Claribel Alegría es todo candor. Su voz de niña se entremezcla con su semblante maternal y su vasto conocimiento. El resultado es una lectora infatigable, una obrera de la escritura y sobre todo un ser humano sencillo y jovial.
La semana pasada visitó el país para ser homenajeada por la Asamblea Legislativa como Notable Poeta y Distinguida Maestra. Visitó Izalco, a una parvularia que lleva su nombre. Confesó que este fue el encuentro más emotivo de su vida. En esta entrevista repasa, entre otras cosas, sus inicios como lectora, la ruptura con el entorno machista en el que creció, su formación como escritora al lado del Nobel de Literatura Juan Ramón Jiménez y su más reciente proyecto literario.
¿Qué se lleva de este nuevo viaje a El Salvador?
Me llevo riquezas enormes. Primero que yo no tenía idea de cuánto me querían, no lo sabía y me lo han demostrado en todas partes. Luego he recuperado mis raíces, el habla, el acento que es distinto al de Nicaragua y que había perdido, recuperé algunas palabras que ya se me habían olvidado, como el “vaya”, que es la que más me gusta.
Me llevo ese sabor de unas pupusas que yo nunca las había comido ni en los Planes de Renderos. Eran las de Olocuilta, había un montón de pupuserías humildes, muchachas echando tortillas. A mí me fascinaron las de loroco con queso, delgaditas…ay se me hace agua la boca (ríe).
Por último cargo con muchos libros, veo que hay gente que está surgiendo, y eso me llena de alegría.
¿Cómo llegó a la literatura? ¿Cuáles fueron sus primeras lecturas?
En mi casa mis padres tenían una biblioteca muy buena. Lo que a mi madre le encantaba eran los libros del Siglo de Oro español, y se pasaba recitando poemas de Quevedo, Góngora, y mi papá con su Rubén Darío. Me crié con la musicalidad de la poesía, los libros de cuentos infantiles que mi mamá me compraba con ilustraciones maravillosas y letras grandes. El primer libro fue uno hindú, El anillo de Sakúntala. Luego los tradicionales: cuentos de Grimm, de Anderson, de Perault, el favorito de mis favoritos que curiosamente no recuerdo el nombre, era de un gigante que mataba a todas las mujeres y dejaba a todas sin cabezas, tenía un susto terrible, se me aceleraba el corazón, pero siempre los volvía leer.
Ahora que habla de ese cuento, ¿cómo fue lidiar con ese entorno machista de la época en que usted creció?
Mi padre, aunque era un hombre maravilloso, no quería que yo me fuera a estudiar afuera, lo que él deseaba era que me quedara en Santa Ana junto a ellos hasta que me casara y me convirtiera en una digna ama de casa.
¿Cómo venció ese entorno entonces?
Fue terrible, hice hasta amenazas, pero tenía a mi madre de mi lado. “Me vas a ser una falta espantosa, pero te entiendo” decía ella. En ese tiempo ser una mujer divorciada era terrible, entonces yo pensaba “me voy a casar con el primero que me lo proponga y luego me voy a divorciar, ahí me van a mandar afuera” porque iba a ser la vergüenza de la familia. Una vez se me ocurrió que quería ser monja, me iba a ir a Bélgica y ya ahí me podía fugar.
La peor de todas que hice fue cuando le pedí a Dios la muerte de mi papá. Yo lo adoraba, era un gran hombre, pero pedí su muerte para liberarme. Él me encontró llorando y me dijo “¿por qué llora?”. “Yo a usted lo adoro pero ya no lo aguanto, yo quiero estudiar” le respondí, se quedó lívido, pero a los 3 o 4 días me dio el pasaporte.
Usted vivió muchos años en Estados Unidos…
Sí claro, me fui a los 18 años. Aprendí inglés en un colegio bilingüe, y después apliqué a una beca en la universidad de Loyola en Nueva Orleans. Mi padre decía que yo iba a aprender el inglés y regresaba, pero yo estaba viendo cómo me quedaba a continuar los estudios. Ellos estaban felices de que yo me educara fuera del país, porque eran acomodados pero no ricos.
