Luis cubrió toda la guerra. Vivió días enteros bajo las balas. Sus fotografías recorrieron el mundo bajo contrato con la Prensa Asociada (AP). Cientos de sus fotografías sobre la guerra salvadoreña las envió a Nueva York. Dichosamente están archivadas en la sede de AP. Las fotografías de la guerra que mantenía aquí, se quemaron, en un incendio, en los años noventa. Luis es un pozo de anécdota. Esto es lo que sabemos de su vida profesional.
El asesinato de Alejandro, el hijo de Mauricio Funes, lo convirtió en fotógrafo presidencial. El gobernante le prometió a uno de sus hijos que sería su fotógrafo personal. Pero, a Alejandro lo asesinó un desalmado en París . Eso le abrió las puertas a Luis Romero para que asumiera el papel de fotógrafo presidencial a pedido del mandatario.
Algo más ata a Luis Alberto Romero (58 años), con Mauricio Funes: la guerra dejó, a ambos, sin dos hermanos. Presumiblemente fueron asesinados por miembros de los escuadrones de la muerte.
La diferencia es que a Mauricio Funes le mataron su hermano mayor. A Luis le mataron a una hermana, gemela idéntica de otra hermana suya que le sobrevivió. Ella desapareció después de participar en una reunión de jóvenes universitarios. Nunca la volvieron a ver. Ni siquiera apareció su cadáver.
A Luis le llaman “muñeca”. Los periodistas le dicen así desde que un día, la hija de una empleada de su madre, una empeñosa contadora pública, le llamó de esa manera ante otro periodista. Desde entonces, su verdadero nombre desapareció para muchos. Eso, sin embargo, no le molesta.
Luis es un pozo de anécdotas. También un bromista que no para de reír. Es un hombre de tan buen humor que casi apostaría que nunca ha llorado y, quizá, es un hombre inmensamente feliz.
A los ocho años, Luis se quedó sin padre . Dice que su vida es producto de un esfuerzo y un verdadero accidente de la naturaleza. Su padre, un abogado, lo engendró casi a los ochenta años. Eso lo hace reír y le permite construir toda clase de bromas o teorías sexuales.
Luis es pequeño. Ríe a carcajadas. Siempre está activo y es impaciente. Tal vez está construido con el sentido de la urgencia. Su cara redonda, cubierta con anteojos que atenúan unos ojos taladrantes con alguna miopía, siempre se mueve de un lado a otro. La verdad es que Luis no puede estar quieto.
La relación de Luis con medios de comunicación salvadoreños comienza allá por 1978. En ese año acababa de graduarse como bachiller en el Colegio García Flamenco cuando se fue a trabajar a una gasolinera, durante las vacaciones.
Allí servía gasolina. En esa época no había mucho que hacer y la universidad pública estaba cerrada por el Ejército. Los militares lo habían ordenado así. Por eso no pudo saltar a una universidad apenas de graduó en la secundaria.
En esa gasolinera de la capital llegaba a cargar combustibles Roberto López Parker, quien era el jefe de ingenieros de Canal 6. La “muñeca” conocía, además, a un sobrino de Parker que vivía en Quezaltenango, Guatemala.
¿Cómo podían ser tan amigos viviendo a tanta distancia? Por una sola razón: a ambos les gustaba escuchar radioemisoras en aparatos de onda corta, una afición que, en los años setenta, mantenían muchos jóvenes centroamericanos. Estar conectados con otros países no era una necesidad. Mucho menos era ocio. Era una necesidad de quienes querían estar informados de lo que pasaba en el mundo.
En ese tiempo se compraban radios especialmente diseñados para escuchar radioemisoras de Holanda, Estados Unidos, Cuba y muchos otros países. ¡Hasta Radio Pekín se podía escuchar! Y Luis era uno de esos extraños aficionados a escuchar radios de onda corta.
Lo normal, en ese tiempo, es que Luis, y su amigo que vivía en Guatemala, enviaran cartas a esas radioemisoras. A vuelta de correo les remitían banderines y otros recuerdos.
Entonces, inspirado en la amistad que mantenía con su sobrino, Luis le pidió trabajo a Parker en Canal 6. Sabía que ese sería su primer contacto con un medio de comunicación nacional.
