El Salvador
domingo 22 de diciembre de 2024

EL ÁNGEL Y PATRÓN DE LOS ESCUADRONES DE LA MUERTE EN EL SALVADOR

por Redacción


Hasta los funcionarios de la embajada de los Estados Unidos en El Salvador sabían que Randy Capister, jefe de operaciones de la CIA en Centroamérica, era violento y tenía que cumplir un trabajo especial para desaparecer “comunistas”.

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A ese hombre que siempre decía que “el tigre no tiene que rugir para que sepan que es tigre”, le llamaban “Chuck Norris”.

Aunque tenía algún parecido con el actor, su cabello y barba pelirroja más bien le daban aspecto de vikingo.

A Randy Capister, un exagente de la Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA) que vivió aquí varios años la guerra de Vietnam lo transformó en un hombre muy violento.

Como siempre repetía frases hechas, a sus colaboradores más cercanos les decía: «matar es como hacer el amor…hay que saber hacerlo para sentirle el gusto”.

Ese era Randy Capister, el fundador de los escuadrones de la muerte en El Salvador y Guatemala, por encargo de la CIA.

En Vietnam, Capister aprendió cómo debía andar por la vida: una pistola atada al tobillo, otra en la cintura; una más agarrada de una hombrera y, en el auto, una poderosa ametralladora M-16.

Capister ha envejecido. Ahora tiene un poco más de 65 años. Nadie sabe dónde vive. Unos dicen que está retirado. Otros aseguran que los «ángeles de la muerte» nunca se retiran.

En su propio mundo

A Randy Capister lo selló la vida. Hijo de un padre violento que lo castigaba y humillaba físicamente, cuando llegó a Vietnam sacó todo lo que llevaba adentro para reproducir ese modelo de violencia.

A los vietnamitas les llamaba “salvajes” y, por su rudeza y agilidad mental, pronto lo reclutó la CIA para cumplir misiones especiales.

En Vietnam, rápidamente comenzó a hacer trabajo sucio: lo contrataron para que hiciera “implosiones”.

El asunto era dividir los habitantes de las aldeas para que se mataran entre sí. Para provocar eso, por supuesto, se debía ser muy listo. Y Randy lo era. Eso se lo reconocen todos.

Cuando Capister llega a El Salvador, ya era el resultado de muchos factores que tallaron su personalidad: era cruel, frío, despiadado y tenía un olfato especial para intuir el peligro. Lo olía a cualquier distancia.

Alguien que trabajó con Randy  lo describió así: ”Era una locomotora: imparable. De repente se le ocurrían cosas como ir a regalar algo a una escuela salvadoreña y, al regresar, pensaba en cómo matar a alguien”.

En los años ochenta, Randy  no solo era el jefe de operaciones de la CIA en Centroamérica, aunque eso era decir mucho en aquel tiempo.

También era un republicano confeso. A los demócratas de su país les decía que eran “gusanos homosexuales”.

Lo que más miedo le daba a algunos de sus principales colaboradores era cuando se enfurecía, porque podía sacar cualquiera de sus revólveres, matar lo que estuviera al frente y pedir que lo enterraran sin un avemaría.

Su desprecio por los demócratas estadounidenses era tal que, en medio de sus furias inacabadas, siempre decía, en el contenedor asentado en el aeropuerto de Ilopango, donde permanecía buena parte de su tiempo, o en la residencia que rentaba casi al frente del hotel Crown Plaza:

“Esos demócratas que no aleguen mierdas. Si lo hacen les mando las fotos de las matanzas que hacemos”, decía. Luego soltaba una carcajada.

Lo de las fotos de los asesinados por los escuadrones no era una broma. Siempre los mandaban a fotografiar. A las víctimas también se les filmaba en viejas máquinas de VHS, ahora retiradas del mercado.

Eso lo exigía Randy y sus hombres, sobre todo porque desconfiaba de los militares y civiles salvadoreños. No les creía ni cuando pronunciaban la palabra muerte.

Por eso es que a los hombres que trabajaban con él, directa o indirectamente, les exigía fotos o filmaciones de sus víctimas “comunistas” o de los colaboradores o guerrilleros que despachaban de este mundo.

Buena parte de esas filmaciones y fotografías de las víctimas de los escuadrones de la muerte las destruyeron, en el más estricto silencio, en 1991. Lo hicieron  por decisión de quienes estuvieron al mando de los escuadrones de la muerte que la derecha salvadoreña siempre ha negado.

Randy Capister Frio y violento

Un viejo modelo de Vietnam

Capister, quien pasó buena parte de su vida en Vietnam, aprendió en ese país que siempre debe existir un ejército secreto anticomunista.

Ese “ejército” debía ser entrenado no sólo para matar civiles sino también para que cada asesinato produjera miedo en los simpatizantes de los “comunistas”. Algunos le llaman a eso “contraterror”. Y Randy también sabía mucho de eso.

La idea se aplicó primero en Vietnam: los muertos no se esconden. Deben provocar miedo, terror. Además, la tortura debía ser una suerte de espíritu animador.

El propósito de la tortura, de acuerdo con los primeros manuales creados en Vietnam, no era solo de hacer hablar a una persona, sino de hacer que todos los demás se callaran.

Capister aprendió en Vietnam, donde  los escuadrones de la muerte desaparecieron a más de 80 mil personas, a ser eficiente. Y Randy era muy eficiente. Siempre lo supo ser.