El Salvador
martes 5 de noviembre de 2024

La DEA sabía lo que hacía Capister, pero no podía frenar los escuadrones

por Redacción


Celerino Castillo, máxima autoridad de la DEA, conoció a Regalado como parte de una verdadera paradoja. Eso ocurrió en momentos en que Castillo sabía que Randy Capister, jefe de operaciones de la CIA, estaba en El Salvador para hacer más musculosas las relaciones y métodos de los escuadrones de la muerte.

Lea acá la PRIMERA ENTREGA: El ángel y patrón de los escuadrones de la muerte en El Salvador

LEA ESTE JUEVES LA TERCERA ENTREGA: ORGANIZACIÓN Y MUERTE
El exjefe de la DEA en El Salvador, Celerino Castillo jura que cuando conoció al dentista salvadoreño Héctor Antonio Regalado, a mediados de los años ochenta, le temblaban las manos.

Lo único que sabía de él era que, en algunos círculos de los Estados Unidos, le decían el “doctor muerte”. Tenía fama de ser uno de los principales “interrogadores” de los escuadrones de la muerte de El Salvador. Así lo perfilaban en documentos oficiales de los Estados Unidos.

Celerino vino a El Salvador, a mediados de la década de los ochenta para investigar lo que pasaba en el aeropuerto de Ilopango, donde sabía que se estaban trasegando armas hacia Nicaragua y cocaína hacia Estados Unidos.

Castillo, máxima autoridad de la DEA, conoció a Regalado como parte de una verdadera paradoja.

Eso ocurrió en momentos en que Castillo sabía que Randy Capister, jefe de operaciones de la CIA, estaba en El Salvador para hacer más musculosas las relaciones y métodos de los escuadrones de la muerte.

En tiempos de la guerra, en El Salvador había muchos papeles cruzados.

Por eso es que el Teniente Coronel de los Estados Unidos Alberto Adame, tejano de origen, le recomendó a Regalado para que entrenara al pequeño y naciente  grupo de colaboradores de la DEA en El Salvador, a mediados de los ochenta.

Desde que lo conoció, Castillo tuvo a Regalado como un hombre amable. Pero en un documento lo describió también de otra manera: “debajo de su comportamiento apacible, él era el tipo de persona que  podía dispararle a un hombre entre los ojos y después escupirle en su cuerpo”.

Castillo hizo anotaciones sobre Regalado: manifestó que la propia CIA le dijo que el “doctor” podía sacar dientes sin anestesia.

Cuando el jefe de la DEA supo que Regalado sería entrenador de tiro de sus hombres, se fue donde el coronel James Steele, jefe de las fuerzas estadounidenses en El Salvador (1982-1984), y le preguntó si la embajada había aprobado a Regalado.

Steele, otro hombre acusado de ser torturador y potenciador de los escuadrones de la muerte y la “guerra sucia”, amigo cercano de Randy Capister, el “ángel de la muerte”  de la CIA, le dijo a Celerino Castillo que Regalado sí  tenía su apoyo.

Así empezó el entrenamiento: de todas maneras, se dijo que a Regalado le pagaba la CIA y no la DEA.

Castillo escribió que Regalado –a quien algunas investigaciones vinculan, sin estar probado, con la muerte de Monseñor Romero–era un tirador infernal.

El exagente de la DEA todavía recuerda que en la primera lección de tiro, Regalado desenfundó su pistola y pegó blancos a la perfección dando giros y saltos impresionantes con su cuerpo. “Fue increíble”, dijo Celerino.

Lugares precisos

Después de dos años de recibir lecciones de tiro con Regalado, Celerino Castillo se dio cuenta que podía confiar en él. Incluso supo que la guerrilla había atentado contra la vida del dentista.

Un día, Regalado llamó al jefe de la DEA y le pidió que lo recibiera en su despacho. Celerino Castillo, quien en ese momento comenzaba a reclamarle a Capister lo que estaban haciendo con la droga desde el aeropuerto de Ilopango, decidió no atenderlo solo.

Por eso pidió a Ramiro Guerra, un guatemalteco que en principio fue narcotraficante y después se convirtió en “garganta profunda” de la DEA (informaba de todos los movimientos  incluso los de Ilopango), que le acompañara a hablar con Regalado.

Los dos, Castillo y Guerra,  pasaron en un coche por Regalado y recorrieron varios puntos de El Salvador durante muchas horas. Castillo dice que Regalado les fue mostrando casi todos los sitios donde los  miembros de los escuadrones de la muerte lanzaban a sus víctimas.

El jefe de la DEA menciona que él tomó notas de todo lo que le dijo Regalado y dibujó bocetos de los lugares.

A los dos amigos del dentista les sorprendió que recordara hasta las fechas y nombres de algunos de los asesinados por escuadrones de la muerte.