Así fue como, de pronto, se miró parado en un centro de mando de una televisora donde ayudaba hasta jalar cables o a anidar micrófonos. Una vez en canal 6, como lo dice, “trasteaba” cámaras y comenzó a acercarse al periodismo, a los programas en vivo y a las series de televisión.
Inquieto, atrevido y creativo, Luis compró, además, su primera cámara de lente fijo. Y hasta pensó a meterse al oficio de periodista. Algo le quemaba adentro. Llevaba la pasión necesaria para tocar las aguas de quienes informaban.
Mientras trabajaba en Canal 6, tomaba una pequeña cámara, los fines de semana, y se lanzaba a tomar fotografías de paisajes. Hasta los perros de su barrio se convirtieron en héroes de su cámara andante.
Violencia y marchas
Cuando Luis comenzó a travesear sus primeras cámaras fotográficas, arrancaban los tiempos convulsos en el país. A finales de la década de los años setenta, ya se producían marchas de protestas y masacres de estudiantes, sindicalistas y trabajadores en las calles. Las ideas políticas se habían radicalizado. Los entendimientos sociales desaparecieron.
Luis decidió tomar sus primeras fotografías de esas marchas de protestas donde se encontraba a fotógrafos estadounidenses profesionales rodeados de grandes destrezas y dotados de cámaras profesionales muy costosas. La mayoría de ellos laboraba para algunos de los principales periódicos del mundo o en prestigiosas agencias internacionales de noticias.
En ese tiempo, reabrieron la Universidad Nacional. Luis comenzó a estudiar derecho. Pero, no le gustó. Los textos legales los aguantó sólo un año. A “muñeca” lo atrajo más las balas y los atropellos en las marchas en el centro de la ciudad. Se aficionó a la “acción”, como dice, y entonces decidió estudiar periodismo. Lo hizo en la Universidad Matías Delgado donde, en 1981, obtuvo un título de técnico en periodismo.
Una vez que tuvo ese título en la mano, se salió de la televisión y comenzó su papel de periodista en la radio YSX, propiedad de la Iglesia Católica. Era la época en que Monseñor Oscar Arnulfo Romero ejercía una enorme influencia en el país.
Al mismo tiempo que Luis elaboraba notas periodísticas para esa emisora, mantenía su afición por la radio de onda corta. Ahí seguía escuchando despachos de noticias internacionales.
Y así pasó el tiempo hasta que un día se preguntó: ¿Cómo hacen los periódicos para recibir las noticias internacionales? Luis no sabía que a las redacciones llegaban esos despachos mediante máquinas y frecuencias especiales.
Luego de preguntarse eso, se fue a La Prensa Gráfica a pedir trabajo. No se lo dieron. Pero, sí le abrieron las puertas para escribir en las páginas editoriales. Aunque la oferta era buena para que se diera a conocer, la rechazó. Prefirió llegar al diario Colatino, en ese tiempo propiedad de la familia Pinto, y se reunió con Guillermo Machón Paz. A él le repitió su afán por los despachos internacionales pero Machón le respondió que no necesitaba un encargado de noticias internacionales.
Pero, Machón hizo algo por Luis que le selló la vida: lo transportó hasta la fotografía: como le dijo que tenía cámara, le dio un rollo de película en blanco y negro y le dijo que cuando tuviera escenas, se las llevara y él le pagaría por eso. Pero, únicamente si las fotos eran publicadas en el diario Colatino.
Así comenzó Luis en la fotografía, mas o menos profesional. Tomó una rueda de caballitos, en el parque Cuscatlán, y se la publicaron en el diario Colatino. Luego empezó a hacer fotografías de las marchas y protestas o de acciones que tomaban los militares. Desde una simple golpiza hasta los más cruentos asesinatos.
En esos ajetreos de la calle conoció al periodista Iván Montecinos, quien era fotógrafo de la UPI( una agencia de prensa estadounidense). Desde entonces comenzó a relacionarse con periodistas locales, o internacionales. Esto significaría que acumularía una cultura diferente para trabajar las historias periodísticas.
Luis era inquieto. Siempre lo fue. Quería crecer dentro del periodismo. Por eso un día también se fue a Guatemala y pidió a un diario de ese país la corresponsalía en El Salvador. Como era sin paga, se la dieron. Pero, el carné lo dio status para abrir puertas que antes se cerraban.
