El Salvador
domingo 24 de noviembre de 2024

Sergio Mercurio, el titiritero de Latinoamérica

por Pabel Bolívar


Sergio Mercurio es conocido como "El Titiritero de Banfield" y presenta su espectáculo "Viejos de mí", en el teatro Poma. Ha recorrido el continente con sus personajes e historias a cuestas. Después de conversar con él creemos que su sobrenombre le queda corto: su vida y obra están intrínsecamente ligadas a Latinoamérica.

Este miércoles se estrenó en el teatro Poma “Viejos de mí”, la última pieza teatral de Sergio Mercurio, “El titiritero de Banfield”, un artista que cada vez que ha venido al país sorprende con su espectáculo, cargado de humor y meditaciones sobre la vida y la condición humana.

Con más de 20 años de exitosa carrera, tiene en su haber más de una decena de producciones, entre teatro, narrativa y creaciones cinematográficas. Confiesa que se sintió absorto, abrumado, cuando en el estreno del documental “El Garrafa, una película de fulbo”, 4.200 personas llenaron el estadio de su natal Banfield para lograr un record  de público en un estreno.

También está su vida en sí misma. La niñez, la pasión por Banfield, la intensa actividad política durante la dictadura. Sus tres meses en Mozambique, su viaje de 12 años por la geografía latinoamericana, su visión sobre el teatro. Sobre estas facetas poco conocidas habla a continuación.

-¿Cómo fue tu niñez en el barrio en que creciste?

Estuvo buenísima, cuando era chiquito la padecí porque creía que era distinto a los demás pibes. Ellos eran como salvajes, yo era muy retraído muy para adentro, muy tímido. Crecí en la época en que los pibes andaban todo el tiempo en la calle. Nací en Banfield este, casi yendo para Lanús, donde todavía no había asfalto, todo era calle de tierra, los juegos de los pibes era con las ranas, los sapos, matando pajaritos, robando frutas. Yo los veía más que nada, no participaba porque me daba vergüenza.

Pero lo más fantasioso que tengo de recuerdo de mi infancia tiene fue antes de los 6 años, antes de esa etapa estoy más marcado que después. Lo que me impactó es que siempre me sentí un observador. Por miedo y vergüenza no hacía lo que hacían los otros pibes; me hubiera gustado hacerlas pero no tenía el coraje. Yo veía a los chicos salir corriendo como locos detrás de un camión, se subían a la parte de atrás, llegaban hasta la esquina y gritaban. Era una cosa muy selvática. Quizás por eso en mis puestas en escena trato de proyectar todo eso que no pude hacer en mi infancia.

Te criaste en una época difícil en Argentina…

Claro, yo me “como” la dictadura desde la primaria hasta la secundaria. Fue una época bastante especial porque la palabra prohibido empieza a estar muy presente en la formación de mi personalidad. En la secundaria empecé a tomar la conciencia social, me pasó a esa edad porque mis padres estaban conscientes de que había una dictadura en el país. Había gente que se reunía en mi casa, hacían reuniones con personas que se organizaban, que charlaban sobre política. Se conocían libros, se escuchaba la música que era prohibida.  Yo sabía quiénes eran los escritores prohibida, me gustaba Mercedes Sosa, León Gieco, toda la música prohibida de entonces. Cuando uno se rodea en ese ambiente contestatario surge la pregunta ¿por qué no se puede cambiar? Yo creía que sí. Cuando pasan esas cuestiones yo me traté de involucrar.

– ¿No fuiste pasivo en ese entonces?

Para nada. Me metí a formar un centro de estudiantes en tercer año de  la secundaria, cuando tenía 14. Eso fue en 1982, cuando empieza a caer la dictadura. Con la democracia empiezo a trabajar y llegué a ser presidente del centro de estudiantes, luego también en la universidad donde estudiaba educación física.

El movimiento estudiantil era fuertísimo. Lo que se vivió en la época anterior a la llegada de la democracia fue uno de los periodos más intensos que he vivido. Yo pensaba que en ese momento lo que se venía era increíble. Pensaba que todos los problemas los habían creado los militares, nada más que ellos.

