El Salvador
domingo 22 de diciembre de 2024

La última morada de Alejandro Cotto

por Redacción


Cotto falleció el pasado sábado. Tenía 86 años de edad. Este lunes fue enterrado bajo la sombra de un árbol de conacaste que está en el patio de su casa. De fondo, la lluvia y el lago de Suchitlán, al que él bautizó con ese nombre.

Alejandro Cotto nació en un país donde la obra cinematográfica no vale nada. Siempre lo sostuvo: en conversaciones con amigos, en entrevistas periodísticas e incluso en el documental que recoge sus memorias.

De alguna manera, Cotto estaba convencido que en El Salvador jamás llegarían apreciar sus películas. Quizá por eso dejó de hacer cine. Su producción duró menos de veinte años y sus filmes quedaron esparcidos en distintos países. Nunca se quedó con una copia de sus películas.

Sin embargo, siempre tuvo la esperanza que algún día retornarían a sus manos. En 2009 el cineasta salvadoreño radicado en Argentina, Edwin Arévalo, le manifestó su intención de hacer un documental sobre sus memorias.

Para hacer este trabajo, Arévalo tuvo que hurgar en distintos países para encontrar las películas perdidas de Cotto. El producto final fue un filme de 73 minutos. El documental se llamó “Memorias de Alejandro Cotto”.

“Soy un huérfano de mi propia obra. Yo sé que en algún lugar deben de estar… tal vez debe existir el milagro que alguien diga: “vamos a devolverle a este todo lo que ha perdido”, y que esas películas vuelvan a su paternidad”, manifestó en la entrevista del documental.

Primer contacto con el cine

Cotto nació el 13 de noviembre de 1928 en Suchitoto. Un municipio del departamento de Cuscatlán, ubicado a ocho kilómetros de San Salvador. Su atracción por el cine comenzó cuando todavía era un niño.

La película que lo impactó fue “Los nibelungos: la muerte de Sigfrido” (el filme de un cineasta austríaco). Marcó su vida y lo impulsó a querer descubrir el universo del cine.

“Esa película me impresionó profundamente. Dejaba al público estático. Yo me preguntaba  que cómo se hacía y cómo se lograba ese ambiente para hacer sentir que uno era el personaje o que uno era el protagonista de una historia hermosísima, llena de encanto”, evoca.

Fue a partir de entonces que se interesó por aprender hacer cine. “Quería dedicarme al cine. Y fui poco a poco asimilando todo lo que caía en mis manos. Ese fue mi primer contacto con el cine”, recuerda.

La obra de Cotto fue escasa. En sus películas siempre trató de plasmar la realidad de El Salvador. Sus primeras producciones fueron sobre su pueblo, Festival en Suchitoto (1950) y Sinfonía de mi pueblo (1951).

En esa época se fue becado a México. En ese país realizó sus primeras películas y trabajó con figuras de la época como Emilio Fernández, Julio Bracho y Luis Buñuel.

En 1961 produjo uno de sus trabajos más representativos, «El rostro”. En ese filme, Cotto buscaba la respuesta a una interrogante: ¿Quién posee a quién? ¿La tierra al hombre o el hombre a la tierra?

Ese mismo año participó en el Festival de Cine de Berlin, Alemania. También estuvo en el Festival de Cine de Mar de Plata, Festival de Cine de Bogotá y Festival de Cine de Bilbao.

Doce años después dirigió el filme «El carretón de los sueños». En esta película retrata la pobreza de la niñez salvadoreña. En 1979 comenzó a trabajar en el rodaje «Un universo menor», donde pretendía registrar las tradiciones de Suchitoto. Sin embargo, la obra quedó inconclusa.

«Uno de los defectos más señalados en mi vida ha sido el perfeccionismo. Esa persecución de lo perfecto es lo que me ha traído problemas con  los demás y conmigo mismo”,  expresa en el documental sobre sus memorias.

Obras de varios artistas cuelgan en el museo de  Alejandro Cotto./ FOTO D1: Nelson Dueñas.

Obras de varios artistas cuelgan en el museo de Alejandro Cotto./ FOTO D1: Nelson Dueñas.

El hijo de Suchitoto  

Luego que dejó de producir obra cinematográfica, comenzó a fomentar actividades culturales y artísticas en Suchitoto. De hecho, la bandera e himno de ese municipio fue diseñada y escrito por él.

Mientras fungió como presidente del Patronato de Restauración Cultural de Suchitoto restauró el teatro, la iglesia, el parque y mantuvo las calles adoquinadas.

“En los años más cruentos de la guerra, a principio de los años 80, bajo los árboles de amate de su casa, nos reunió y nos hizo jurar ante un Cristo que aunque las balas siguieran cayendo en la ciudad, no nos íbamos a mover; porque irnos implicaba que se muriera la ciudad”, recuerda Elmer Martínez, miembro del Patronato de Suchitoto.

Cotto también montó un museo en su casa. Lo llenó de pinturas, fotografías, esculturas y objetos antiguos. Ahí mismo tiene todos los reconocimientos recibidos durante su vida.

Entre algunos de los reconocimientos está el Premio Nacional de Cultura, obtenido en 1997. Fue declarado “hijo meritísimo” por la Asamblea Legislativa y nombrado hijo predilecto de Suchitoto. Los Reyes de España le otorgaron un reconocimiento por su legado.

Desde hacía dos años estaba enfermo y estuvo postrado en cama durante varios meses. Antes de morir dejó algunas instrucciones. “Él nos pidió que no lo enterráramos en una caja fúnebre de lujo, sino en una caja de tablas de madera. Decía que no quería un carro fúnebre, sino una carreta halada por bueyes. Siempre enfatizó que  él era del pueblo”, relata uno de sus amigos.

A petición del cineasta, el 23 de enero de 2014 la Asamblea Legislativa aprobó con 72 votos a favor la iniciativa donde pedía autorización para ser sepultado en su casa.

Cotto falleció el pasado sábado. Tenía 86 años de edad. Este lunes fue enterrado bajo la sombra de un árbol de conacaste que está en el patio de su casa.  De fondo, la lluvia y el lago de Suchitlán, al que él bautizó con ese nombre.

“He nacido en un país donde la obra cinematográfica parece ser que no valiera nada.  Por destino estoy señalado para obtener medallas, premios, pero no tengo nada en las manos”, expresó en el documental de sus memorias.

Vea dos de sus películas más destacadas:

*El rostro
*El carretón de los sueños