Tras una odisea de más de una década y 6.000 millones de kilómetros de recorrido en el espacio, la sonda espacial europea Rosetta llegará el miércoles a su cita con un cometa para investigar el origen de estos enigmáticos cuerpos errantes del Sistema Solar.
El encuentro marcará una etapa clave en el proyecto más ambicioso jamás emprendido por la Agencia Espacial Europea (ESA). A más de 400 millones de kilómetros de la Tierra, la sonda Rosetta llegará a 100 kilómetros de su objetivo, el cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko. El encuentro pondrá fin a un periplo iniciado en marzo de 2004, que empezó con la sonda sobrevolando varias veces Marte y la Tierra para tomar impulso utilizando su fuerza gravitacional para ganar velocidad y siguió luego con un período de hibernación que le permitió ahorrar energía.
Tras una serie final de maniobras de frenado, Rosetta estará este miércoles a unos 100 kilómetros del cometa, una hazaña de navegación que, si todo sale bien, será el preludio a una exploración científica sin precedentes.
«Se necesitaron más de diez años para llegar hasta allí», explica Sylvain Lodiot, jefe de operaciones espaciales. «Ahora debemos aprender a amarrarnos al cometa y permanecer con él durante los próximos meses», asegura.
Brillantes en el cielo nocturno en su carrera solitaria alrededor del sol, los cometas han sido durante mucho tiempo agüero de hechos maravillosos o terribles: el nacimiento o la muerte de reyes y mesías, cosechas fabulosas, hambrunas o desastres. Los astrofísicos, sin embargo, ven a los cometas con ojos distintos. Estiman que son agregados de polvo y hielo primordial, escombros restantes del proceso de formación del Sistema Solar ocurrido hace 4.600 millones de años. Estas ‘bolas de nieve sucia’ podrían contener la clave para comprender cómo los planetas se formaron alrededor del Sol. Una de las teorías, conocida como la hipótesis de panspermia, es que los cometas, al interactuar con la Tierra, ayudaron a sembrar la vida en ella, al traerle agua y moléculas orgánicas.
Un «pato» en el cielo
Hasta ahora, las misiones de exploración de los cometas han sino muy escasas y se han limitado a sobrevolarlos. Fue el caso de la sonda norteamericana Stardust, que trajo de regreso a casa polvo dejado por la traza de un cometa, mientras que la sonda europea Giotto se acercó a 200 kilómetros de la superficie de otro.
El 11 de noviembre próximo, Rosetta se aproximará a unos pocos kilómetros del cometa, antes de hacer descender a su superficie un robot de laboratorio, Philae. Sobre la superficie, Philae realizará durante unos seis meses experimentos sobre la química y la textura del cometa. Una vez que Philae concluya su trabajo, Rosetta acompañará a ‘C-G’ en su periplo alrededor del Sol mientras se aleja en dirección de la órbita de Júpiter. Antes del «aterrizaje» de noviembre, los operadores de Rosetta tendrán sin embargo una montaña de trabajo por delante. Las primeras semanas, la tarea será ir conociendo al cometa, con órbitas alargadas a su alrededor y el escaneo de su superficie. La sonda deberá evitar los cristales de hielo y el polvo que rodean las capas más superficiales del cometa a medida que se acerca al Sol. Luego deberá buscar un sitio adecuado para el aterrizaje de Philae.
El mes pasado, a medida que Rosetta se aproximaba al cometa, sus cámaras revelaron que contrariamente a lo que algunos habían previsto, el cuerpo celeste no tiene la forma de una patata sino más bien la de un pato, con dos lóbulos, uno grande y otro pequeño, conectados por un «cuello». «Hay varias teorías para explicar esta forma, pero la más plausible, incluida en mi libro, es que proviene de dos cuerpos que se fusionaron en momentos en que se formaba el Sistema Solar», explica Philippe Lamy del Laboratorio de Astrofísica de Marsella (sur de Francia). La forma inesperada implica que las opciones para el lugar de aterrizaje podrían ser limitadas. «Uno puede razonablemente prever que ese imprevisto agregará nuevas limitaciones», advierte Lamy.