El negro se reafirma en la ciudad de la luz: en la moda o en el arte este color tradicionalmente asociado a la elegancia en París se impone con fuerza en una sociedad cada vez más pesimista.
¿Cuestión de estilo o influencia de la crisis reinante? Los especialistas esgrimen motivos diversos, pero todos concuerdan en que su omnipresencia es innegable.
Fuera de la moda, el negro también se ha adueñado de otros sectores, como el del maquillaje, y pese al anunciado regreso de los colores, las revistas siguen apostando por el «ultranoir», los ojos ahumados o los tonos carbón.
En la escena artística, desde este verano, los especialistas analizan las diferentes texturas del «outrenoir» («ultranegro», en español, en un juego de palabras con la expresión «ultramar», «outre-mer», en francés, ndr).
El vocablo fue apostillado por el célebre pintor francés maestro del negro Pierre Soulages, consagrado con la apertura la pasada primavera de un museo en Rodez (sur), su ciudad natal.
Las divergencias empiezan por las razones de esta corriente: nada que ver con la crisis o la depresión, aseguran los expertos del mundo de la moda. Simplemente, ese «no color» va por delante de todos los demás.
«El negro es impetuoso, es una actitud, la elegancia suprema y la suprema modernidad», asegura Sophie Lafite, del gabinete Promostyl.
«Chic, moderno y un color comodín», añade el modisto Michel Léger desde su boutique en el elegante barrio de Saint-Michel.
‘Círculo vicioso’
Tras el rigor zen japonés de los años 80-90, la difusión del negro ha venido de la mano de los rebeldes, los góticos o los «bikers», explica a la AFP el diseñador Christian Lacroix.
Ese color «ahoga los defectos del corte», y «garantiza un cierto aspecto, una cierta nobleza», continúa el creador, reconociendo que desde hace tiempo envidia a quienes «tienen por imagen de marca el minimalismo y el negro». Su propia firma tiene por insignia los colores del Sur, como los rojos y los naranjas brillantes.
En la actualidad, «en las tiendas, no proponemos gran cosa fuera del negro», admite Lacroix en una entrevista realizada por e-mail. El diseñador alude a un «círculo vicioso»: «Creemos que es lo que se va a vender, porque es lo que ya se ha vendido y… efectivamente, se vende».
«Es lo moderno, todos los arquitectos visten de negro. Es un color que permite por poco precio ser atrevido», considera Michel Léger.
El historiador del color Michel Pastoureau desdramatiza: «Hoy, el negro en la vestimenta no tiene nada de agresivo ni de tabú», escribe en su obra «Negro: historia de un color» (451 Editores).
«El negro es el tono que resiste más tiempo a los sucesivos lavados». Durante la Edad Media, los tintoreros dedicaron décadas a fijar ese color, que solo llevaban quienes podían permitírselo, ricos y poderosos, políticos o religiosos.
Pastoureau recuerda la multitud de expresiones de uso corriente que subrayan la dimensión «secreta, prohibida, amenazante o funesta» del color de una noche sin luna. La lista es larga: desde «oveja negra» a «serie negra», o «verlo todo negro».
Precisamente, los franceses son los «campeones del pesimismo colectivo», sostiene Emmanuel Rivière, director de la unidad estratégica de opinión en TNS Sofrès, un instituto de sondeos.
«Podríamos tomar la cuestión de la vestimenta como señal de ese pesimismo», dice a la AFP, matizando que existe también la «clara valoración de la elegancia» que los franceses otorgan al negro.
En cuanto a la confianza colectiva en el futuro, los franceses se encuentran a la cola de Europa a pesar de que la crisis está golpeando con mayor dureza a otros países, recuerda Rivière, basándose en un estudio de octubre de 2014 que comparaba la percepción en Francia, Alemania, España, Italia y Reino Unido.
«Los franceses tienen cierta tendencia a ver las cosas de forma negativa, pese a que en Francia todavía se vive bien», concuerda Karin Finkezeller, corresponsal en París del semanario alemán WirtschaftsWoche.
«Se habla mucho del ‘french bashing’ (tendencia a denigrar lo francés, ya sea por parte de los extranjeros o de los propios franceses), asegura la periodista, «pero a mí personalmente no me gusta. Prefiero hablar de la Francia que se mueve».
«En Francia, existe esa tendencia a ponerse las gafas de sol, pero con gafas de sol, es difícil ver la luz», concluye.