Por eso viví intensamente la llegada de la democracia, la libertad, tener el pelo largo, andar por la calle sin documentos, el que la policía no pueda más mandarte… fue una cosa de mucha efusividad para mí, de mucho descubrimiento.

-Si había tanta expectativa con la democracia ¿por qué decidiste salir del país? ¿Qué pasó?

Cuando viene la democracia empiezo a trabajar en una villa haciendo alfabetización y ahí me empiezo a desencantar. Me doy cuenta de que todo es una búsqueda de votos, no era un trabajo real. Cuando pasaba el tiempo te dejaban solo, entonces empiezo a pensar que el problema era la Argentina. Que esa libertad que yo deseaba no funcionaba por los argentinos o por las organizaciones políticas argentinas.

Ya en el 85 había ido a Cuba y dije “ah no, pero ahí la revolución socialista es otra historia”. Por eso años después me voy a Mozambique, descreído de lo que pasaba en mi país. Estando allá me “cayeron fichas” de las realidades políticas, pero lo que me di cuenta más que nada es que la experiencia de viajar tiene una riqueza muy grande. Yo estoy tres meses en Mozambique y parece que estuve 5 años. En el momento en que yo empiezo a contarlo en mi diario de viaje,  voy por el tercer día y ya pasaron tres meses. La toma de decisiones, el caer en un mundo como África me hizo abrir mucho más la conciencia. En África se me hizo más aguda la duda sobre mi origen. ¿De dónde vengo? no sé de dónde vengo. Me parece que los africanos saben más de mí que yo mismo.

¿Pudiste responder esa pregunta cuando decidiste viajar por Latinoamérica durante 12 años?

En Mozambique yo agarro y digo “basta, me voy a ir de África”.  No porque hubiera querido – porque me encanta– pero sentía que cada vez que me hicieran esa pregunta yo la iba a poder contestar para mí si hacía ese viaje. Por eso demoro todo ese tiempo y aunque volví a Banfield, después de los 12 años el viaje y las interrogantes continuaron.

Creo que esa especia de certidumbre llega hasta ahora, que en cierta parte termina hoy acá en El Salvador, con esta nueva obra. Después de volver de África y del viaje a Latinoamérica me doy cuenta que soy de este lugar. Por ejemplo, yo soy más de este teatro salvadoreño que de un teatro de Buenos Aires.

-El escritor Julio Cortázar decía que a él, desde París, le fue dado conocer su condición de latinoamericano. Claro, él hablaba desde un país desarrollado, en cambio vos hiciste ese descubrimiento en países periféricos, del “tercer mundo”…

Eso que vos decís es concreto y creo que muchos viajeros lo viven. A mí nunca me interesó el tema del primer mundo, tal vez porque  Banfield está a 20 km de Buenos Aires y Buenos Aires se cree el primer mundo de Latinoamérica. Lo primero que me pasó después de la llegada de la democracia fue darme cuenta de que no quería estar en Buenos Aires, que los “porteños” tenían un registro del mundo que yo no lo tenía y no lo compartía. Por eso mismo empiezo a buscar otros lugares, no lo que me lleve a Buenos Aires, porque ¿qué diferencia había entre Buenos Aires y París por ejemplo. ¿Para luego querer volver a Buenos Aires? Eso nunca me interesó.

Yo me había ido a Maputo, en Mozambique. Cuando mencionaba a alguien de Argentina que vivía en Maputo lo primero que pensaban era que los estaba puteando.  Yo entonces podía enseñarles a ellos lo que era vivir aquí.

Las cosas que yo aprendí ahí son muy parecidas a las cosas que aprendí en lugares que según el primer mundo son el tercer mundo. Para mí este es mi primer mundo, o este es el mundo en el que quiero andar.

-¿Cómo fue el reencuentro con tu barrio?

En el tiempo que estuve fuera lo único que creció siempre en mi viaje fue Banfield. El reencuentro fue dificilísimo, porque me fui con bronca.  Después de la época de la frustración, vino el entusiasmo. Llegué en 2004  y ahora, 9 años después, estoy en el mejor momento.

