Dzhokhar Tsarnaev, el autor de los atentados de Boston condenado a muerte este viernes, parecía estar encaminado a ser un joven inmigrante normal adaptado a la sociedad estadounidense antes de lanzar los ataques del maratón de Boston de 2013 que dejaron 3 muertos y 264 heridos.
El chico que se llamaba a sí mismo «Jahar» vivía una vida relativamente habitual para un estudiante universitario en Estados Unidos, iba a fiestas, contaba sus logros en Twitter y a veces fumaba marihuana.
No había manifestación alguna de extremismo islámico, ninguna causa de alarma. Se convirtió en ciudadano de Estados Unidos un año antes del 15 de abril de 2013, fecha de los atentados, y asistía a la Universidad de Massachusetts.
Pero como en una historia en la que el sueño americano se convierte en pesadilla, el niño que llegó con su familia de Kirguistán en 2002 fue condenado a muerte este viernes por su autoría en los peores ataques en suelo estadounidense desde el 11 de septiembre de 2001.
Dzhokhar, de 21 años, fue hallado culpable de los 30 cargos que se le imputaban por esos hechos, que perpetró con su hermano mayor Tamerlan, de 26 años por entonces y abatido por la policía días después del ataque cuando ambos intentaban huir de Boston.
Según las autoridades, los Tsarnaev fabricaron las bombas artesanales siguiendo las instrucciones de una revista en inglés de la organización terrorista Al Qaida.
Cuando el más joven de los Tsarnaev fue detenido, gravemente herido, su fotografía -de un chico de 19 años con el pelo oscuro enrulado y barba-, dio la vuelta al mundo.
Hoy en día el cabello negro sigue siendo el mismo, pero el rostro se ha vuelto demacrado. Rodeado de sus cinco abogados, Dzhokhar no mostró emoción alguna durante la mayor parte del juicio, no habló en público y apenas hizo algún comentario con sus letrados.
Este viernes, escuchó con la misma actitud la sentencia a muerte en su contra.
Su único gesto que vio el jurado fue una foto tomada de una filmación en la que aparece elevando su dedo mayor a la cámara de vigilancia antes de su primera presentación en los tribunales.
Sus abogados argumentaron que se trató de un gesto sin significado de parte de un joven aburrido, pero la fiscalía usó ese vídeo para mostrarlo como un asesino sin remordimientos y despiadado.
Un joven sin estrés
Tsarnaev no estuvo esposado ni tuvo sus pies con grilletes durante el proceso. Cuando el juez le pidió que se pusiese de pie para que lo viesen los jurados, lo hizo de manera mecánica y de inmediato volvió a sentarse.
En general, durante el proceso, no miró al jurado y apuntó su vista al suelo.
Desde su detención, estuvo encarcelado en aislamiento casi total en la prisión hospital de Fort Devens, a 70 kilómetros de Boston.
Todas sus visitas son monitoreadas y solo sus abogados y monjas pueden verlo. No tiene permitido ningún contacto físicos.
Su padre oriundo de Chechenia y su madre de Daguestán abandonaron Estados Unidos y regresaron a Rusia antes de los ataques. Aparentemente nunca volvieron para visitar a su hijo.
Dzhokhar tiene los llamados telefónicos limitados a su familia más cercana, siempre bajo control de las autoridades. Puede escribir una carta por semana.
Como estudiante, vivía en el campus de la Universidad de Massachusetts en Dartmouth (al sur de Boston) y estaba bien integrado.
Solo un mensaje en el bote en el que fue hallado cuando se lo detuvo mostró un posible motivo detrás de su crimen, explicando el ataque como una venganza por las guerras de Estados Unidos en Irak y Afganistán.
Todo un cambio respecto del tono de un mensaje de Twitter escrito dos días después de los ataques: «soy un tipo de joven sin estrés», publicó en su cuenta de esa red social.
Sus conocidos y amigos lo recuerdan cono un chico tranquilo, que seguía a su hermano mayor Tamerlan.
El hijo del propietario de un apartamento alquilado por los Tsarnaev describió sus impresiones de Dzhokhar a la edad de ocho años, cuando su familia llegó a Estados Unidos.
«Era muy dulce y un poco tímido», dijo Sam Lipson.
Otro testigo recordó que cuando Tamerlan estaba cerca, Dzhokhar apenas hablaba.
«Era como una mascota siguiendo a su hermano», afirmó John Curran, exentrenador de boxeo de Tamerlan.