Mario Alberto Rojas, ganador de los Juegos Florales morazánicos 2012, fue acusado de plagio y por ello se le revocó el premio, que incluía un diploma y la suma económica de ocho salarios mínimos. Ante esta situación surgen de nuevo viejas inquietudes ¿Cuál es la diferencia entre plagio, intertextualidad o un simple homenaje a un determinado escritor? ¿Qué mueve a un escritor a plagiar? ¿Qué tan frecuentes son estas prácticas en la historia de la literatura El Salvador?
Según la Real Academia Española, plagiar significa “copiar en lo sustancial obras ajenas, dándolas como propias”. Se sabe que es imposible desprenderse de los ecos o voces de otros escritores, principalmente de lo que a un escritor lo ha moldeado como tal. El argentino Jorge Luis Borges decía que uno no es lo que es por lo que escribe, sino por lo que ha leído, e inevitablemente las influencias se van a manifestar de una u otra forma.
El plagio es algo distinto. Implica usurpar casi por completo el texto de otro, con una clara intención fraudulenta y buscando el beneficio personal. Poco importan las repercusiones morales y legales posteriores porque la gran mayoría de plagiadores, confiados en su pericia para transmutar frases, piensan que nunca los van a descubrir.
En la historia de la literatura hay casos emblemáticos de acusaciones por plagio, que involucra a escritores de renombre, incluidos premios Nobel de Literatura. Veamos algunos.
Mario Vargas Llosa. La guerra del fin del mundo, del Nobel de Literatura del año 2010, está basada en la novela Los sertones, del brasileño Euclides Da Cunha. La acusación vino de otro escritor, nada más y nada menos que José Saramago, quien lo llamó un “mal imitador.
Carlos Fuentes. En la obra Diana o la cazadora solitaria (1994), se pueden encontrar 110 coincidencias textuales y similitudes evidentes en la novela El unicornio azul, del también escritor mexicano Víctor Celorio, quien acusó a Fuentes.
Luego el crítico literario Julio Ortega le saldría al paso a esta denuncia y afirmó que en Diana se narra la relación entre Fuentes y Jean Seberg y que es difícil que el mexicano sintiera la necesidad de apropiarse de la historia de su propia vida.
Según Ortega, Víctor Celorio habría caído preso de una “pulsión narcisista” la cual lo haría ver en la novela de Fuentes, rasgos de su propia creación.
Gabriel García Márquez. El colombiano, ganador del Nobel de Literatura en 1982, escribió su última novela Memoria de mis putas tristes, la cual presenta coincidencias importantes con La casa de las doncellas dormidas, del japonés Yasunari Kawabata. Esto lo dijo el escritor Gregorio Morán en un artículo titulado “La sorda vejez de un escritor”. Aunque García Márquez hace referencia a Kawabata, para Morán esto funge como cortina de humo para librarse del hurto.
Alfredo Bryce Echenique. Este es quizás el caso más serio y probado, ya que llegó más allá de las acusaciones. Al autor de La amigdalitis de Tarzán, se le atribuyen 16 textos periodísticos de 15 autores distintos reapropiados de manera ilegítima. Destaca la inmediatez con que se probó el delito, ya que estos aparecieron en medios de difusión masiva como La Vanguardia de Barcelona o El Comercio de Perú. Lo más sorprendente es que fueron artículos de amigos suyos, como Herbert Monge y Ángel Esteban (este último le hizo llegar un borrador a Echenique para que le hiciera observaciones antes de ser publicado).
Ante las múltiples denuncias (entre ellas la del representante de Perú ante Naciones Unidas), Echenique no se complicó y atribuyó el fraude a errores de su secretaria, o que su editor culpaba a hackers.
Aunque el caso terminó con una multa de €42.000, en 2012 obtuvo el premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, dotado de $150.000.
Pablo Neruda. Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto, nombre verdadero del poeta chileno, fue acusado en la revista literaria Vital (que dirigía su enconado enemigo, el también poeta Vicente Huidobro). En una de sus publicaciones se afirmaba que el Poema XVI, del libro Veinte poemas de amor y una canción desesperada, no era más que la traducción de un poema de Rabindrath Tagore.
Un caso emblemático en El Salvador
Cuenta el escritor salvadoreño Manlio Argueta que en 1969 Mario Hernández, secretario privado del presidente Lemus escribió un poema llamado “Un hombre a quien la aurora señalaba”, dedicado a Alberto Masferrer, con el que ganó los Juegos Florales de San Salvador. Alfredo Orantes se comunicó con Argueta y el guatemalteco Otto René Castillo para analizar el caso. Descubrieron que el poema era un calco de “El hombre del alba”, del argentino José Portogalo dedicado a José Carlos Mariátegui.
“El texto era similar. Cambiaba algunas palabras: por ejemplo, decía “ventisqueros” que eran los desfiladeros con nieve en las cordilleras de Los Andes, pero en el texto de Mario Hernández escribía temporales. Por hacer esa denuncia nos dijeron comunistas, locos”, recuerda Argueta.
El asunto no pasó a más, Se le revocó el premio y lo ubicaron en la embajada de El Salvador en Francia.
Ciertos o no, las acusaciones a figuras capitales de la literatura despiertan la duda en los lectores sobre la originalidad del oficio de escritor; como todo oficio, se aprende a base de incesantes lecturas previas y la influencia de otros estilos. Por eso siempre será un tema espinoso donde no siempre se distinguen los límites entre calco y las voces de los otros.