El Salvador
domingo 5 de enero de 2025

El mago que jugó con la muerte

por Luis Canizalez


Conocido por sus actos de escapismo y por haber permanecido enterrado durante siete días en un campo deportivo de San Salvador. El mago salvadoreño Francis Fanci es conocido como el precursor de la magia centroamericana. Ahora, a sus casi 70 años, recuerda algunas de sus hazañas.

El mago Fanci nos conduce por unas estrechas escaleras hacia una habitación poco iluminada. El silencio y el aroma a incienso inundan el ambiente. La luz es débil, pero suficiente para observar varios estantes repletos de libros y  las paredes adornadas con cuadros de pinturas esotéricas.

Hace años que no recibe a periodistas en su casa para hacer predicciones. Ahora los pronósticos los hace únicamente con el círculo de personas que acuden a su escuela de estudios filosóficos.

En cuanto nos acomodamos en unos muebles de cuero, color café, frente a unas pequeñas mesas con objetos antiguos, el ilusionista rompe el silencio con un  tono suave pero audible:

“No hago predicciones  para la prensa, pero sí en el centro de estudios filosóficos. A inicio de este año (enero de 2014) dije que se iban a reanudar las relaciones con Cuba. También hablé de un éxodo masivo de salvadoreños, no literalmente, pero fue el de los niños migrantes”.

Fanci es un hombre que ronda los setenta años, pequeño de estatura, ojos achinados, bigote delgado y cabeza rapada. Lector infatigable y amante de la magia desde niño.

Conocido por sus actos de escapismo y por haber permanecido enterrado durante siete días en un campo deportivo de San Salvador. A inicio de los años setenta fue encadenado, introducido en un baúl sellado con candados  y luego lanzado al lago de Ilopango. Logró escapar treinta segundos después.

Ese acto marcó el antes y después de la magia centroamericana.

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Nació en un mesón ubicado en la capital salvadoreña a finales del  verano de 1946. El mago Fanci fue asentado con el nombre de Francisco Rubén Girón. Su padre era tipógrafo en la imprenta nacional, lector apasionado y amante del arte en todas sus dimensiones. Su madre fue costurera.

Creció en un hogar donde se escuchaba música clásica y se leía hasta altas horas de la noche. Era un ambiente armonioso. Su padre, un hombre recto, ecuánime, de avanzada edad, le enseñó a leer libros. Pero sobre todo a leer la vida.

“Me enseñó a leer con un libro de historia universal. Todas las noches leíamos y cuando nos cortaban la luz, él seguía alumbrando el texto con una lámpara de mano. Así fue sembrando semillas de inquietud”.

Su progenitor también lo hizo entrar en el mundo de lo místico. Lo indujo a buscar la verdad, no en cultos religiosos, sino en su interior. Le inculcó los dos mundos de la magia: como espectáculo y como una filosofía de búsqueda espiritual.

Durante las lecturas de historia, su padre se detenía en ciertos momentos, apagaba la lámpara y le pedía a Fanci que usara la imaginación para recrear las escenas que iba leyendo.

“Recuerdo que una vez  de niño, para una semana santa, fuimos a pasear a la playa. Tenía como seis años. Me acostó junto a él  en una hamaca de lona y me empezó a decir que le contara lo último que había leído. Yo le contaba, pero me quería levantar y no me dejaba. Me decía que le siguiera hablando. Cuando dejó que me levantara observé a los otros veraneantes que estaban alrededor del suelo oyendo con atención lo que decía”.

A partir de ahí su único vicio fueron los libros. Todas las tardes, cuando salía del colegio, se iba directo a la Biblioteca Nacional. A los 13 años ya había leído a Julio Verne, Mark Twain, Alejandro Dumas y a Víctor Hugo.

A los 12 años su padre lo  hizo leer la enciclopedia de “El tesoro de la juventud”, donde había una sección de juegos y pasatiempos. De ahí  comenzó a sacar sus primeros trucos. Uno de ellos fue romper un fósforo y hacerlo entero otra vez.