Castillo recuerda que él entregó un informe a Janis Elmore, oficial político de la CIA en la embajada de los Estados Unidos, a mediados de los ochenta. Después sabría que ese funcionario de la CIA  posiblemente ocultó su información. Estaba del lado contrario.

Según Castillo, ahora agente retirado de la DEA, en 1989, cuando asesinaron a los jesuitas, él todavía permanecía en El Salvador.

Escribe que en esa  época Regalado lo buscó. Ambos se encontraron en un hotel de San Salvador. Regalado, según el agente de la DEA, intentó venderle la idea que guerrilleros habían asesinado a los jesuitas.

Castillo le preguntó por qué lo buscaba a él si no se trataba de un asunto de drogas. Las respuestas de Regalado habrían sido incoherentes.

Esa fue una de las razones por las que Celerino Castillo cortó la relación con Regalado.

También supo que, en 1989, el soldado César Vielman Joya Martínez confesó a la cadena de televisión CBS que con la ayuda de oficiales de los Estados Unidos, él y miembros de escuadrones de la muerte habían asesinado a 74 salvadoreños en diferentes puntos del país. Y eso lo atribuló. Él no apoyaba ese tipo de gestiones.

la cofardia de los militares

Disconformidad

Celerino se estaba volviendo loco en El Salvador.  No le gustaba, y era poco o nada lo que podía hacer para impedir que por el aeropuerto de Ilopango pasara drogas.

A pesar de que Castillo conocía a Randy Capister desde varios años atrás y había coincido durante cinco años en las embajadas de Guatemala y El Salvador,  sabía que uno de los papeles más importantes de “Chuck Norris” era apoyar y dar esencia a los escuadrones de la muerte. De eso no tenía dudas.

Un hecho relevante llevó a Celerino Castillo a dudar de los métodos de Randy Capister: en 1987, la revista “Time” que escuadroneros de la muerte de El Salvador y otros países del área, habían cometido sus propios asesinatos dentro de territorio de Estados Unidos.

Esa revista dijo haber encontrado rastros que comenzaban a aparecer extrañas muertes en las zonas de Los Ángeles, entre aquellos que criticaban con dureza, el papel de los militares durante la guerra.

Castillo escribe que él tuvo la oportunidad de mirarle a Randy Capister, una buena cantidad de pasaportes de Guatemala “en blanco”.

Capister le dijo al agente de la DEA que esos pasaportes los iban a usar “activos” de la CIA para viajar al extranjero.

Castillo expresó que Capister le dijo luego que los pasaportes fueron usados por miembros de los escuadrones de la muerte para entrar a Estados Unidos.

Un personaje que conoció de cerca a Capister dijo a Diario1, bajo protección de su nombre, que un militar salvadoreño llevó efectivamente 17 elementos a Los Ángeles.

El militar era amigo de Capister y éste lo visitó en una ocasión pero que el estadounidense nunca se embarcó en un proyecto para prolongar los escuadrones de la muerte en Los Ángeles, a finales de la década de los ochenta.

Sorprendente

Pero sí existen documentos en archivos de los Estados Unidos que revelan que Randy Capister, además de su trabajo de apoyo a los escuadrones de la muerte en El Salvador, corrió ese proyecto a Guatemala.

En ese país, Capister habría recibido la ayuda, a principios de la noventa, de un personaje muy conocido en El Salvador: Víctor Rivera, un venezolano que vino al país durante el gobierno de Napoleón Duarte.

Rivera fue asesinado hace pocos años en Guatemala. Acabó su vida acusado de pertenecer a un importante cartel de la droga de ese país. En Guatemala fue acusado, repetidas veces, de participar en una serie de asesinatos.

Rivera fue asesor de la Policía Nacional Civil (PNC), hasta que se peleó con su exdirector, Rodrigo Ávila y se marchó a Guatemala, protegido por importantes empresarios salvadoreños.

Lo último que se sabe de Rivera es que fue el jefe de las investigaciones del asesinato de los tres diputados salvadoreños que murieron varios kilómetros antes de llegar a la ciudad de Guatemala.

El problema, en ese caso, es que varios de los colaboradores de Zacarías están ahora condenados por asesinatos y hasta tráfico de drogas. El mismo Rivera acabó con un rótulo de narcotraficante puesto por una organización de las Naciones Unidas.

Celerino Castillo dice que tanto Capister como Rivera trabajaban en Guatemala, de la mano de los más tenebrosos agentes de inteligencia de ese país vecino.

Incluso Castillo hace una acusación adicional: que Capister era conocido por desarrollar bombas en cartas y libros. Según él, la mayoría de esos explosivos terminaron en manos de personas que se oponían al gobierno de Guatemala. Entre ellos, políticos, activistas y estudiantes.

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