En Guantánamo, las guardias carcelarias mujeres son ‘persona non grata’: algunos detenidos musulmanes ven en su contacto diario una ofensa a su religión, pero las autoridades estadounidenses defienden su presencia.
Un juez militar acaba de prohibir la presencia de mujeres cerca de un prisionero iraquí que lo había pedido expresamente dado que rechazaba ser «tocado» por una mujer cuando era esposado y escoltado de su celda hasta el tribunal o para encontrarse con sus abogados.
«La fe musulmana exige que se evite cualquier contacto físico con toda mujer que no sea su esposa o miembro de su familia», escribió el juez J. Kirk Waits, dando la razón al prisionero Abd Al Hadi Al Iraqi.
Consultado sobre este pedido sin precedentes, el comandante de Guantánamo se dijo «contrario a toda discriminación».
«Si una guardia está encargada de un movimiento (del detenido), es que está calificada para esta misión. Punto», zanjó el contraalmirante Kyle Cozad.
Quitarle esta tarea «sería una discriminación de hecho contra un miembro de mi tropa capacitada para la misión», estima.
En una entrevista en los cuarteles generales de Guantánamo, el jefe del centro de detención recuerda «que hay mujeres entre los guardias de prisión y el personal médico penitenciario desde que el primer avión aterrizó desde Afganistán en enero de 2002» con los primeros detenidos a bordo.
Las mujeres «forman parte de nuestra historia», insiste. Ellas representan «entre 13 y 14%» de los soldados, una proporción comparable a la del Pentágono, y si un despliegue de tropas es enteramente masculino «no es más que pura coincidencia», afirma.
El moño, única marca de feminidad
En esta base naval estadounidense en Cuba, las mujeres soldado desplegadas en la prisión llevan los mismos trajes y las mismos botas que los hombres. El maquillaje y las joyas están proscritos. El único signo exterior de feminidad: el moño que ciñe sus cabellos a la nuca.
Pero por ser mujer, su misión a veces es incluso más difícil que para los hombres.
Una joven enfermera, encargada de la alimentación forzosa, reconoce que algunos prisioneros en huelga de hambre rechazan que ella les ate o les ponga la sonda nasogástrica, porque es mujer. Además, admite haberse limpiado «escupitajos».
«Pero yo seguí con mi trabajo», asegura la militar, identificada solamente como «Beeds» en su uniforme, para que los detenidos no sepan jamás su verdadero nombre. «Yo les decía que estaba allí como profesional médica», explica la enfermera en el hospital de la prisión.
«No ocurre a menudo» que un detenido rechace ser cuidado o alimentado por una enfermera o una auxiliar, dice a su lado una doctora, una mujer sonriente con pequeñas gafas ovaladas y que llegó a la base hace ocho meses.
«Intentamos responder a sus demandas si tienen una objeción», precisa, pero no siempre es posible encontrar un hombre para reemplazar a la soldado, «debido a nuestros efectivos limitados».
Las dos militares piensan que hay «una comprensión mutua del papel de cada uno». «Ellos deben protestar, y nosotros… nosotros debemos cumplir nuestra misión, y en la mayor parte de los casos, así es cómo esto sucede», añade.
Para Zach, el consejero cultural de la prisión, de confesión musulmana, su religión no prohíbe en nada ser cuidado o tocado por una mujer por razones médicas.
«Ellas no tocan más que la piel, llevan guantes, visten trajes, no es más que un trabajo», subraya este estadounidense de origen jordano, contratado por el Pentágono para servir de «pasarela» entre los detenidos y los guardias.
«Los extremistas juegan con la ignorancia de la gente. Desde que llegué en 2005, el tema ha estado sobre la mesa varias veces», cuenta, notoriamente furioso por esta lectura que se hace del Corán.
«Cuanta más atención prestamos a sus reivindicaciones, más alentamos el extremismo», advierte.