Ella lo sabía.
Sabía el lugar donde estaban enterrados los otros narcobarriles. Siempre se lo decía a sus amigos más cercanos. Lo decía cuando se sentía frustrada o triste, o cuando se embriagaba. A veces le creían. A veces no. Pero, por su mente no pasaba otra cosa que la finca donde estaban enterrados los otros barriles con millones de dólares adentro. Era su obsesión. Quizá por eso, veintidós días después de su extraña muerte, cuatro guatemaltecos llegaron a la residencia donde vivió sus últimos días para encontrar alguna pista. Era una pequeña habitación de un mesón ubicado en el centro del municipio de San Rafael Obrajuelo, departamento de La Paz. Los cuatro guatemaltecos entraron al cuarto. Revisaron. Hurgaron. Buscaron. Pero no encontraron nada. Absolutamente nada.
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A finales de 2009, dos hombres desconocidos llegaron a residir a la hacienda El Recolado, ubicada el cantón Pendiente Abajo, municipio de Zacatecoluca, departamento de La Paz. El aspecto de ambos era sencillo. No aparentaban lujos. Eran amables, risueños y amigables.
Pasaron los días. Y, de pronto, los nuevos inquilinos llenaron la finca de ganado y emplearon a varios de los residentes de ese sector. Les pagaban y los trataban bien. Todos en esa comunidad estaban cómodos, contentos, satisfechos con sus nuevos vecinos.
Después se supo que los nuevos residentes de la finca eran dos hermanos, guatemaltecos, adinerados, que habían llegado a trabajar las tierras, a vivir de la ganadería. Aunque sus aspectos físicos no sugerían mayores sospechas, el trato filantrópico con los residentes del cantón y la adquisición de lujosos automóviles despertaron dudas, inquietudes e interrogantes.
Los guatemaltecos eran parranderos. Les gustaba embriagarse. Salían de la finca desde la mañana, cada uno en un Nissan Z350 del año, y regresaban hasta altas horas de la noche. En ocasiones no regresaban, se quedaban en algún hotel de la zona.
El municipio donde más amigos hicieron fue en San Rafael Obrajuelo. En ese lugar eran bien recibidos. Pasaban horas y horas departiendo en casas de conocidos o en algunos restaurantes. Uno de sus predilectos era La Veranera. Ahí eran clientes frecuentes.
Uno de los hermanos, el mayor, se había enamorado de una mujer que tenía un car wash a la par de ese comedor. Su nombre era Marta Estela Menjívar. Era blanca, alta, rubia, ojos claros y cuerpo moldeado. La comenzó a enamorar. La invitaba a comer y le enviaba algunos regalos de lujo. Se ganó su confianza y comenzaron a salir.
Ella estaba acompañada con un ganadero de San Juan Nonualco. Años atrás había trabajado como visitadora médica, pero desde hacía un tiempo había montado una lavandería de carros. Ese era su negocio. De eso vivía cuando conoció al guatemalteco, quien la impresionó con buenos regalos.
La amistad creció aún más, al punto que el guatemalteco le confió algunos secretos. En realidad, él y su hermano no habían venido a El Salvador a trabajar como ganaderos. Ambos tenían un objetivo: transportar millones de dólares en efectivo hacia Panamá.
El dinero era producto del narcotráfico. El dueño era José Mario Paredes Córdova, un prominente narco guatemalteco conocido como El Gordo Paredes, a quien las autoridades de Honduras habían capturado en mayo del 2008 y extraditado a los Estados Unidos.
La Agencia Antidrogas de los Estados Unidos (DEA) no estaba conforme con la captura de Paredes y comenzaron a buscar la riqueza que este había acumulado. En alguna parte tenía que estar. Y no pasó mucho tiempo para obtener las primeras pistas.
Desde su captura, el Gordo Paredes delegó a Bildardy Ortega para que administrara el dinero que había obtenido de la venta de drogas. Le encargó moverlo, de forma oculta, hasta Panamá y entregárselo a Judith Alvarenga, su esposa.
Tras la captura de Paredes, Bildardy Ortega contactó a su hermano Kevin Ortega para que le ayudara a mover el dinero hacia El Salvador. Buscaron una finca en un recóndito cantón de El Salvador. La elegida fue la hacienda El Recolado.
Ahí se instalaron; y el dinero que habían movido, poco a poco, desde Guatemala, lo escondieron en unos barriles y lo enterraron en la finca. Lo de la ganadería era el camuflaje de lo que escondían. Pero eso no lo sabía nadie más. Al menos no al principio.
En las idas y vueltas, por los municipios más cercanos de la finca El Recolado, Bildardy conoció a Marta y se enamoró de ella. Salieron muchas veces. La mujer se volvió alguien de su confianza y supo algunos secretos.