Como fue creciendo en la fotografía, decidió establecer un pequeño laboratorio de revelado de rollos fotográficos en su casa. Fundó un cuarto oscuro y desde ahí imprimía las fotografías para el diario Colatino y aquellas que mandaba a Guatemala. Pronto, comenzó a ganarse un sitio en las portadas y contraportadas de al menos dos diarios, sobre todo cuando atrapaba choques entre el ejército y los guerrilleros cuyas fuerzas comenzaban a activarse.
Luis sabía que el secreto para llegar a tiempo a tomar una fotografía era estar informado en el momento en que ocurrían los hechos. Cuanto más frescos los hechos, mejores fotografías podía atrapar. Para ayudarse en eso usaba un radiocomunicador de once metros que compró y hasta un escaneador que le permitía escuchar hacia adonde se movía los socorristas, los bomberos, los cuerpos de socorro y otros.
Lo que hacía, aunque le gustaba, no le dejaba mucho dinero. A veces debía tomar fotografías en condiciones muy difíciles ( emboscado por la guerrilla o el ejército, por ejemplo), y le pagaban sólo tres colones por cada imagen. No le reconocían viáticos, ni transporte ni comidas. Nadie podía decir que Luis saldría rico de ese oficio de fotoperiodista que apenas nacía. Sin embargo, siguió adelante. Los obstáculos, la sed o el hambre no lo rindieron jamás. Tenía alma de periodista. Cuando se tiene, no hay marcha atrás jamás.
En una ocasión, tomó fotografías de una emboscada. Las llevó al Colatino y sólo le dieron 10 colones, a pesar de haber arriesgado su vida. El reclamó y, al final, le dieron 20 colones. Entonces, Machón se volvió y le dijo:” tú si eres pendejo….anda a seminarios o a actividades del gobierno que eso sí da dinero. No sé por qué traes esas cosas de guerrilleros y militares”.
Luis reflexionó sobre ese consejo y dijo:” no, eso de buscar dinero de esa manera no es lo mío”. Entonces pensó que lo mejor era trabajar con periodistas extranjeros que pagaran mejor por su oficio de fotoperiodista. O que, al menos, lo estimularan mejor.
Entonces, Luis Romero comenzó a colaborar con Prensa Asociada (AP). Al poco tiempo de iniciar esa colaboración, a los titulares de la agencia los despidieron y entonces a él le pidieron que fuera el encargado de las fotografías en El Salvador. Eso le abrió todas las posibilidades de caminar hacia nuevos retos y desafíos. También acabó como encargado del laboratorio de revelado de los rollos fotográficos y se instaló en una oficina que AP tenía en una habitación del hotel Intercontinental, por donde pasaban la mayoría de corresponsables extranjeros.
Además, comenzó a hacer trabajos fotográficos para AP en otros países Centroamericanos. En ese fatigoso trabajo se topó con corresponsales de la talla de Sam Dillon, Joe Frazier, la salvadoreña Any Cabrera y muchos personajes más.
Luis comenzó a enrollarse con los temás más importantes de Centroamérica, muy joven. La guerra salvadoreña, el ascenso de los sandinistas al poder en Nicaragua, las acciones de la guerrilla guatemalteca, las negociaciones de paz en Centroamérica y muchos otros temas.
Cuando se dio cuenta, había sido testigo de la más reciente historia centroamericana aunque, en el 2012, contabilizó 31 años de trabajo continuo con la AP. ¡Toda una vida! ¡Toda una historia! Eso sí, los estadounidenses nunca le pagaron una pensión laboral. Tampoco le cancelaron el seguro social. Mucho menos lo indemnizaron cuando los dejó. Y se desligó de AP ( Prensa Asociada), porque, con la crisis de las agencias internacionales, a los fotógrafos de casi todo el mundo le redujeron el salario. A Luis únicamente le dijeron que le pagarían por día trabajo y no un salario mensual.
En ese momento, Luis habló con David Rivas, el secretario de comunicaciones de la Presidencia de la República, y, desde entonces, trabaja en la Casa Presidencial. Es el jefe de otros dos fotógrafos que siempre están al lado del gobernante.
