¿Entonces?
A veces la gente me acusa de tomar fotos oscuras, tristes, pero para mí significan algo. No creo que pueda cambiar el mundo pero creo que hay algo de terapia en lo que hago; sacar miedos y ansiedades en estos tiempos tan complicados; para mí es un arte que cumple un efecto catártico.
La fotografía es como la magia negra, necesitamos símbolos para decir cosas que son demasiado profundas para expresar con palabras. Más que magia, alquimia sería la palabra. Además es una de las artes más democráticas del mundo.
¿Por qué?
Muchos académicos se quejan porque ahora todo mundo se cree fotógrafo, tomándo imágenes desde sus teléfonos. A mí me encanta. Expresa una cierta libertad, ya puedes sacar fotos de todo lo que quieras.
Yo odio la academia. Nací en 1969, y tengo mucha influencia del punk. Yo me considero punk. Teníamos grupos como Led Zepelin, Pink Floyd y cuando empezó el punk, cualquier persona podía hacer un ruido horrible con su guitarra, usar cuatro acordes nada más, pero eso comunicaba algo. Yo vengo de esa filosofía pero aplicado a la fotografía.
Todos mejoramos con el tiempo, pero empezamos solo queriendo hacer algo chivo. Hacer algo chivo debería ser el motivo número uno del arte y la fotografía en lugar de obsesionarse por ganar premios.
-¿Crees que los premios le hacen daño a la fotografía?
En cierta parte sí. El mundo de la fotografía se me parece mucho al programa de televisión X Factor, con jueces, donde se decide quién es fotógrafo y quién no. A mí no me gusta eso, para mí si quieres hacer algo hazlo, en mi caso aprendí bien a hacer fotoperiodismo pero cuando empecé con mi trabajo propio regrese a los rollos viejos, a las cámaras jodidas, chiquitas. Así me metía a las cantinas mexicanas, tomando fotos en blanco y negro.
¡No tomaba tequila eso sí! Si tomo mucho tequila o cerveza pierdo interés en la fotografía. Con dos cervezas empiezo a olvidar dónde tengo la cámara, con tres o cuatro ya estoy en apertura. Hay momentos en los que uno ha tomado un par de tragos y sale una foto maravillosa. Pero es raro.
-Los excesos y las drogas, para varios artistas en general, suelen ser una fuente de inspiración…
Yo no puedo decirlo de mí mismo. He experimentado con cosas en mi vida, soy de la contracultura, pero no soy un creyente de que el exceso te lleva a un buen arte, por lo menos en mi caso. He compartido los excesos con las personas que he fotografiado para disfrutarlo y hacer un vínculo.
Entonces ¿de dónde viene? ¿Cuándo dices “de esto va a salir algo bueno”?
No creo que pasa cuando uno quiere. Si trabajamos mucho pasa de vez en cuando, no cuando planeamos. Me encanta estar en una situación con alguien o con grupo de personas que todo lo que saco es oro. Recuerdo que la mayoría de momentos no son así.
Para mí la fotografía es el arte de fallar, el arte de casi alcanzar lo que quieres hacer. Puedes sacar 3 mil fotos para obtener dos buenas. Realmente si sacas 10 fotos buenas al año ya eres chingón.
-¿Se puede vivir de la fotografía artística?
Claro que sí. No he parado de viajar en 4 años. Yo no resido en ningún lado, lo hago por la voluntad de Dios y de buenas gentes que tienen sofás. Rento un apartamento en Chicago y tengo dónde quedarme en el norte de México. Nunca estoy en un lugar más que 6, 7 semanas; es un poco difícil pero funciona.
Yo pienso dónde puedo irme, dónde puedo hacer algo que me deje dinero para seguir haciendo fotos. Trabajo eventos que hago en EE. UU., doy talleres y cosas así. Es un modelo de negocio muy extraño.
-¿Cómo llegaste a Centroamérica?
En 2011 había terminado de publicar un libro de fotos y no tenía la menor idea de lo que quería hacer después. Son esos momentos en que esperás una idea. Antes había estado aquí para dar una presentación del libro en la UCA. Armamos un taller de seis semanas en enero, y yo dije: “esto está perfecto, el taller es solo sábados y voy a tener seis días a la semana para caminar y tomar fotos. Hice un proyecto completo aquí, en Nicaragua y Guatemala; luego he regresado 3 veces a dar talleres en la UCA y creo que voy a volver en mayo.
¿Por qué venirte para acá y no a Sudamérica o Europa, por ejemplo?
Mi interés en Latinoamérica empieza precisamente por ser de Miami. Desde niño estuvimos leyendo sobre todas las guerras de Centroamérica en el Miami Herald; recuerdo cuando mataron a Monseñor Romero. Eso te da una ventanita y esa ventanita te da más curiosidad; es como el chico viendo a través del hueco en la pared a las niñas bailando, y ya quiere entrar. Eso me pasó con El Salvador, me gusta El Salvador más que Guatemala y que Honduras.
-¿Qué te gusta del país?
La gente. No quiero insultar a nadie pero dudo que alguien diga que San Salvador es bonito, que es como París o algo así. Es un lugar donde la gente es muy abierta. Si yo camino en el centro con la cámara puedo parar y hablar con casi cualquier persona, desde pandilleros, viejos que tocan música y personas que venden frutas.
La gente es buena onda acá, me recuerda la buena gente de Miami, no los ricos famosos y superficiales, sino los caribeños y cubanos que siempre están gritando en la calle. En México la gente es más calladita. Yo me siento más extranjero en México, más afuera de mi lugar, que aquí. Eso no tiene sentido lógico y geográfico.