Entonces se me presentó la oportunidad de conocer al famoso escritor español y Premio Nobel de Literatura Juan Ramón Jiménez. Él vivía con su esposa en Washington, y decidí unírmeles. Ellos me ayudaron aconseguir un empleoen la Unión Panamericana como traductora de textos fáciles. Me consiguió un cuarto en una casa de estudiantes de Washington, iban estudiantes del mundo entero.
¿Cómo era Juan Ramón Jiménez?
Yo conocí a muchos escritores, Julio Cortázar, Juan Rulfo, Benedetti, pero Juan Ramón era un hombre especialmente estricto, un esteta, amaba el orden. Tenía en la sala de su casa una alfombrita persa color turquesa, y se ponía furioso cuando alguien la pisaba, decía de todo.
Era tremendo cuando los jóvenes le daban sus escritos. Fui testigo de un muchacho que le dijo “Maestro ¿qué le parecen mis poemas?” “¿Nunca has pensado ser médico albañil carpintero, todo menos poeta?” le contestó él.
“Ay Juan Ramón pero ¿si usted se equivoca?” le pregunté. “No, no, no, no, eso yo lo veo desde la primera línea” respondió. Conmigo fue terriblemente estricto. A mí, en tres años, nunca me dijo “qué bonito ese poema tuyo”, “esto es cursi, esto es fácil” comentaba. Me hacía llorar.
¿Por qué decidió irse después de 11 años de vivir ahí?
Yo tenía muchos amigos ahí, Juan Ramón alimentaba mi vocación y conocí a mi esposo Bud, ahí nació mi primera hija. Seis meses después quedé otra vez embarazada de dos niñas. No éramos ricos, y no podíamos mantenernos. Además sentí que perdía cosas coloquiales de mi identidad.
No me quedaba tiempo de escribir, yo lloraba mucho, hasta tuve la idea de divorciarme irme a México con mis hijas, para trabajar, escribir y tener el tiempo con ellas.
Allá en Estados Unidos casi no escribía, solo cuando ellas estaban dormidas, pero con dificultad, porque se dormía una y se despertaba la otra. Pasaba semanas sin poder escribir.
Hablando de eso ¿cree usted que existe una literatura femenina como tal, en sus temas y motivos?
No existe escritura femenina, eso no tiene sexo, es o escritura buena o mala, sea de hombre o mujer. Sobre los temas siento que sí, puede ser. No veo a ningún hombre escribiendo sobre el embarazo o el parto, como no veo a una mujer escribiendo sobre levantar sacos o cruzando una cordillera en camión.
Suele ser recurrente en Centroamérica que figuras artísticas femeninas hayan tenido que irse del país para poder crear, ¿Por qué cree usted que se daba eso?
Yo fui una de ellas. Es que antes no se podía, yo por ejemplo tenía muy bien guardado que escribía, ni a mis amigas le decía. Escribir era ridículo para una mujer, pero estando afuera fue bien distinto.
¿Cuáles son las condiciones actuales?
Ahora están mejores. Cuando yo crecí, en el año 43, nunca conocí en El salvador a una mujer que se graduara de la universidad, o si había no me di cuenta. Ahora me da gusto cuántas están estudiando y siguiendo su vocación, sea como escritoras o carpinteras, en lo que sea.
Cuando escribí el libro “No me agarran viva”, tuve que entrevistar a muchas mujeres, maestras, esposas de guerrilleros, vi la emancipación que empezaba en la mujer, y los maridos furiosos. Comenzaron a darse cuenta de que no éramos animales de carga, de que teníamos intelecto y corazón.
Mucha de la nueva literatura se distancia y rompe con las generaciones anteriores ¿Qué opina de esta literatura que va surgiendo en el país?
Me parece bien que busquen otra cosa, pero yo siempre digo que no hay que ser iconoclasta por ser iconoclasta; necesitamos a nuestros mayores, para aferrarnos a sus hombros y ver más hacia adelante. Dar un salto hacia el horizonte, pero respetando, estudiando a los escritores anteriores.
Con la ruptura que tuve con la generación previa a mí yo no decía “ah esto es anticuado, esto no sirve”, sino que los estudiaba. Pero no negarlos solo por negarlos.
¿Es válido seguir escribiendo desde el compromiso y la denuncia social?