Rápido aprendizaje
Luis aprendió los secretos de la fotografía a base de coraje, esfuerzo personal y muchísima pasión. Leía todo lo que le cayera en sus manos sobre fotografía. Aprendió a revelar rollos fotográficos en blanco y negro y luego a color. Con los fotógrafos y periodistas estadounidenses aprendió muchísimo. Tomó su cultura y sus métodos, generalmente muy diferentes a los chapoteos de algunos periodistas que no hacen las cosas del todo bien.
En ese largo tránsito de Luis por la fotografía ha pasado por todo: desde lo básico hasta el aprendizaje acelerado de la fotografía digital.
La guerra le trae a Luis no sólo recuerdos sobre aventuras, o sobre las maneras cómo arriesgaba la vida por apresar una imagen con sus lentes. En septiembre de 1980, desapareció su hermana Teresa Romero. Aquello causó una enorme crisis en su hogar. Ella participaba en agrupaciones universitarias de la UCA. El la buscó por hospitales, en cuarteles militares y en todo sitio adonde sus fuerzas llegaran.
Incluso, ejerció influencias como fotógrafo de AP para tratar de encontrar a su hermana. Pero, nunca apareció. Nunca tuvieron pero ni una señal de ella. Sólo quienes le asesinaron sabe adonde está sepultado su cadáver.
“Eso fue traumático, duro. Nunca la encontramos. Ïbamos hasta Tutela Legal a ver fotografías de gente que aparecía muerta y nada. Jamás tuvimos ni un rastro de mi hermana”, dice Luis. Ahora se conforma con una reseña echa por los autores de un libro de la Comisión de la Verdad donde se dice que agente de la Policía de Hacienda, transformados en escuadrones de la muerte, la desaparecieron.
La guerra lo marcó
Luis habla riéndose y con la mirada escondida en unos anteojos de míope. “La guerra me marcó”, dice. “Me enseñó a percibir que la vida se va en menos de lo que uno cree. Y si con algo contribuí fue a mostrarle al mundo lo que pasaba en mi país. La verdad es que los medios locales no informaban la verdad sobre lo que pasaba”.
Luis pasó por varios trances difíciles para el ejercicio de su profesión. Recuerda que en el hotel Camino Real les tiraban cadáveres y aparecían rótulos en los que les decían que escribieran la verdad. Sabía que mucha gente los seguía y hasta estaban tentados de asesinarlos, sin pensarlo mucho.
El siempre pasaba escuchando Radio Venceremos para recibir informaciones no oficiales sobre combates. Eso significaba escuchar la otra cara de la verdad. Recuerda, incluso, que muchas veces recibía llamadas telefónicas de periodistas estadounidenses, con falta de talento, para la seguridad personal. Ellos le pedían informaciones y él respondía que no le hablaran por teléfono a su casa porque eso ponía en peligro su vida. Cuando eso pasaba, les pedía que hablaran en la oficina del hotel Intercontinental. “pendejos, creían que yo hablaría por teléfono lo que sabía”, dice.
Anécdotas
En tiempos de la guerra, para los periodistas era vital robarle secretos a las radiocomunicaciones del ejercito, la guerrilla o los cuerpos de socorro. Se sabía que adonde viajaran, encontrarías noticias frescas de un mundo violento como pocos.
Luis, y sus compañeros, mantenían un escaneador que les servía para escuchar las comunicaciones de la policía o los militares, aunque eso fuese una violación a las leyes de esa época.
Como siempre ocurría, un militar llegó hasta la habitación-oficina de la AP en el hotel Intercontinental y miró aquel aparato electrónico cuyo funcionamiento era ilegal en el país. Dos días después llegaron a la habitación dos miembros de la sección diplomática de la policía. Pidieron ver el equipo. La “muñeca” los engañó. Les dio un radio de onda corta y les dijo a las autoridades que eso era lo que buscaban. Las autoridades se marcharon pero algunas horas después se dieron cuenta que los habían engañado. Volvieron al hotel y se llevaron todos los aparatos que se encontraron en la habitación. “Miré cabrón, dejá de engañarnos”, le dijeron con violencia a Luis.
