La escena era dantesca y chocante para los conductores, familiares y curiosos que circulaban en el kilómetro 38 de la carretera al aeropuerto monseñor Oscar Arnulfo Romero.
Dos fallecidos estaban tirados de espalda sobre el pavimento al tratar de huir del ataque armado y cuatro más estaban al interior del bus de la ruta 302.
Testigos dicen que tres pistoleros viajaban como pasajeros y dos más esperaban abordar la unidad en ese lugar. Hicieron señal de alto y cuando el autobús paró, todos los delincuentes sacaron las armas y dispararon a los pasajeros que se arremolinaron para salvar sus vidas.
Al parecer, los sujetos no buscaban a nadie en especial. No dijeron ni una palabra previo al ataque.
Entre los muertos estaba Carlos Alberto Ayala, un agricultor de 58 años residente en Jiquilisco, Usulután.
Ayala viajaba junto a su esposa M. R. y se dirigían a San Salvador para visitar a su hijo de 15 años (el más pequeño de todos), que está hospitalizado en el Benjamín Bloom aquejado de insuficiencia renal. El niño está postrado en cama, aferrado a una máquina que le purifica la sangre para seguir viviendo.
Según la sobreviviente, su compañero de vida regresó la tarde del jueves a la casa para bañarse, cambiarse de ropa, comer un poco y descansar.
Al inicio de la semana, don Carlos había estado al lado de su hijo, en el Bloom, acompañándolo en las diálisis mientras espera el trasplante de riñón para vivir normalmente.
“Los hechos sucedieron en un abrir y cerrar de ojos. Yo venía orando por mi hijo que está hospitalizado en el Bloom y Carlos me dijo: tirate al suelo… tírate al suelo… y sonaban los balazos adelante y atrás del bus. De ahí solo oía gritos y la gente trataba de salir. Vi a mi marido en el suelo del bus y de la camiseta ralladita lo jalaba y le decía “Calín” levántate… “Calin” levántate, pero no me respondió. Ya estaba muerto”, relató la mujer.
“Él trabajaba la milpa cerca de la casa y hoy no se qué voy hacer porque él era el que mantenía la casa y cuidaba de mi hijo que está muy grave. Yo soy diabética y hoy que se murió no se qué voy hacer”, dijo mientras las lágrimas corrían por sus mejillas.
De una de sus manos colgaba un maletín rosado, completamente manchado con la sangre de su compañero de vida. En el interior había ropa para ella y para él, ya que habían planeado permanecer unos días en el Boom, para cuidar de su hijo.
La sobreviviente no recuerda los rostros de los asesinos pero relató que junto a su esposo viajaban en otra unidad. Para su desgracia, el bus tuvo desperfectos mecánicos y debieron cambiarse al bus que fue atacado.
“Medio me acuerdo que atrás venían dos hombres vestidos con uniforme del Fovial y que el bus llevaba todos los asientos ocupados. Algunas personas viajaban de pie”, comentó.
Mientras recordaba lo ocurrido, llegó un agente de la PNC acompañado de un fiscal y le prohibieron dar más información. Fue llevada a un vehículo particular para mantener en reserva su identidad.
En el mismo autobús falleció Silvia Lorena, de aproximadamente 23 años, quien se dedicaba a vender golosinas en las unidades de transporte colectivo.
Un colega comerciante la recuerda como una mujer tranquila y muy llevadera con el resto de vendedores.
Sobre los heridos no hay un dato certero sobre el número total porque algunos lesionados fueron llevados a Zacatecoluca y otros a San Salvador.
Se dijo que los delincuentes huyeron a bordo de un automóvil y la Policía montó un dispositivo de seguridad para identificarlos y, por supuesto, capturarlos.
La Dirección General de Centros Penales confirmó que dos de los muertos en ataque armado al autobús de la ruta 302, eran custodios del penal de máxima seguridad de Zacatecoluca, departamento de La Paz.
Las víctimas fueron identificadas como Gerardo Mena Escobar y Gerson Ulises Reyes, por ello no se descarta que el ataque era dirigido a ellos.