El Salvador
sábado 16 de noviembre de 2024

El ímpetu inagotable de María Isabel Rodríguez | Primera parte

por Pabel Bolívar


La mujer que procuró curar a toda una nación hoy está enferma. Sufre de un resfriado que no la deja en paz desde hace tres días. Esto le no impide repasar su vida, moldeada por la tenacidad, las frustraciones y la constante necesidad de fijarse nuevos desafíos.

Eso le jugaría también una mala pasada, porque, según ella, en los exámenes que hacían junto a los estudiantes de la Escuela Militar, se privilegiaba a los cadetes. Cuenta que en uno de tantos exámenes su profesor le arrebató el examen sin darle mayores explicaciones.

La angustia se apoderó de ella. Pensó que no se lo iban a devolver, creyó que reprobaría con nota cero y vaticinó reprimendas en casa.

Minutos después le devolvieron la prueba y respiró hondo. Nunca recibió justificación alguna, solo un “cállese” a secas. La única forma de que uno de tantos cadetes pudiera pasar la prueba y llegar a ser, en algún momento, el orgullo de la nación, era copiar el examen de la pequeña María Isabel.

La dureza militar y la formación académica en un mundo de hombres fue el germen para una etapa especial de su vida: su formación universitaria como estudiante de medicina y sus primeros pasos como activista política, nada más y nada menos que durante la caída del “generalísimo” Hernández Martínez.

Quería ser matemática

La doctora que procuró curar a todo un país hoy está enferma. Tiene un resfriado del que surge una voz gangosa y un tenue dolor de cuerpo. Le echa la culpa a la dejadez y la criminal temperatura (aire acondicionado a 14 grados) a que fue sometida durante una entrevista en una canal de televisión. “Hará quizás unos 5 o 10 años que no me daba un quebranto así” expresa acomodándose su pelo negro que cubre el inicio de su frente.

María Isabel Rodríguez
Ser doctora no era su primera opción. Disfrutaba deshilvanar el tiempo resolviendo problemas algebraicos u operaciones aritméticas. La matemática era su vocación pero en 1941 no la impartía la UES. Las otras dos opciones eran ingeniería y medicina, duda que luego se disiparía gracias a una observación baladí.

Un día vio, en un parque, a dos estudiantes de ingeniería manejando con torpeza un teodolito. “Me dije: ‘eso a mí no me gusta’. Ahí me desilusioné. Curiosamente me entusiasmé con la carrera de medicina porque un primo que estaba en tercer año invitaba a sus compañeros a la casa a estudiar. Me enamoré con ellos y desde ese momento sentí el llamado de la cardiología”.

Combinó los estudios, que concluyó sin retrasarse en ninguna materia, con sus primeros pasos como activista social. Fue en 1944, cuando cursaba el tercer año de carrera y al Hernández Martínez se le venía abajo el puño represor gracias a una huelga general.

A María Isabel le nació la conciencia de lucha como una reacción contra la tiranía de los militares del Inframen. Recuerda que muchos de sus compañeros se hicieron militantes. Algunos murieron en una ofensiva contra el gobierno. Entraron por Ahuachapán y ahí los acribillaron. Eso no hizo más que encender su chispa.

Ella, junto con otros “pellejines”, repartían panfletos, así como el periódico “opinión estudiantil” en la clandestinidad. Iban a dejarlos hasta en las embajadas en medio del sigilo y la posibilidad de ser capturados en uno de los momentos de mayor inestabilidad política en la historia del país.

Aunque en la calle tiraba de los hilos que derrumbaron al dictador, no la abandonó el celo familiar. Como integrante de la Asociación General de Estudiantes Universitarios Salvadoreños (AGEUS), formó para de la delegación de compañeros que representarían a este organismo en una reunión en Guatemala. María Isabel estaba feliz, pero en la casa la esperaba una de esas discusiones peliagudas. ‘Voy a Guatemala con un montón de hombres’, les dijo a las tres madres. Su tía Isabel, luego de mucho meditarlo, aceptó, solamente si ella iba como “chaperona”.

Parecía que la suerte estaba echada cuando un amigo, su “paño de lágrimas”, prometió que iban a ir otras estudiantes y que él, personalmente, se haría cargo de “Chabelita” como cariñosamente la llaman familiares y amigos cercanos. Ese amigo era Álvaro Magaña, quien luego se convertiría en presidente provisional del país a inicios de la guerra civil.

“Mi tía me tenía a raya. Pero ya después se hizo amiga de mis compañeros. Cuando estaba en la universidad ella organizaba la Semana Santa en que íbamos en camión y se llevaba a todos mis compañeros. Nos íbamos a la playa. Isabel ponía las hamacas y mandaba a hacer los ranchitos. Ella y su esposo eran los guardianes, las hamacas de los dos dividían el lado donde dormíamos las mujeres y el lado donde dormían los hombres. El señor con su lámpara iba por toda la playa a ver si alguna de las muchachas se había quedado arrinconada con algún tipo. De ese periodo en la universidad rescato la apertura de mis tías, aunque fuera solo un poco”.

El regalo de Diego Rivera

Su nombre estaba en la lista negra de los estudiantes incómodos para el régimen; aun así tuvo la suerte de obtener becas nada despreciables para dos posgrados: uno en cardiología y otro en ciencias fisiológicas, en la Universidad Autónoma Metropolitana de México (UAM).

Corría el año 1949 cuando Francisco Franco era el amo absoluto de España. Muchos activistas republicanos tuvieron que salir del país para salvar su vida y recalaron en México. Artistas, intelectuales y políticos de izquierda enriquecieron la vida cultural del país azteca.

Como era su costumbre, María Isabel Rodríguez cumplía cabalmente sus obligaciones académicas, pero también tuvo tiempo de codearse con los emigrados españoles y la intelectualidad mexicana del momento. Recuerda las noches casi eternas de tertulias con pintores de la talla de Pablo O’Higgins, Clemente Orozco y Diego Rivera, el regordete bohemio, el tormento de su esposa Frida Kalho.

Confiesa que Diego era “feo como el diablo”, pero en cuanto abría la boca y comenzaba a sus disertaciones atizadas con chile y tequila, se enamoraba de él.