En la guerra también se gastaban bromas pesadas entre los mismos periodistas. En una ocasión, Luis y otros compañeros periodistas estadounidenses escucharon, en Radio Venceremos, que el batallón Atlacat había masacrado a un grupo de campesinos, cerca de San Vicente.
Luis se fue a ese lugar con Iván Montecinos, un periodista francés y un motorista. Cuando llegaron a las cercanías del lugar, comenzaron a caminar por un cañal. Sospechaban, eso sí, que por las cercanías podían estar algunos guerrilleros armados. Delante de ellos caminaba el motorista con una bandera blanca que, de alguna manera significaba que eran periodistas. De pronto, alguien les gritó desde otro sitio del cañal. ¡”Arriba las manos!”. El motorista alzó la bandera blanca y grito: “somos periodistas. No disparen.”. Luis le dijo al motorista: “seguí moviendo la bandera”. Segundos después les gritaron: “bajen las manos”. La “muñeca” y sus compañeros siguieron caminando y de nuevo les gritaron: “arriba las manos”. Todos volvieron a alzar las manos y a mover la bandera blanca. Otra vez les repitieron que bajaran las manos. El mismo ejercicio se repitió como en seis ocasiones: “arriba las manos…..abajo las manos”. Y así lo hicieron hasta que se dieron cuenta que los gritos venían de otros periodistas salvadoreños que habían llegado antes al cañal y al sitio de la matanza.
Aunque a los patronos de Luis Romero no se les puede poner una buena nota a la hora de estimular a un fotoperiodista bajo intenso riesgo, durante la guerra, a la “muñeca” lo enviaron, en Washington, a recibir cursos de primeros auxilios y desplazamientos en zonas hostiles. Pero, eso lo hicieron en 1999, cuando ya se habían firmado los Acuerdos de Paz. Lo hicieron motivados por la guerra de Irak.
Antes de eso, a Luis le enviaron chalecos antibalas, cascos especiales y máscaras antigas. Pero, ninguno de esos equipos impidió que algunas escenas marcaran, para siempre, a Luis. Algunas de esas escenas las recuerda hoy: los cuerpos de los masacrados que tiraban en el playón. También otros “tours”, como les llama, para fotografiar cadáveres en Soyapango, Samn Marcos, Mariona o ciudad Delgado. “Todos los días encontrábamos cadáveres”, dice.
¿Dormías tranquilo, a pesar de todo eso?, pregunté a Luis. “Sí porque todos los días nos poníamos a verga. Recuerdo a Patrick Hamilton. El había estado en Vietnam. Fue soldado de infantería en Vietnam. Le gustaba el ron nicaragüense Flor de Caña. Siempre tomábamos. Era una suerte de escape de aquel infierno en que vivíamos”.
¿Volverías a cubrir una guerra?
“Creo que no podría por la edad. Por lo gordo ya no podría salir corriendo. No puedo caminar mucho. Me gustaría hacer un libro. Pero, perdi mis archivos de 1980 a 1992. Los perdi en un incendio. Estoy tramitando para ver si voy a Nueva York a recuperar los archivos que enviaba a diario a esa ciudad donde estaba la sede de la AP. Esa guerra hay que documentarla. Nosotros cubríamos los dos lados. No solo un lado.
¿Cómo los trataban en esa época?
Con la guerrilla y el ejército teníamos contactos. Los gringos traían contactos con la guerrilla que hacían desde México o Nicaragua. Los guerrilleros se movían: dejaban comunicados en los baños…
¿Los contactos eran claves en esa época?
Uno llegaba a los frentes de guerra con contactos. Por ejemplo, con las FPL en Chalatenango. Yo propuse a la guerrilla que nos dieran credenciales. La gente nos recibía bien. Al final de la guerra teníamos buenos contactos. Recuerdo a Chano Guevara, a gente del Partido Comunista, en la Resistencia Nacional.
¿Y con personajes públicos?
Napoleón Duarte jodía con uno. Dabuisson era muy campechano. Otra gente nos decía que éramos rojos, que teníamos contacto con la subversión. A veces llegábamos a los mitines de ARENA y nos ponían calcomanías que decían que dijéramos la verdad. Otras veces nos rayaban los carros. Duarte a veces llegaba al hotel a dar declaraciones. Es uno de los personajes a quien más fotos les tomamos. También el coronel Monterrosa era muy asequible.
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