Más allá de zombis modernos, brujas y fantasmas, Irlanda recupera este fin de semana el espíritu original de Halloween recordando a Púca, una criatura popular del folclore celta que «resucita» cada año en el «Ancestral Este» de la isla Esmeralda.
Más concretamente, en el corazón del valle del río Boyne, el lugar de nacimiento de esta celebración llevada primero por los emigrantes irlandeses a Norteamérica y de ahí, al resto del mundo, que ha acogido con entusiasmo los disfraces terroríficos, las calabazas y el «truco o trato».
En su segunda edición, el Festival Púca vuelve a ofrecer música, mitología, espectáculos de luz y fuego y propuestas gastronómicas en las localidades de Athboy, Trim y Drogheda, zonas impregnadas de leyendas y de las tradiciones celtas del «Samhain», el «Fin del verano» en gaélico antiguo.
Este año, además, se ha unido a las celebraciones el famoso castillo de Slane, muy conocido por sus conciertos al aire libre y por donde han pasado desde hace cuatro décadas Bruce Springsteen, Bob Dylan, REM, U2, The Rolling Stones o Metallica, entre otros.
El origen irlandés de Halloween
Sus moradores, los condes de Mount Charles -Alex y Carina Conyngham-, no revelan quién actuará este verano en el castillo, después de dos años sin música por la pandemia, pero, de momento, ya han abierto sus puertas de par en par a los espíritus de Halloween.
Los más famosos, como Boann, The Morrigan, Fear Dearg y el propio Púca, cobran vida por primera vez en el castillo y sus alrededores, al acecho de los visitantes que deambulen al anochecer por el bosque y los jardines, iluminados con proyecciones, espectáculos de luces e hipnóticos hologramas.
Todo ello acompañado, adelantan Alex y Carina, con danzas y espectáculos teatralizados por bailarines, acróbatas y equilibristas.
Los condes observan que, como ocurre con la festividad de San Patricio -patrón de Irlanda-, sería importante que Halloween fuera también reconocida internacionalmente como una aportación cultural propia de este país.
«Sí, lo estamos intentando recuperar porque, obviamente, ahora se conoce como un festival americano, pero fueron los irlandeses que emigraron a Estados Unidos los que lo dejaron allí. De hecho el festival es de aquí, del valle del Boyne. Hay una colina que se llama Tlachtga, que se reconoce como el lugar en el que se celebraba Halloween antiguamente», expone a Efe Carina.
Investigaciones arqueológicas recientes sugieren que en lo alto de la colina de Tlachtga ya se celebraban festivales hace más de 2.000 años y el valle, en general, es la zona histórica más importante en la tradición irlandesa de Halloween.
Un castillo con espíritus y viejos rockeros
Por eso, prosigue Carina, «estamos celebrando ahora a Púca», un «espíritu travieso que se decía que aparecía aquí a finales de octubre» para marcar el paso «de la luz a la oscuridad», el cambio del otoño al invierno.
Coincidía, aporta Alex, con el final de la temporada de la cosecha y la llegada de un nuevo ciclo. Un periodo de «profunda superstición» y de creencia en la «magia, las hadas y los espíritus», cuando el «velo que separa la luz de la oscuridad es más fino».
«Así -recuerda-, la gente se vestía con disfraces para protegerse de los espíritus, una tradición que llevaron (los irlandeses) a América. Al principio, se tallaban nabos porque estaban disponibles aquí en Irlanda, pero se convirtieron en calabazas cuando llegaron a América, donde no había nabos».
Siglos después, las máscaras y el vestuario estrafalario ya no sirven de protección ante los fantasmas, pero sí ofrecen la oportunidad de embaucar, burlar y trampear al prójimo, lo que marca el origen del popular «truco o trato» con el que los más pequeños demandan dulces.
Los irlandeses también aprovechan ahora Halloween para decorar el interior y el exterior de sus casas con todo tipo de parafernalia macabra, lo que se ha convertido en una atracción en sí misma ya que algunos hogares son auténticos museos del horror.
«Es como la última fiesta antes de Navidad, es como un remarque del pasaje al invierno y entonces, para los irlandeses, siempre ha sido un festival importante que no se ha perdido con el cristianismo», concluye Carina.