Ahora camino por Banfield como quería caminar, siempre tranquilo, alguna gente me conoce, los saludo, sigo mi vida. Es un pueblo Banfield, y a mí me gusta eso. Tengo el periódico de mi pueblo, El Banfileño, lo reparto en la calle, a la gente le gusta, intercambiamos cuatro palabras, se van, tomo un café, voy a la cancha, me junto con mis amigos en la cancha. Ahora siento que tengo una buena relación con Banfield.

–En más de 20 años de carrera has escrito libros, filmado películas y documentales ¿Lo de los títeres cómo surgió? ¿Qué papel juega dentro de ese espectro artístico?

Es muy importante. Lo de los títeres salió porque era la forma que yo tenía para decir cosas y que me dieran bola. Yo me di cuenta de que con los muñecos daba gracia, me divertía, la gente me prestaba más atención y podía llegar a más personas. Quizás fue por eso.

–Ese recorrido que hiciste por Latinoamérica fuiste acompañado por varios personajes de tus espectáculos, pero hay uno particular, un títere llamado Bobby por el que te conoce mucha gente. ¿Quién es Bobby ahora en comparación con el de antes?

Bobby es el mismo, solo que cada vez es más parecido a él mismo que incluso lo que yo me parezco a mí. Bobby vive en el imaginario de algunas personas que lo conocieron y creo que algunas pueden suponer qué cosas él va a hacer o decir ante tal circunstancia. De mí no pueden decir lo mismo, fui cambiando más que él. Estoy contento de que él haya tenido que ver conmigo o que yo tenga algo que ver con él.

¿Existe una relación privilegiada de vos con él, en relación con otros personajes?

Lo que hay es un vínculo diferente. Yo con Bobby viajé 12 años y me metía en cada quilombo. Situaciones que terminan en una pelea, que te quieran pegar, que una mujer se enamore de vos porque él dijo una cosa, pero nada más estaba jugando. Hay cosas que pasaron porque él es así. No hay una diferenciación, lo que tengo es más tiempo con él.

-Ahora hablaste que siempre estuviste activo políticamente. Después del desencanto, tus viajes y la carrera como artista, ¿qué presencia tiene la política en tus obras?

En mis obras está mi ideología. Uno no puede escapar de su ideología. Yo trato de ser simple y profundo. En función de eso no tengo una necesidad puntual de decir cosas sobre los contextos políticos tal vez, pero sí de los contextos humanos, de cómo los humanos estamos en las circunstancias políticas actuales.

Mi obra no es política, no toca temas políticos directamente, pero por ejemplo, con “Viejos de mí”, la vejez es una cosa muy presente en este tiempo, hay mucho humor, comento y me río de las cosas. El que quiera analizar políticamente mi obra lo puede hacer, no hay ninguna banderita puesta.

– ¿Qué tan difícil la tiene el arte o el teatro independiente en la actualidad?

Yo no hago trabajo independiente, yo hago teatro dependiente, no tengo idea de lo que es la independencia. Es, más desconfío de los independientes, todos los que se dicen independientes tienen una dependencia oculta que no quieren manifestar de ninguna manera. En cambio yo no, siempre he sido dependiente, mi obra siempre fue dependiente, en todo lo que yo hago dependo en su mayoría de poca gente, de personas que deciden pagar la entrada, de personas que creen en espectáculos.

Los organismos, los países, las instituciones, los “defensores de la cultura” por el mundo no creen en espectáculos como estos. Nunca esos me han dicho “vos sos uno de nosotros”.

Yo tampoco me he preocupado mucho por ser parte de ellos, en realidad porque siempre he preferido la dependencia que creo que es buenísima. Conozco muchas personas que sacan plata de su bolsillo y soy dependiente de ellos.

– ¿Existe un vínculo especial con El Salvador?

Roberto Salomón dice que el estreno mundial de “Viejos de mí” en El Salvador representa un regalo de mi parte. Más bien yo me siento regalado. Creo que en Latinoamérica hay distancias en kilómetros y otras que no son así, y entonces yo no me siento lejos de aquí, no me siento lejos de este lugar. Las personas de aquí son cercanas a mí. El estreno era lógico que pudiera suceder, pensándolo como una cosa ideal, lo bueno es que haya sido real, que se haya dado.