Es verano en Rio de Janeiro y el calor es intenso. Las playas se convierten en una pasarela en la que los esculturales cuerpos lucen orgullosos impresionantes tatuajes, un adorno que destaca en una ciudad acostumbrada a vestir poca ropa.
No importa si eres gordo o delgado, alto o bajo, negro o blanco. El tatuaje es parte de la forma de ser del carioca, desde el joven de una favela pobre hasta la señora de 70 años, pasando por surfistas, jueces, médicos y amas de casa.
El tatuaje «es un adorno perfecto para quien vive en un lugar donde es imperativo andar con poca ropa», explica a la AFP la antropóloga Alessandra Santa Rosa, responsable de una investigación sobre la cultura del tatuaje en Rio de Janeiro.
«Mientras muchos se visten para expresar una parte de su personalidad, el carioca hace eso mostrando el cuerpo», sigue.
El tatuaje escapó de la bohemia de los puertos y de los marineros en la década de 1970 y fue conquistando pieles en los acomodados barrios playeros de Copacabana, Ipanema y Leblon.
Caio Freire fue uno de los primeros ‘tatuadores’ que se instaló en Ipanema a comienzos de los años 80. En la galería River, reducto de surfistas y ‘skaters’, vio crecer el gusto de los cariocas por el arte corporal.
«Me quedo impresionado con la cantidad de personas que se quieren tatuar, gente de todas las edades y clases sociales», subraya.
El lienzo perfecto
Para los cariocas, lo ideal es lucir el tatuaje en un cuerpo espectacular. Obsesionados con la silueta, dejan primero la vida en el gimnasio, para ellas conseguir un trasero duro y perfilado y ellos pectorales y abdomen definidos.
Es como preparar el lienzo para luego adornarlo con el tatuaje.
«Primero quedamos en forma, después le regalamos al cuerpo un bello tatuaje», bromea Fabiana Santos de Lima, de 32 años, acostada en la playa de Copacabana para dar un baño de sol a sus dos tatuajes.
Especialistas coinciden en que es peligrosa la combinación sol-sal-piel pigmentada, pero en Rio hacen «oídos sordos»: mostrar el tatuaje en una piel bronceada es objeto de deseo.
Como pavo reales, se contonean orgullosos por esa pasarela que es la orilla de la playa quienes cumplen con todos los requisitos: cuerpo definido, piel bronceada y bello tatuaje.
«Una de las principales razones por las cuales Rio tiene cada vez más personas tatuadas es esa relación de las personas con el cuerpo y la playa», considera el ‘tatuador’ Marquinhos Carvalho, que ya tiene la agenda llena por todo el verano (austral).
Este artista explica a la AFP que lucir el tatuaje usando biquini o sunga (bañador masculino) es un fetiche de la mayoría de sus clientes, independientemente de la edad o género.
Igual la norma no aplica a todos. Muchos no esperan por el cuerpo perfecto, otros ni les importa tenerlo algún día y sólo quieren un tatuaje.
Éxito creciente
Una prueba del éxito del tatuaje en la ‘Cidade Maravilhosa’ fue la realización de la semana del Tatuaje (Tatoo Week), que reunió expositores brasileños e internacionales para divulgar el arte del tatuaje.
«La escena del tatuaje en Rio de Janeiro creció mucho en los últimos dos años», indica a la AFP Hélida Yanna, una de las organizadoras del evento que reunió en 2014 a más de 20.000 personas.
Por los pasillos del galpón donde se organizó la exposición se paseaban personajes diversos. Desde la chica del acomodado barrio de Leblon con un frase dibujada en el brazo, hasta el hombre con la lengua dividida en dos con aretes y la espalda cubierta con la efigie de un diablo.
Entre los valientes que se enfrentaron por primera vez a la aguja está Savio Rabelo (37), un corredor de seguros que se tatuó una pantera en el brazo.
«Me decidí después de que mi esposa entró en la onda», cuenta con los ojos llenos de lágrimas, aguantando el dolor.
Una de las atracciones de la convención fue la presencia de los ‘tatuadores’ Gabriela y Víctor Peralta, que entraron al libro de récords Guinness, como la pareja con el mayor número de modificaciones corporales, 77 en total.
«Aquí hay espacio para todo», celebró Víctor, un uruguayo que lucía en el brazo la bandera de Brasil y al lado el nombre Rio.
Gabriela, argentina, se sorprendió por su parte con el amplio uso de los colores. «Combina con el temperamento de los cariocas, muy alegres y festivos».