Nicaragua lloró hoy la despedida de Teyler Leonardo, el bebé de 14 meses asesinado el sábado en Managua y sepultado este domingo entre lágrimas y gritos de dolor que salieron de gargantas rotas que claman justicia insistentemente desde el pasado 18 de abril, cuando comenzó la rebelión popular contra el presidente Daniel Ortega.
Teyler incrementó la triste cifra de menores muertos desde el inicio de las protestas, en las que certeras balas disparadas por efectivos policiales, parapoliciales y paramilitares se cobraron la vida de 218 personas, entre las cuales se contabilizan, según los organismos de la niñez, 17 víctimas que no llegaron a cumplir los 18 años.
Familiares y amigos de la familia de Teyler se congregaron en la humilde vivienda donde residía el bebé con sus padres, Nelson Lorío y Karina Navarrete, minutos antes de partir hacia el cementerio donde se dio sepultura al pequeño.
Pero Karina quería asegurarse de no estar viviendo un sueño, quería comprobar que, en realidad, su bebé se iba para siempre de la casa en la que dio sus primeros pasos, asegurarse de que no era una pesadilla; se resistía a creerse que su hijo estaba muerto, que lo que estaba viviendo fuera verdad.
«Despiértate, hijo, despierta», gritaba Navarrete, quien obligó a los presentes a sacar al pequeño del ataúd para cogerlo en sus brazos, donde pensaba que, tal vez, volvería a la vida, pero el pequeño cuerpo inerte de Teyler la devolvió a la realidad, una realidad que aún no ha asumido y que tardará en aceptar.
Mientras, las abuelas no cesaban de clamar justicia, de pedir que «paguen por las muertes de tantas personas, que paguen por la sangre derramada de tantos inocentes, lo van a pagar, Dios es justo».
Se referían al presidente Daniel Ortega y a su esposa y vicepresidenta del Gobierno, Rosario Murillo, a quienes la ciudadanía atribuye la culpabilidad de haber convertido a Nicaragua en una nación violenta, en un país cuyo aspecto se acerca peligrosamente, día tras día, al de una guerra civil.
Los llantos y gritos de dolor se acentuaron cuando Teyler, ya dentro del pequeño ataúd blanco, salió, por última vez, de la casa que lo vio nacer.
A la llegada al cementerio Milagro de Dios, donde el bebé descansará para siempre, la rabia se apoderó de los presentes: «justicia, justicia, justicia, que hagan lo mismo a los suyos a ver cómo se siente». Nuevamente, los gritos iban destinados a Ortega y Murillo.
Y del mismo modo continuó el pastor evangélico Reynaldo Lenín, quien ofició el ritual religioso de despedida de Teylor, cuyas voces fueron secundadas por los asistentes.
«Estamos en las manos de Dios, nicaragüenses, pongámonos en las oraciones del Señor, porque solamente él va a hacer y hará justicia por quienes matan a gente inocente, niños inocentes, de Dios nadie se escapa», repitió el pastor una y otra vez.
Lenín, quien conoce a la familia del bebé «de hace tiempo», explicó a los dolientes que «Teylor era un niño feliz, sonreía, era feliz con la familia que tenía, siempre sonriente, siempre contento y le han quitado la vida estos asesinos, pero pagarán con la justicia divina».
Desde el 18 de abril pasado Nicaragua atraviesa la crisis sociopolítica más sangrienta desde la década de 1980, con Ortega también como presidente.
Las protestas contra Ortega y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, comenzaron por unas fallidas reformas a la seguridad social y se convirtieron en un reclamo que pide la renuncia del mandatario, después de once años consecutivos en el poder, con acusaciones de abuso y corrupción en su contra