Albergues e iglesias que apoyan a migrantes en la fronteriza ciudad mexicana de Matamoros están al límite de su capacidad, un reflejo de la incesante ola migratoria que azota este municipio del noreste del país, donde hay además alerta máxima por contagios de coronavirus.
Estos centros se encuentran en una encrucijada por el arribo de centenares de migrantes en los últimos meses que buscan cruzar a Estados Unidos, y adolecen de falta de insumos para proveerles de lo necesario.
La ciudad fue conocida por el oprobioso campamento migrante a orillas del río Bravo, que llegó a albergar hasta 2.000 personas y fue símbolo de la dura política del expresidente estadounidense Donald Trump (2017-2021).
Este campamento fue desmantelado hace unos meses pero el fenómeno migrante permaneció, aunque con mayor sigilo, y volvió a extenderse hasta estallar de nuevo y revelar la vulnerabilidad tanto de los migrantes como de los activistas a favor de sus derechos.
De acuerdo a las cifras más recientes de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP), el pasado mes de mayo se arrestaron a más de 180.000 migrantes a lo largo de la frontera, la cifra más alta en más de dos décadas.
Mientras que según cifras del Gobierno mexicano, entre enero y abril de 2021 se han presentado ante la autoridad migratoria hasta 56.622 personas.
Al borde del colapso
“Me sobrepasaron el nivel de gente que puedo ayudar. La crisis está muy grande y ninguna autoridad municipal, estatal o federal, se ha acercado”, declaró este miércoles a Efe el pastor de la Iglesia Viento Recio, Víctor Barrientos.
El templo, ubicado en el sur de la localidad de medio millón de habitantes, contaba hace un mes con 300 personas, muy por encima de su capacidad ideal.
Ahora atiende a unas 80 personas tras canalizar a decenas de migrantes, muchos de ellas familias, a otros albergues del municipio.
Todo con el fin de garantizar su seguridad y darles mejores condiciones.
El líder religioso incluso instó al Gobierno municipal a abrir espacios, como una alberca (piscina) pública, para que puedan hospedarse allá.
A la deriva
Los migrantes centroamericanos y de diversos países, así como también mexicanos que estaban refugiados en la saturada iglesia, tuvieron este lunes que salir a la calle con sus pertenencias para buscar un nuevo lugar donde cobijarse.
E incluso pasaron la noche en la calle y, algunos pernoctaron en los techos de las viviendas que rodean el sitio.
Residentes del sector se apiadaron de los niños migrantes y en un principio se organizaron para proporcionarles sopa con frijoles.
Finalmente, los vecinos terminaron cocinando para los 130 adultos y 65 menores que todavía se mantenían en grupos al exterior del recinto religioso.
Piden ayuda
“Le hacemos un llamado siquiera al Gobierno, a las organizaciones, que se aboquen. Hay que ser conscientes de la situación en cuanto a pandemia, seguridad e higiene”, expresó el migrante venezolano Jhonatan Manuel Mané.
La pandemia en Matamoros se ha agudizado en las últimas semanas e incluso las autoridades de la Secretaría de Salud de Tamaulipas han catalogado en semáforo rojo (peligro máximo) al municipio, pues es la segunda urbe de la entidad con más casos activos, al registrar 470.
En la frontera norte tamaulipeca, Reynosa y Matamoros, ciudades donde se han concentrado el grueso de las familias migrantes, hay un riesgo por los constantes contagios de coronavirus que reportan diariamente las autoridades sanitarias.
Jhonatan arribó hace casi un mes a Matamoros con su esposa y 5 hijos, todos menores de edad, y ya se presentó ante las autoridades estadounidenses para solicitar asilo.
Pero tendrá que esperar a que se comuniquen con él, de acuerdo a lo que le informaron. “Ha estado un poco lento el proceso, pero es que cada persona y cada nacionalidad lleva un proceso distinto”, argumentó el originario de Caracas.
México inseguro
Los desplazados internos mexicanos se han insertado en los grupos de migrantes que buscan internarse en Estados Unidos.
Y al igual que el resto se sienten vulnerables al estar lejos de sus regiones, entre desconocidos y con un alto grado de temor por la delincuencia que existe en México.
“Como madre, lo único que me importa es ver que los niños estén lejos de las amenazas y la delincuencia”, pronunció Ericka Rodríguez Bravo, del sureño estado de Guerrero, uno de los más pobres del país.
Diez miembros de su familia llegaron a Matamoros en los últimos días. Primero durmieron en las calles y luego bajo un techo de una casa que una familia les proporcionó para que se protegieran del sol y la lluvia, sobre todo porque entre ellos se encuentra una niña recién nacida.
Huyeron de Guerrero tras la muerte a balazos de su padre y después de que su madre falleciera por enfermedades. Al querer vender sus tierras, solo recibieron amenazas que los hicieron salir de esa región y dirigirse al norte de México.
“Venimos huyendo, tocando puertas. Dios quería que nos ayuden por acá, estos niños peligran en las situaciones en las que andamos”, subraya.
De acuerdo a los reportes, en Matamoros han pasado a Estados Unidos 2.377 migrantes que formaban parte del Protocolo de Protección de Migrantes (MPP, en inglés) o «Remain in Mexico» (Permanecer en México), que durante la era Trump obligaba a estas personas a permanecer en México a la espera de sus citas en cortes estadounidenses.
Pero hasta el momento se desconoce la cantidad de migrantes en los últimos meses han llegado hasta este punto de la frontera con la intención de pedir asilo.