El Salvador
jueves 16 de enero de 2025

Los “bibliovivientes” del centro de San Salvador

por Redacción


No se sabe exactamente cuándo ni dónde específicamente comenzaron a aparecer, pero hoy por hoy siguen en el centro histórico de San Salvador comprando y vendiendo conocimiento.

Canoso, regordete, metro sesenta y voz carrasposa. Huberto Ascencio Lemus Cruz se queja de la pérdida de valores y de las erráticas decisiones del gobierno. En su venta de libros usados explica como la Tercera Calle Poniente –centro de San Salvador- se ha convertido en un confluente de los tufos que emanan los bares y los prostíbulos. “Es un nido de degenere y destrucción”, dice con la indignación a flor de piel mientras en el hormiguero de estridencias y gentes caminan apresurados pandilleros, comerciantes ambulantes, rateros y locos de toda ralea.

Y Huberto tiene razón. El templo de libros usados que regenta está rodeado por cuatro bares que se convierten en la cruz de su calvario. A ellos ve entrar, cada minuto que transcurre, a los delincuentes que todo el mundo conoce, incluso la policía y los agentes municipales. Y todos los días, al mismo ritmo y con la misma indignación, limpia los orines de los borrachos que ocupan como mingitorios los barriles que la Alcaldía que lideraba Norman Quijano instaló hace unos años cuando intentó desalojar a los vendedores informales y reordenar ese laberinto del crimen y la nostalgia conocido como Centro Histórico.

Huberto tienen más de 60 años y su puesto también está cerca de dos establecimientos de artículos religiosos; uno de ellos, entrada la noche, se transforma en un comedor-bebedero. Por eso, rebalsado de rabia, cita al profeta Oseas a la vez que se queja que sus compatriotas prefieran gastar su miserable sueldo en licor en vez de un libro: “Mi pueblo es destruido por falta de conocimiento”, dice.

Orgulloso de su trabajo, don Huberto afirma que acá “vendo sabiduría, conocimiento”. La gente, dice, ya no valora un buen libro. Sin embargo, con el poco dinero y la mucha resignación que le ha dejado este negocio con el paso del tiempo, este vendedor de libros asegura llevar 40 años sobreviviendo de lo poco que le queda por cada edición. “Ya son dieciocho años los que me he tirado en este puesto, entre chupaderos y puteros”.

En su cara se visualiza un semblante duro y una mirada de desconfianza natural, que le brota cada vez que un cliente se acerca y pregunta por algún título. La mayoría de solicitudes de las personas son los títulos del programa de estudio de Lenguaje y Literatura de bachillerato y que los alumnos están obligados a leer. Huberto permanece sentado la mayor parte del tiempo junto a una mesa repleta de libros, donde sobresalen varias ediciones del Lazarillo de Tormes; Yerma, de Federico García Lorca; El Mínimum Vital, de Alberto Masferrer y uno que otro libro de Paulo Coelho, que es uno de los autores más rentable para este negocio.

Huberto cuenta que en su negocio ha llegado todo tipo de gente, desde licenciados en Derecho hasta ancianos que apenas saben leer. “Acá las personas vienen a buscar de todo, desde revistas pornográficas hasta libros satánicos de San Cipriano y San Simón. Pero yo no vendo ese tipo de literatura”, comenta.

Hay algo que Huberto tiene claro. Que a pesar del tiempo y de la tecnología el libro se seguirá vendiendo. “Este es un país de basura, solo basuras nos manda de afuera”, dice refiriéndose a los celulares y al uso inadecuado del internet. Y, con todo el desenfado del mundo, critica: “Al gobierno le interesa que la gente sea ignorante, por eso no promueve la lectura. No le conviene que despierte, que lea bueno libros”.

Foto: Diario1 / Rodrigo Sura

Foto: Diario1 / Rodrigo Sura

Cincuentona, piel clara y con una blusa descolorida está María Flores en su puesto ubicado dos cuadras después del de Huberto. Ella tiene 20 años de vender libros usados en la misma esquina donde compartió la gloria y decadencia del ex cine España que ahora está convertido un negocio de venta de ropa usada.