Recientemente no he visto novelas comprometidas, pero creo que es deber nuestro rescatar la historia. Para eso la novela testimonial es maravillosa. No hay que olvidar hechos como la masacre de 1932. Una amiga me recordaba lo horrible que fue el genocidio nazi, de más 6 millones de judíos, pero si nos ponemos a pensar, ellos diseminados y para nosotros, siendo un país chiquito, la masacre del 32 fue igual o más cruel. ¿Cómo la vamos a olvidar? Yo digo que escriban como quieran, pero no se olviden de las cosas malas que pasan para que los niños y las nuevas generaciones recuerden su historia.
¿Cómo es el proceso de escritura de Claribel Alegría después de tantos años y tantos libros escritos?
Le sigo dedicando mucho tiempo. Recuerdo que cuando dejamos Washington rumbo a México fue un reencuentro con mi lengua, me ayudó muchísimo y hasta la fecha sigo igual. En trabajos de escritura, corrección y revisión suelo dedicar cuatro horas al día. También leo mucho, más de cinco horas diarias.
¿Qué está leyendo?
Ahora estoy con los Diálogos de Platón. Me fascinan e inspiran, dicen tanta verdad y sabiduría en tan pocas páginas. Eso sí, me choca dePlatón que diga que no admitiría poetas en su república (ríe). Pero sus ideas sobre la justicia por ejemplo me cautivaron. Me inspira mucho para mi poesía leer filosofía.
¿Qué consejo le da los jóvenes escritores que empiezan a hacer sus primeras armas?
Que trabajen. Esto es como cualquier otra disciplina, no hay ningún trabajo mejor que otro. Si encontramos la vocación tenemos que dar lo mejor que tenemos. Yo creo mucho en el oficio. La poesía es mezcla de sensibilidad e inteligencia, hay que utilizar las dos. Si el poema se guía solo por sentimientos, queda cojo, por eso hay que verlo con el intelecto, analizarlo de forma lógica, buscar la mejor manera de decirlo con menos palabras.
¿Qué significan para usted tantos premios recibidos a lo largo de su carrera?
Yo los agradezco pero creo que es suerte. Conozco escritores mucho mejores que yo pero nunca han ganado nada. En parte influye nacer con una “buena estrella”. Hay algunos que se lo merecen otros que no se lo merecen. Yo no sé si me lo merezco o no pero no voy a ser hipócrita, ¡me gustan!
¿Se ve recibiendo el Nobel?
¿Te imaginás? ¡Eso ni lo pienso!
¿Cómo es vista la literatura centroamericana en otras latitudes?
Es muy poco conocida en otras culturas, el más conocido de todos es Miguel Ángel Asturias, porque fue Premio Nobel.
A mí me da “un no sé qué” pensar que un escritor como Salarrué no sea tan conocido. Es un clásico, un gran escritor. Es muy salvadoreño, domina el lenguaje de nuestro pueblo como nadie, de ahí que traducirlo es difícil. “Cuentos de barro” lo pueden leer en América latina, pero ¿quién va a leer “Cuentos de cipotes” fuera del continente?
Ahora, creo que por la difusión de editoriales como Alfaguara, Visor, entre otras, los escritores centroamericanos se publican más, ahí veo una esperanza.
En esta gira que hizo fue a Izalco a visitar una parvularia que lleva su nombre, ¿Cómo vivió esa experiencia?
El encuentro de Izalco fue lo más emotivo que ha pasado en mi vida. Ver venir a muchachitos hacia mí, con regalitos de chocolate, a pedirme un beso, darme una flor fue algo indescriptible. Ahora que esta parvularia lleva mi nombre voy a pedir que se enseñe a los niños nuestra cultura. Tenemos leyendas lindas, que no debemos abandonar.Tengo muchas ganas de que reviva el náhuatl, es idioma maravilloso que se perdió.
¿En qué proyectos está trabajando en este momento?
Estoy terminando un nuevo libro de poemas que se llamará “Voces” y voy a volver a publicar mi primer poemario, “Anillo de silencio”. Por ahora le dedicaré mucho tiempo a la lectura. Después de eso, si la pelona no ha venido por mí, ya veremos.