“Casi todas las personas que se meten en algún campo del arte suelen ponderar al maestro que los guió. En el campo místico se habla del gurú. Cuando uno lee la vida de hombres como Yogananda o Ramakrishna se da cuenta que más que hablar de ellos, hablan de su gurú. Yo también tuve mi gurú.  Mi maestro fue mi padre”.

Foto D1. Cortesía mago Fanci.

Foto D1. Cortesía mago Fanci.

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La idea de ser mago se metió en la cabeza de Fanci desde que era niño. A su padre le atraía la magia, pero únicamente como espectador. En ocasiones iban juntos a ver los espectáculos de algunos magos que pasaron por el país a mediados de los años cincuenta, entre estos, Fassman y el Profesor Alba.

En ese tiempo, en El Salvador la magia existía únicamente como un pasatiempo de lujo. No había profesionales, sólo unas cuantas personas que practicaban con hermetismo algunos actos en sus grupos sociales.

Después de leer la enciclopedia de “El tesoro de la juventud”, su fascinación por la magia era tal que comenzó a indagar por todos lados. Su abuelo materno le enseñó el primer artificio con cuatro frijoles sobre una mesa. Pero le era difícil conseguir más información.

Fanci pensaba que no existían los libros de magia. Le parecía que era un mundo tan misterioso y difícil de penetrar.

Un día que regresaba del colegio se paró frente a la vitrina de una librería que quedaba en el camino hacia su casa. No podía creer lo que veía a través del cristal. Se quedó paralizado y su espíritu vibró de emoción.

Siempre pasaba viendo los libros para comprar algunos que su mente curiosa le indicara. Pero ese día no fue cualquier día, tenía frente a sus ojos un libro de magia.

“Estaba un libro con una portada de un hombre riéndose que tenía una baraja de naipes en la mano. El título decía ´Cuatrocientos trucos de magia que usted puede hacer´. Era de Howard Thurston, un gran mago. Entré a preguntar y valía cinco colones”.

Pero la librería estaba por cerrar y Fanci no andaba dinero. Mil pensamientos ofuscaron su mente. Imaginó que al día siguiente el libro ya no iba a estar en la vitrina, que alguien se iba llevar el único ejemplar de magia que había visto en toda su vida.

“Corrí con desesperación hasta a mi casa, en ese entonces ya vivíamos en la colonia Guatemala, para pedirle dinero a mí padre. Él nunca me negó un centavo para libros. Corrí y llegué casi a tiempo. Esa noche no dormí, por primera vez tenía en mis manos un libro de magia”.

Los demás textos cayeron sobre sus manos como por efecto dominó. Buscó incluso en las tiendas de libros usados, donde encontró varios tomos de ilusionismo y prestidigitación. Así fue haciendo su propia biblioteca de magia.

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La vida del joven Francisco Girón cambió cuando en la cartelera de los cines apareció la película “El gran Houdini”. Estaba de vacaciones y junto a su hermano menor fue al cine Tropicana, ubicado en el centro de San Salvador.

“El ver esa película fue para mí una teofanía. Estaba alucinado y soñando. Cuando terminó la película yo era otro. Ya no era yo mismo. Pienso que en un momento dado encontré una respuesta a un temperamento mío. Al ver encadenado al hombre… fue como que hicimos click. Me gustó tanto que fui al cine a verla tres días seguidos”, comenta mientras ríe.

Un día se acercó a su padre y le manifestó su deseo de ser mago, pero no recibió una respuesta esperanzadora. Y sin embargo, el afán de convertirse en ilusionista ardía en su pecho con una fuerza misteriosa.

Para una navidad, su padre llegó con una caja de manzanas que en un extremo decía Fancy Brands. Fanci no sabía que significaban esas palabras, pero el estilo de las letras le gustó tanto que decidió recortar la tapadera.

Las pegó en una cartulina y le puso la palabra mago. El arte final fue un cartel que decía Mago Fancy. Le sirvió para anunciar sus shows con los niños del vecindario.

