Dos salvadoreños que habitan en Nepal, país golpeado por un segundo terremoto, que establecieron comunicación la noche de este miércoles con con Diario 1, manifestaron estar a salvo.
Jonathan Morales, uno de los compatriotas en Katmandú, la capital, expresó que pudieron responder de mejor manera a este segundo sismo de 7.3 grados. Sin embargo, el panorama que entrevén “es difícil”.
Al menos 60 personas fallecidas, otra larga lista de edificios convertidos en escombros, sin energía eléctrica por varias horas, así como servicios de comunicación caídos, es el escenario que deja este nuevo terremoto localizado en Namche, un poblado aledaño al Everest y la frontera con el Tíbet.
Morales es uno de los pocos salvadoreños que se encuentran en Katmandú. Días atrás, Diario 1 publicó el relato de Morales tras el terremoto. > Lea: El testimonio de un salvadoreño que vivió secuelas del terremoto en Nepal. El segundo es Félix Orellana, el único que se contactó con la Embajada de El Salvador en La India –la más cercana a Nepal- y cuyo perfil es el único del que se guarda registro en Cancillería.
Desde el último terremoto, ambos viven en medio de estrés y medio: los edificios con cada sismo «bailan», la comida y el agua se agota, hay basura en las calles, insoportable mezcla de olores, contaminación, gente durmiendo en las calles… “Estamos tratando de sobrevivir”, comentó Orellana, de 30 años, casado con una nicaragüense y padre de una pequeña. “La experiencia ha sido traumática”, añade.
Las edificaciones antiguas que seguían en pie, y las mal construidas, terminaron de derribadas por el temblor. Morales vio niños, ancianos e, incluso, una mujer embarazada entre las personas que terminaron soterradas por el edificio contiguo a su apartamento que colapsó el pasado 25 de abril.
A dos semanas del catastrófico sismo de 7.8, en el que murieron cerca de 8 mil personas, Jonathan Morales aseguró que esta vez la gente se mantuvo “más alerta y despierta con la situación”. No obstante, recalcó que el país no estaba preparado para una crisis de esa magnitud; menos aquellas zonas de mayor pobreza.
Ahora, muchos de los residentes que se han quedado sin hogar o que viven aterrorizados a otra eventual catástrofe optan por correr a las calles o buscar las villas más cercanas a la capital, varias de estas ubicadas a tres horas de distancia.