Maurice Tillet es un personaje fascinante. Un tipo culto, inteligente y de conversación divertida atrapado en el cuerpo de un ogro. Se trata de un niño nacido en los Montes Urales y educado en buenos colegios por sus padres, un ingeniero ferroviario francés que junto a su familia decidieron emigrar del país cuando estalló la Revolución Bolchevique en 1917.
Se instalaron en Reims y posteriormente en Toulouse, donde Maurice comenzó a estudiar Derecho, carrera que ejerció hasta que la enfermedad que marcó su vida le impidió seguir haciéndolo. Era un tipo tierno pese a su monstruosa apariencia, una persona con una inteligencia muy superior a la media (hablaba 14 idiomas) y un joven que disfrutaba saliendo a bailar con las chicas, pero que en casa se deleitaba escuchando Chopin.
Sin embargo, a los 16 comenzó a notar anomalías en su crecimiento y a los 19 le detectaron una acromegalia, una enfermedad rara causada por un tumor en la glándula pituitaria y que provoca la producción excesiva de la hormona del crecimiento. En Maurice el tumor provocó un crecimiento vertiginoso de todos sus huesos.
Probó varias ocupaciones antes de alistarse a la Marina francesa y una de ellas fue el rugby. En 1926 fue seleccionado para representar a Francia en un partido en Londres tras el cual recibió la felicitación del rey Jorge V, quien le estrechó la mano
“Jugué al rugby porque me producía mucha satisfacción. Me hacía sentirme integrado en un equipo en el que me respetaban y me permitían desarrollarme físicamente. Esto era una liberación para mí”.
Tillet se alistó en la Marina, donde permaneció cinco años, antes de marcharse a Estados Unidoscansado de que le repudiasen por su físico. Y cuando estaba en la Marina conoció a un luchador profesional, Carl Pojello. Con él inició una profunda amistad y le introdujo en el mundo de la lucha libre. A mediados de los años 30 participó en algunos combates, pero el inicio de la Segunda Guerra Mundial provocó que tuviera que trasladarse a Estados Unidos para practicar este deporte. Fue conocido con muchos apodos, “El Monstruoso Ogro del Cuadrilátero”, “El Hombre más feo del Mundo”, “El Neanderthal”, entre otros, pero el que quedó para la historia fue el que le puso su madre cuando era un niño, El Ángel, El Ángel Francés.
Maurice se proclamó campeón del mundo de lucha libre al vencer el 13 de mayo 1940 a Steve Casey en Boston, siendo el culpable de que se disparase la pasión por la lucha libre gracias a que las multitudes se agolpaban para verle pelear. Se mantuvo invicto durante 19 meses, pero su enfermedad era degenerativa y su físico comenzó a sufrir las consecuencias. Era devoto católico y en 1947 el Papa le recibió en audiencia. Preguntado por el Santo Pontífice por su forma de vida, Maurice le respondió: «Desde que era un niño soy lo suficientemente maduro como para saber que siempre he sido objeto de curiosidad. Hace mucho tiempo que acepté mi apariencia y debo decirle que no tengo ningún complejo de inferioridad”.
Una derrota sufrida en una pelea en Singapur contra Bert Assirati, en 1953, le empujó a una depresión que le hizo enclaustrarse hasta su muerte. Durante esos últimos años se dedicó a conversar y jugar al ajedrez con amigos, pero antes de su muerte aceptó que le hicieran un molde de su rostro (del que hay tres réplicas) para que fuera expuesto en el Museo Internacional de Lucha en Iowa.
El 8 de septiembre de 1954, después de que le comunicasen que había fallecido su amigo Carl Pojello, quien ocupaba la habitación contigua en el hospital, el corazón de Maurice dejó de latir. Se fueron juntos, como dos buenos amigos. El gigante bonachón que quería ser estrella de cine lo fue, sin saberlo, años después cuando DreamWorks se inspiró en él para crear a Shrek, aunque la historia no tiene nada que ver con la suya, pero su imagen fue utilizada para la creación de este valeroso ogro verde que triunfa ante el mal.