A mediados de agosto de 2010, Bildardy la convenció para que le ayudara a mover el dinero a Panamá. Ella aceptó. El guatemalteco y su hermano comenzaron a pensar, a cavilar, a maquinar la forma en que iban a trasladar el dinero hacia el otro país centroamericano.
El plan estaba armado. Iban utilizar a algunos empleados de la hacienda, los de más confianza, para mover el dinero. Cada uno llevaría nueve mil dólares, a modo de no sumar $10 mil para evitar declararlo en el aeropuerto. Bildardy compró cuatro boletos con destino a Panamá: uno pare él, otro para Marta y otros dos para un hombre y una mujer.
Al mediodía del 31 de agosto, llegaron al aeropuerto, cada quien por su lado, como si fueran a viajar por separado. Un agente policial del aeropuerto notó que Bildardy estaba ansioso, inquieto, muy nervioso. El policía le pidió la maleta para hacerle una revisión más detallada.
Al registrar el equipaje, el policía encontró 8 mil ochocientos dólares en billetes de a 100. Lo cuestionaron. Bildardy dijo que era comerciante y que el dinero era para comprar mercadería en Panamá. Los agentes no le creyeron y continuaron buscando.
Al revisar los documentos, le encontraron cuatro reservaciones en el Hotel Roma Plaza, de Panamá. También le hallaron tres pasajes aéreos más a parte del suyo. Uno de esos estaba a nombre de Marta Elena Menjívar.
La Policía localizó a los tres salvadoreños. Los interrogaron y también les revisaron sus maletas. Cada uno llevaba 9 mil 400 dólares. Marta Elena se puso nerviosa y reveló que el dinero lo llevaba escondido en sus senos: 50 billetes de cien dólares en el derecho y 44 en el izquierdo.
Los tres coincidieron en sus declaraciones. Manifestaron que el dinero no era de ellos, sino de un guatemalteco que los había invitado a pasar unas vacaciones en Honduras. Agregaron que el traslado del dinero era “un favor” que le estaban haciendo al guatemalteco.
Pero, el interrogatorio fue intenso. Marta no soportó la presión y acabó revelando que el dinero lo habían ido a sacar, una noche antes, a una finca ubicada en Zacatecoluca. Incluso, detalló que los billetes los habían extraído de un barril que estaba enterrado ahí.
La Policía liberó a los tres salvadoreños, pero a Bildardy lo acusaron de llevar ocultos 36,900 dólares hacia Panamá. La Fiscalía General de la República (FGR) lo acusó, días después, en el Juzgado de Paz de San Luis Talpa por el delito de casos especiales de lavado de dinero.
La noche del primero de septiembre de 2010, la Fiscalía desenterró dos barriles que contenían 10.2 millones de dólares. Nueve días después, fiscales localizaron otro barril en la residencial Quinta de las Mercedes, ubicada en Lourdes, Colón. Ese barril tenía $4.2 millones. En total, el dinero encontrado en los narcobarriles fue de 14.4 millones de dólares.
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Tras el incidente en el aeropuerto, Marta quedó con miedo. Se fue a vivir a un mesón en el centro de San Rafael Obrajuelo. Estaba en quiebra. Sin dinero, ni empleo, ni negocio propio. Comenzó a vender pasteles fritos, pero eso no la sacó de apuros económicos. Cayó en una profunda depresión. Se comenzó a embriagar con frecuencia. Lo hacía sola o con algunos amigos que la visitaban. A ellos les decía conocer el lugar donde estaban enterrados otros dos barriles con la misma cantidad de dinero. Sus conocidos aseguran que una tarde del pasado mes de noviembre mezcló veneno con alcohol y lo ingirió. Murió envenenada, dicen. Se llevó el secreto de los otros narcobarriles, dicen. La habitación fue desocupada días después por sus familiares.
De acuerdo con una fuente cercana a la investigación, veintidós días después del supuesto suicidio de Marta, cuatro guatemaltecos llegaron al mesón y convencieron a la dueña para que les permitiera ingresar a la habitación que Marta alquilaba. La señora aceptó. Los cuatro hombres entraron. Revisaron. Hurgaron. Buscaron. Pero no encontraron nada.
Absolutamente nada.
PRÓXIMA ENTREGA: El secuestro y asesinato de un empresario de mariscos en San Luis La Herradura llevó a un exalcalde y a varios policías a prisión. La hipótesis inicial fue que el móvil del crimen era porque el empresario conocía el lugar donde estaban enterrados otros narcobarriles. Pero, ahora se sabe que esa investigación estuvo llena de vicios e ilegalidades policiales.