Cuando tenía 16 años se fue a meter a la televisión a un programa que se llamaba “Coctel musical”, donde actuó junto a los cómicos salvadoreños Aniceto Porsisoca y Chico Tren.

“Llegué al canal y pedí hablar con don Arnoldo Vázquez, quien dirigía el programa. Le expresé que era mago y que quería me diera espacio para actuar. Me pasó a la oficina y me hizo una prueba. Le hice un truco que le gustó y me contrató. Me sentía feliz de estar a la par de los que había admirado a través de la pantalla”.

Hubo días que el mago Fanci se escapaba del colegio para irse en caravana con un grupo de cómicos que había conocido en la televisión. Iban a pueblos y cantones a realizar diversos shows.

Cuando se graduó del bachillerato llegó uno de los momentos más trascendentales de su carrera artística.Todo estaba dado para que estudiara medicina en la universidad nacional. Pero una tarde llamó a su padre, lo sentó  y le dijo que no quería ser médico, sino mago.

“Mi papá estuvo en desacuerdo. Este es país es ingrato con los artistas, me dijo. Yo le manifesté que estudiaría medicina, pero  le hice ver que cuando recibiera el título se lo iba a llevar para que lo colgara de la pared, pero que me iba ir en el primer circo que pasara. Mi viejo se me quedó mirando y sonrió. Se acercó, me abrazó y me pidió dos cosas: que lo que hiciera lo hiciera bien y que nunca hiciera nada que le fuera avergonzar. Lo abracé y le prometí que en El Salvador no habría mejor mago que Fanci. Los dos terminamos llorando”.

Para ese entonces a Fanci ya lo anunciaban como el mago más joven de América.

***

Imaginen un extenso lago,  rodeado de árboles y peñascos. El cielo despejado y un aire cálido rozando los rostros expectantes de millares de personas arremolinadas en torno al agua. Lanchas abarrotadas de pescadores. El muelle, un baúl y unos bafles proyectando “La quinta dimensión”, de Acuario.

Así fue el escenario donde el mago Fanci realizó su primera gran hazaña. Era un cinco de julio de 1970. En el lago de Ilopango una multitud de personas escuchaba un breve e improvisado discurso del mago salvadoreño que seguía los pasos del gran Harry Houdini:

“Dentro de unos minutos ustedes van a ver a un hombre encadenado de pies y manos, al interior de un costal cocido y un baúl cerrado con tres candados de hierro será lanzado al agua. Si ese hombre, que es tu servidor, logra liberarse de ahí, eso significa que todos ustedes también pueden liberarse de todas sus prisiones”, manifestó.

Minutos después fue encadenado de pies y manos, introducido a un costal y luego a un baúl que fue lanzado a las profundidades del agua. El mago Fanci logró escapar de los candados y cadenas en menos de treinta segundos. Salió del agua con una sonrisa de triunfo.

Al  día siguiente las portadas de los principales periódicos decían que un mago salvadoreño había logrado una gran hazaña. Ese acto influenció a otras personas a incursionar en el ilusionismo y a Fanci se le reconoció como precursor de la magia en la región.

Esta no sería la última vez que el mago desafiaría a la muerte. Haría muchos escapes más colgado de torres, helicópteros, edificios, atrapado en camisas de fuerza, encadenado y con fuego. En al menos cinco ocasiones el acto estuvo a punto de convertirse en fatídico.

Foto D1. Cortesía mago Fanci.

Foto D1. Cortesía mago Fanci. En el lago de Ilopango previo al acto de escape.

Por muchos años trabajó en circos norteamericanos y sudamericanos. Eso lo obligó a vivir fuera de El Salvador por un buen tiempo. Su esposa Leti García ha sido su apoyo incondicional en su carrera artística.

Veinte años después Fanci haría otra gesta que acapararía la atención de los medios de comunicación: fue enterrado con vida durante siete días en un campo de béisbol ubicado en la capital.

