La idea de reunir en una retrospectiva la obra de Velázquez no es un asunto baladí, pues sus obras maestras están muy codiciadas y los museos son muy recelosos de sus tesoros.
Guillaume Kientz, comisario de la exposición en el Grand Palais (del 25 de marzo al 13 de julio), ha conseguido reunir, sin embargo, más de cincuenta lienzos.
Diego Rodríguez de Silva y Velázquez (1599-1660) pintó poco. Entre obras desaparecidas y otras desclasificadas, quedan «entre 120 y 130 cuadros», explica Guillaume Kientz.
Algunos lienzos están ausentes, quemados en incendios o perdidos después del segundo viaje del pintor a Italia. «Sabemos que había pintado en Roma retratos que no acabó», apunta Guillaume Kientz. Uno de ellos, reaparecido y titulado «La contadina», está presente en la muestra.
Puesto que muchos museos son reacios a separarse de piezas tan excepcionales y dada la demanda de los cuadros de Velázquez, la competencia es grande. «Tuvimos que buscar por todas partes y esto fue complicado», reconoce el comisario.
Así, «La cena de Emaús», de la National Gallery de Dublín, no llegará a París hasta el 24 de abril porque figura ya en otra exposición.
A cambio, Kientz tuvo que aceptar préstamos del Louvre, donde es el encargado de las colecciones ibéricas. La National Gallery de Londres envió la misteriosa «La Venus del Espejo» pero recibirá en contrapartida «El Cristo» del Greco.
A pesar de estas dificultades, el extraordinario retrato del papa Inocencio X viajará desde la galería Doria Pamphili de Roma y «La Túnica de José», desde el monasterio del Escorial.
¿Y «Las Meninas»? A parte de la fragilidad de una de las obras más fascinantes de la pintura occidental, son «un monumento al arte, un monumento a la Historia, un monumento español y los monumentos, o vamos a ellos, o no se desplazan», escribe Guillaume Kientz.