El actor francés Jean-Louis Trintignant, que abandonó el escenario tras un último recital de poesía esta semana y que tiene el extraño encanto de aquellos que se codearon con la locura y la muerte, decidió refugiarse en el crepúsculo de su vida en la naturaleza y la contemplación.
Actor perfeccionista, con una voz monocorde que lo caracteriza, Jean-Louis Trintignant, que cumplirá 83 años el 11 de diciembre, se retiró del teatro en Vannes, en Bretaña, el miércoles pasado.
Es una personalidad compleja e inquieta, cerebral y reservada. Dijo haber rendido culto a la locura, haber pasado su vida destruyéndose, poniendo fin a amores y amistades por negarse al confort y haber tenido tentaciones suicidas.
«Reconozco que nunca fui demasiado alegre», admitió este actor de estatura internacional. «No hay gran artista que no haya sabido hablar de la muerte. Miren a Brassens, Brel, Ferré… ¡Por esa razón prefiero Shakespeare a Moliere!»
Este pesimismo le acompañaba desde mucho antes de la muerte de su hija Marie –asesinada en 2003 por el cantante Bertrand Cantat– con la cual tenía gran complicidad.
Pero esta muerte trágica lo persigue: «hubiese podido detener mi vida en ese momento». Alentado por sus allegados, vuelve al escenario y halla una forma de «terapia» en los poemas de Prevert y Apollinaire, que le ayudan a mantener a distancia la melancolía.
Con el rostro arrugado y la voz quebrada, vive desde hace unos 30 años cerca de Uzes (sur de Francia), junto a sus queridas viñas, su pasión de la edad madura: un entorno «un poco como yo: austero, no muy cálido. Aquí reina la calma y eso me gusta».
Una actuación nerviosa y sensible
Nacido en 1930 en Piolenc (sur), este hijo de industriales y sobrino del corredor de carreras Maurice Trintignant fue criado severamente con un sentido de la honestidad que nunca lo abandonó. Este joven tímido que siempre daba la sensación de estar en otra parte, asiste a cursos de actuación en París con Charles Dullin.
Debuta en las tablas en 1951, con obras de Schiller y Shakespeare, y en la pantalla grande con «Si tous les gars du monde», de Christian Jaque (1956). El mismo año actúa junto a Brigitte Bardot («Y Dios creó a la mujer», Vadim). Dijo haber sido escogido porque era «lindo». Su relación con Bardot fue la comidilla de la prensa.
De regreso de un traumatizante servicio militar en Argelia, el actor, que ignora la Nouvelle Vague, reinicia su carrera con las «Relaciones Peligrosas» (Vadim, 1960).
Su actuación nerviosa y sensible seduce. Fue con su composición de enamorado romántico en «Un hombre y una mujer» (con Anouk Aimée) de Lelouch (Palma de oro 1966 en Cannes) que su carrera marca un vuelco decisivo.
Se convierte entonces en el actor más solicitado, con unos 60 films en 20 años, al igual que Delon y Belmondo.
En 1969, recibe en Cannes el premio de interpretación por el papel del juez incorruptible en «Z», de Costa-Gavras.
Jean-Louis Trintignant enriquece entonces su repertorio de joven actor para interpretar a toda la gama de traidores, crápulas o personajes ambiguos, o incluso inquietantes.
Es un intelectual complejo en «Mi noche con Maud» (Rohmer), un financista cínico en «La banquera» (Girod), y un médico maquiavélico en «Pasión de amor» (Scola).
Este apasionado de carreras automovilísticas (terminará séptimo en las 24H00 de Spa-Francorchamps en 1981) rodó con los más grandes: Catherine Deneuve («Je vous aime», 1980), Isabelle Huppert («Eaux profondes», 1981) ou Fanny Ardant («Vivement dimanche», 1982).
Cansado de los rodajes e indiferente al estrellato, Jean-Louis Trintignant, que interpretó en total unos 130 papeles, frenó su carrera cinematográfica en los años 80, a expensas del teatro, para dedicarse entre otras cosas a la lectura de grandes autores.
Eso no le impidió seguir rodando en películas que le interesaron. Su última aparición en la pantalla grande fue en «Amour», del austríaco Michael Haneke (Palma de oro 2012 en Cannes y Oscar a la mejor película extranjera), además del César al mejor actor.