Con María son tres generaciones de su familia que sobreviven y comen de la venta de libros usados en la Avenida España. Sus hijos, una nieta, y una bisnieta trabajan de lunes a sábado desde las 10 de la mañana colocando los centenares de libros. Desde religiosos, para aprender a cocinar hasta sobre economía política son los temas que ofrecen a todos los transeúntes que a diario caminan por esa acera. Al final del día la inconmensurable cantidad de libros se guardan sin éxito de ventas en las bodegas que están a la orilla de la calle, y que hace años María mandó a instalar.

Cuando en 2011, durante la administración del entonces alcalde Quijano, hubo un intento de reordenamiento en el Centro Histórico, a María solo le dijeron que mantuviera ordenara su venta donde siempre. “Los de la alcaldía me dijeron que les gustaba leer y que como sabían que yo vendía libros, que no me moviera”, cuenta mientras mira a las personas hojeando sus libros y esperando a que alguno se anime a llevarse uno.

En otro punto del Centro Histórico de San Salvador se encuentra uno de los puestos de libros usados más antiguos, la Casa del Libro, de la Niña Lidia, como es conocida en este negocio. Su puesto está ubicado en la Primera Calle Oriente en un antiguo edificio. También en la plaza San José tenía una “sucursal”, pero en año 2011, cuando Quijano desalojó y reubicó cientos de puestos informales, se fue entre ellos la “sucursal” de la Niña Lidia.

Son más de cinco mil libros los que Niña Lidia mantiene en los estantes de la Casa del Libro, más otro centenar guardados en las bodegas del local. El local, de unos 8 metro cuadros, está divido entre una mesa que rebalsa de libros religiosos en un extremo de la sala, un estante llenos de revistas de manualidades y croché, deportes y revistas de National Geographic. En el otro extremo del salón hay una pared llena de libros antiguos y polvorientos, la mayoría de fados. Estantes de libros en inglés, de política, novelas juveniles y otra de “best seller”, los más populares del momento.

Foto: Diario1 / Rodrigo Sura

Foto: Diario1 / Rodrigo Sura

Niña Lidia, una señora chele, con ojos pequeños y un semblante muy serio acorde a su vestimenta de domingo recuerda sus inicios en el negocio de la literatura de segunda mano. “Son 35 años de vender libros usados. Empecé allá por 1985 cuando le compré este local a don José Presa, un señor que venía de San Marcos y que ya vendía libros desde mucho antes”. La niña Lidia sabe que su local es un referente para muchas generaciones y además por sus manos han pasado centenares de libros, desde literatura “light” hasta documentos históricos de gran valor. “Acá viene muchos historiadores y universitarios a buscar libros. Una vez tuve un libro de 1800, muy cotizado, lo puse en el mostrador de enfrente y se vendió bien rápido”, dice la comerciante de libros.

Durante la Guerra Civil de los años ochenta, La Casa del Libro nunca tuvo un percance directo, ni para la “ofensiva general” de 1981 ni tampoco en la ofensiva “hasta el tope” de noviembre de 1989 hubo necesidad de dejar de vender. Aunque siempre hubo libros “prohibidos” de marxismo o teorías de izquierda que no se podían leer ni mucho menos vender.

Después de la guerra, la Casa del Libro cerraba a las seis o siete de la tarde, dependiendo del “movimiento”. Sin embargo, en los dos últimos meses de este año se ha tenido que reducir el horario de atención, debido a las decenas muertes violentas en el Centro Histórico de San salvador, causadas en su mayoría por enfrentamientos entre pandillas.

“Actualmente cierro antes de las 5:00 de la tarde por cómo está la cosa aquí en el centro. Mejor evitar”, dice la dueña de la Casa del Libro, un relato que también repite don Huberto, el vendedor de libros.

No se sabe exactamente desde cuándo ni tampoco dónde específicamente comenzaron las ventas de libros usados en la “selva de cemento” en que se ha convertido el Centro de San Salvador, pero hoy día es así como sobreviven decenas de familias que cada vez acumulan más y más ejemplares y venden menos.