Hace 23 años, don Roberto nunca se imaginó que su casa se convertiría en una especie de cárcel de un gueto en plena ciudad y a la vista de todos. Nunca pensó que esa inversión que hiciera junto a su esposa estrenándose como madre trazaría una línea definitoria en su familia.
Si le hubiesen dicho que las pandillas se tomarían los espacios y que los disparos serían el desayuno, almuerzo y cena para los que viven en esta zona conocida como La Súper Manzana en Mejicanos, no lo hubiese creído.
Hoy en día, vivir con miedo para él, su esposa y sus dos hijos es lo más común. Sobre todo, la precaución es la guía número uno. “Los horarios de salir a la calle han cambiado, se sale slo por necesidad, se hace con la mayor claridad que tenga el día. Incluso para ir a la tienda, tratamos de que sea un poco más temprano para no salir de noche”, relata don Roberto.
Pero la luz del sol tampoco ha sido un halo protector para estas familias, como lo fue antes. Don Roberto asegura que desde hace aproximadamente un mes que las balaceras se oyen a cualquier hora del día. Caen los muertos en las zonas aledañas y ya no hay oscuridad que cubra los crímenes, no como antes. Ahora la luz y el vapor sofocante de los días también son testigos de los asesinatos en el lugar.
Y es que el problema, asegura don Roberto, lleva años en la zona; sin embargo, pocos saben que lo único que divide una pandilla con otra es la calle Zacamil, la que va desde la avenida Bernal, pasa por el centro comercial Metrópolis y rodea el redondel frente al hospital Zacamil.
Las comunidades que están al norte de la calle, del lado del centro comercial, están dominadas por la Mara Salvatrucha, y las que están al sur de la calle, del lado de Fe y Alegría están dominadas por la M-18.
Don Roberto confiesa que pasar de una comunidad a otra, cruzándose la calle, es casi un suicidio. “Yo por eso le digo a mis hijos que aunque tengamos que caminar más, eviten pasar por ahí, tanto por la comunidad Emanuel (M-18) como por la Raúl Rivas (MS). También evitamos pasar en frente de La Gran Manzana”, admite. Parece ser que por cualquier sitio que se manejen peligran ante la criminalidad de la zona.
Gracias al arduo trabajo y tesón de don Roberto, ha logrado tener un pequeño carrito, no pasa de ser un modelo 85. Lo necesita por su trabajo, pero también por su seguridad. Por años, se ha dedicado al oficio de fontanero y, es de esos que incluso destapan cañerías sin romper, o solucionan un problema en el cuarto piso de un edificio sin problema.
Asegura que hay zonas en las que ya no puede entrar, o que incluso se hace acompañar por alguien que sí conozcan para que no tenga problema. “También evito llevar a mi hijo mayor a que me ayude, no vaya a ser que una de esas me lo quieran fregar por ser joven”, advierte.
Tensa calma
Vivir en esta zona es una suerte de aventura para estas familias. A ratos una tensa calma abriga a estos hogares y a ratos gana la zozobra. “Cuando hay operativos y capturas, como ahora, las cosas se calman, pero esto es pasajero, una vez salen de las cárceles y todo vuelve a ser un caos, a veces es peor cuando salen, porque uno no sabe los movimientos que hacen”, evalúa.
“Hace unos días, se intentaron meter a mi casa, pero luego hicieron unas capturas y se llevaron a toda esa gente, por otros crímenes. Mataron a un señor que extorsionaban, los capturaron y ahora estamos tranquilos. Pero quién sabe cuánto va a durar esto, porque cuando salgan a saber si van a querer volver a meterse”, relata.
Lo más difícil de estas familias, es que poco confían en las autoridades, incluso las vinculan con los mismos pandilleros que dominan la zona. “La misma autoridad es bien corrupta, menos del 50% andan trabajando por lo correcto. Si alguien murmura algo, la misma policía los delata con nombre apellido y hasta direcciones dan”, dice.
Y es que el problema de sentirse encerrado, aprisionado en su propia casa debe ser algo desesperante. “Es un círculo bien pequeño donde uno puede moverse y a veces conviene hacerlo pero con silencio, uno depende de los movimientos de los demás”, admite.
Don Roberto admite que, si pudiera, hace ratos hubiera dejado esa casa donde vive; sin embargo, hace apenas tres años que logró que el Fondo Nacional para la Vivienda Popular (FONAVIPO) le entregara el finiquito de su deuda. Es su casa, la que con el sudor de su espalda ha logrado heredarles a sus hijos, así que abandonarla no es un asunto tan sencillo.
Usurpadores
Otros han corrido otra suerte y decidieron dejar sus casas en esta zona, dejarlas a la buena de Dios, sin importar si hay finiquitos del Fondo o no. Hoy en día, estas se han convertido en frentes de las pandillas, en casas destroyer, en cualquier cosa que se les ocurra, menos en un hogar.
Don Roberto también un conoce un caso de estos cercano a su casa. Es un muchacho, con negocios un poco turbios, asegura, quien sin qué ni para qué se adueño de una casa y ahora hasta la alquila por el doble de lo que cuesta.
“La casa estaba en alquiler, pero había entrado en mora. Entonces, el muchacho ese contrató un cerrajero, abrieron la puerta con mañas, y le pidió que le dejara una copia de la llave. Después, ya con llave en mano, le aseguró al que alquilaba que el dueño le había dejado la casa a él y ni modo tuvo que desocuparla”, cuenta don Roberto.
Asegura que usó todo tipo de artimañas. Y para suerte del usurpador, la casa también se encontraba en mora con el FONAVIPO. Entonces, hoy en día ya está por escriturar este inmueble. Incluso, lo alquila al doble del precio real a otros jóvenes, explica don Roberto.
“Ojalá que todas estas casas que han estado saliendo en las noticias con los operativos, de verdad las recuperen, que no sea solo la bulla, porque después ya no las quieren dejar. Arreglan los papeles con abogados corruptos y se terminan adueñando de eso”, comenta con preocupación.
Don Roberto admite que son años los que llevan esta zozobra, esta cruz a cuestas. No tiene nada que ver la tregua entre pandillas, ni la pobreza, ni las elecciones. Estas familias llevan años sorteándose todos los días las balas, las malas miradas de un homeboy o estar en el sitio erróneo en el momento equivocado. “Solo esperemos que esto dure un poco más esta vez”, sentencia don Roberto.