Fueron dos motivos que le convencieron para hacer esa hazaña. Uno era promocionar un noticiero televisivo que se llamaría “Siete días”. Y el otro, el más importante, era hacer que los salvadoreños olvidaran por unos días la violencia y tensión producida por la guerra civil.

A finales de agosto de 1990, en el Parque de Pelotas, el mago Fanci se reunió con otros artistas y ante una multitud de personas hizo actos de magia. Horas después fue introducido a un ataúd que fue sepultado tres metros bajo tierra y sacado siete días después en presencia de otra abultada concurrencia. Un tubo de pvc era la única entrada de aire.

“Me gusta vivir experiencias únicas. Tener esa sensación de estar en una situación no común. Pensar que me llevan en un ataúd a mi propio entierro o pensar que de todos los millones de habitantes yo estoy encadenado bajo el agua”.

– ¿Y qué pensó cuando estaba enterrado?, le pregunto.

“La clave está en no pensar, solo sentir. El sentir es algo que te impulsa, pero el pensar positiva o negativamente te obstruye… en este caso hubo una preparación, un ayuno gradual para llegar a un momento de poco tóxico en el cuerpo. En los escapes, el miedo es el principal enemigo porque genera un descontrol nervioso y agota tu cuerpo. Pero nada de esto es sobrenatural”.

Luego de una breve pausa y tras llenar sus pulmones con aire, el prestidigitador agrega:

«La labor del ilusionista es dar una ilusión en un mundo desilusionado, es lo que yo decía cuando hice el acto de enterrarme vivo. Si a las personas que están presenciando un acto de magia les pusieran un sensor, seguro que sus ondas cerebrales llegan a alfa. Y eso es sano para el espíritu».

***

Hace años que Fanci decidió no hacer más predicciones en los medios de comunicación. Evita a los periodistas que todos los fines de año se acercan para consultarle sus pronósticos. La razón es sencilla: este país nunca tomó en serio sus vaticinios.

Comenzó hacer pronósticos en 1972 y tuvo varios aciertos. Predijo, por ejemplo, la firma de los Acuerdos de Paz, la enfermedad mortal del expresidente José Napoleón Duarte y otras más.

Ahora solo hace pronósticos en su centro de estudios filosóficos, donde se reúne con un grupo de unas cincuenta personas con el fin de estudiar al ser humano desde toda perspectiva. La finalidad es instruirse sin dogmas en las distintas corrientes filosóficas, religiosas y espirituales de la humanidad.

“Quien conoce la historia puede hacer pronósticos. Primero armo la analogía histórica y después el tarot me sirve para darle el orden a las cosas… pero acá hay un desprecio por el arte nacional y un complejo de inferioridad increíble. Hace poco me llamaron de un programa televisivo que se llama “Tal para Cual”, yo les contesté que como se atrevían a insultarme al invitarme a su programa. Les colgué rápidamente. Es una desgracia lo que estamos viviendo”.

El mago Fanci calló un momento y perdió la mirada en el vacío de la habitación. Me pareció que observaba las numerosas libreras que tenía ante sí. El tiempo había transcurrido rápido. Tomé mi grabadora y observé que marcaba poco más de tres horas de audio. La apagué.

“Ahora que ha apagado la grabadora – expresó instantes después – le puedo decir algunas cosas que omití en la entrevista”.

Me puse de pie y me atreví a decirle que quería observar su enorme biblioteca. Mientras recorríamos con la vista los distintos volúmenes ordenados en fila, Fanci habló de esas cosas que no quiso decir en la entrevista.

Luego me condujo a otra habitación llena de libros. Explicó que recientemente los había ordenado por temática: historia, magia, política, religión,  filosofía, teosofía, clásicos y otros. Por un momento perdí la noción del tiempo. Cuando con mi compañero abandonamos la casa del precursor de la magia salvadoreña ya era de noche. Muy noche.

Foto D1. Salvador Sagastizado.

Foto D1. Salvador Sagastizado.