré regresar a mi casa.
En el vecindario todos hablaban de la tentativa de asalto. Confieso que si hubiese sabido que mi madre y yo pasamos en medio de un asalto, posiblemente mis reacciones habrían sido otras.
Repito. Soy joven y nunca vía a nadie utilizar un arma. Ahora creo que no hay edad para no ser testigo de la violencia. Lamentablemente tendremos que acostumbrarnos a todo esto. Lo mejor será rezar un Padrenuestro antes de salir de la casa. Ya nadie respeta a nadie. Ni siquiera la vida ajena.
*Por razones de seguridad se omitió el nombre del testigo.