El personaje de James Bond se le pegó al cuerpo como una segunda piel, pero Connery, Sean Connery, que murió este sábado a los 90 años, supo trascender al agente secreto para convertirse en uno de los actores más célebres del final del siglo XX.
El hombre que lució quizá las cejas más formidables de la historia del cine falleció durante la noche rodeado por su familia en su casa en Nassau (Bahamas) tras «haber estado enfermo un tiempo», según dijo a la BBC su único hijo, Jason Connery.
La familia organizará una ceremonia privada para despedirle y un homenaje en su memoria «cuando el coronavirus haya terminado».
Hacía tiempo que no se tenían noticias del actor, retirado de la vida pública en 2011 para pasar sus últimos años junto a su mujer, la francesa Michele Roquebrune, en las Bahamas. Según ella, además, sufría demencia lo que le impidió, en sus últimos años de vida, relacionarse plenamente con los demás.
Pero si tuvo una virtud, esa fue precisamente la de hacer perdurar su carrera a través de las generaciones.
No es de extrañar, por tanto, que su magnetismo y seducción atrajesen a todo tipo de público y de todas las edades, ya fuese como el hipersensual James Bond de sus inicios al gruñón padre de Harrison Ford en «Indiana Jones y la Última Cruzada» (1989).
La suya no fue una carrera jalonada por los premios ni ensalzada por los directores de culto. Aunque rodó con John Huston, Brian de Palma, Sidney Lumet o Alfred Hitchcock (en «Marnie la ladrona») gozó más del aplauso del público que de la crítica, en una filmografía llena de películas cuya sola presencia ya hacía taquilleras.
Los ha habido más grandes, pero pocos con esa capacidad de aparecer en tal cantidad de películas inolvidables para el espectador. Muchas de ellas, aventuras más grandes que el cine.
El mejor Bond
El duro carácter de Connery se forjó en las calles de su Edimburgo natal, donde trabajó repartiendo leche y donde destacó como futbolista, ayudado por una impresionante planta física (medía 1,88 metros).
Siempre fiel a su Escocia natal, sus humildes orígenes imprimieron en él un carácter fuerte, con gran sentido de clase, y lo llevaron a adoptar en público posiciones controvertidas.
Desde niño se empleó en todo tipo de trabajos alimenticios para ganarse la vida hasta lograr la oportunidad de debutar en el cine a finales de los años 50 con papeles habitualmente secundarios.
Pero Dr. No llamó a su puerta en 1962, y nada volvería a ser lo mismo. Con su primera aparición como el carismático agente 007 de las novelas de Ian Fleming ascendió a un estrellato que otras cinco películas de la serie solo consolidaron.
Era ya un rostro adorado por las masas, pero como suele suceder acabó harto del personaje. Los años 70 trajeron películas como «The man who would be king» (1975), junto a su amigo Michael Caine, o «Robin and Marian» (1976), que cimentaron su imagen de seductor aventurero.
El reconocimiento con un Oscar de la Academia le llegó de la mano de un duro policía que daba caza a Elliot Ness en «The Untouchables», por el que fue reconocido como mejor actor secundario en 1987.
La recta final de su carrera, ya en torno a los 60 años, le procuró una nueva generación de seguidores, entusiasmados por ese hombre calvo sin complejos (le llevó un tiempo aceptarlo) que seguía dominando la pantalla con su presencia en cintas de acción y aventuras.
«El ingenio y encanto que lució en la pantalla podían medirse en megavatios: ayudó a crear el taquillazo moderno», se despidió de él su heredero como 007, Daniel Craig.
Posiciones polémicas
Si el Connery cinematográfico siempre quedó a salvo, incluso tras sus últimos desastres de taquilla que le llevaron a retirarse en 2003, el personaje público se vio envuelto por la polémica tras declarar en más de una ocasión que veía lícito golpear a las mujeres «si las demás alternativas fallan».
Sus apariciones mostraban habitualmente a un hombre taciturno, proclive a las imprecaciones, y en no pocos sentidos contradictorio.
Defensor apasionado de la causa independentista escocesa y fundador de una ONG en su tierra natal para ayudar a niños desfavorecidos, Connery llevaba ya muchos años establecido en el paraíso fiscal de Bahamas, donde disfrutaba jugando al golf.
Cuando la ocasión lo requería, como cuando la reina Isabel II de Inglaterra lo nombró caballero, no dudó en hacer gala de su condición de escocés, enfundado en un tradicional «kilt» o falda escocesa.
«Fue una leyenda global, pero, ante todo, un escocés patriota y orgulloso. Su imponente presencia en la apertura del Parlamento escocés en 1999 mostró su amor por su país de nacimiento. Sean fue un defensor toda su vida de una Escocia independiente y quienes compartimos esa creencia le estamos en deuda de gratitud».
Así se despidió de él en Twitter la ministra principal de Escocia, la nacionalista Nicola Sturgeon, quien lo definió como «uno de los hijos más queridos de Escocia».