#7 De la Serie No Existe
Una artista desconocida
Fotografías: Iván Escobar
Una tarde busqué el número telefónico del cementerio La Bermeja de San Salvador. Me habían dicho que ahí estaba enterrada Zelié, la esposa del escritor y pintor Salvador Salazar Arrué (Salarrué). Tantos años y nunca he ido o conocido el lugar. Pero hoy sí, quería saber de una buena vez. Sin preguntar más, llamé y me dijeron que no existía. O que mejor llamara más tarde. Deme el nombre completo de la señora por favor, deletreado: Z-e-l-i-é L-a-r-d-é A-r-t-h-é-s de S-a-l-a-z-a-r.
“Es macabro”, -me dice mi hermano desde Viena, eso de “ir a un cementerio es macabro, jamás escuché de eso. Es mi opinión, pero es macabro”. Y al final como siempre, mi hermano no entiende mi afán cultural. Creo que casi nadie entiende a la gente cuando ama la cultura en un lugar donde poco o nada importa. Es “solo para locos”, como dice el epígrafe de El lobo estepario, de Herman Hesse.
Luego de unas horas, recibí de nuevo, la llamada del señor del cementerio. Me dijo que sí, que la había encontrado, pero en el Cementerio General Las Parcelas, no en La Bermeja. ¡Brinqué! …
— ¿Usted conoce a María Teresa Salazar Lardé?
— ¿Maya? –le dije-, mmm ella ya murió en 1995, era la hija.
— Aparece a su nombre, y debe. ¿Pagará?
— ¿Cuánto debe?
— $237.53 dólares. Y está ubicada en Las Parcelas, cuadro 6, parcela 5…
— Muchas gracias.
Un par de días antes del aniversario, fui a buscar la tumba, al mediodía. Para confirmar. Sentía que me veían como extraña buscando y preguntando. Un perro hambriento y manso apareció, y Alice le dio tortilla. Hasta que abrieron y pude entrar, empecé a caminar, en el sendero principal, al final una ceiba inmensa que ya levanta las lápidas. Nada. No veía nada. De repente apareció un señor que conocía bien. Y Subimos entre la tierra como arando con mis manos. Y dando los datos, pudo encontrarla y despejarla del zacate jaraguá que tenía encima.
¡Ah! ¡Es ésta! Lo sé, por el año de nacimiento y fecha de muerte. Y por estas letras aunque no diga el nombre:
Z de S
SAGRADO CORAZÓN EN VOS CONFÍO.
Eso era todo. El señor se fue y me quedé con Alice, mi madre que siempre acompaña mis locuras. Nos recostamos en una tumba vecina. Vimos las nubes pasar sobre el intenso azul cielo. Los gatos, las hormigas, los pájaros, el silencio de un campo “santo”, no había nadie, apenas unos trabajadores que a lo lejos nos observaban. Ofreciendo sus servicios, pero yo no tenia dinero para arreglar y poner “tipería” la tumbita. Ni para un ramo de flores, pero soy la primavera le dije.
Salí feliz, después de un rato. Me alegré tanto. Y dije, volveré éste sábado.
— Bueno, dijeron los vigilantes. ¿Usted no es de aquí verdad? ¿Es familiar de ellos?
— Sí, soy de aquí. Y vendré el sábado.
A las doce del medio día, después del trabajo. Fui con Alice directo al cementerio de nuevo. Yo había hecho una invitación pública que compartí. Un evento llamado Zelié Lardé: arte, luz y amor. 44 Aniversario de su muerte. Que se realizaría a las 2:30 de la tarde, algo breve, solo una pequeña semblanza. Algo para recordarla aunque mi hermano JL piense que es macabro. Una semana antes, realicé en Maktub Café Cultural en el Centro Histórico, un conversatorio sobre Salarrué, por sus 119 aniversario de natalicio, llegó mucha gente. Por eso, se me ocurrió de repente, que tenia que recordar a Zelié, podría encontrar donde estaba. La muerte no es lo último. Al menos, al tener una tumba puedes ir a poner una flor, a ir a platicar, a sentir la paz del silencio. Este año han muerto dos amigos míos, muy queridos, una amiga poeta de Santa Ana que se suicidó en La Puerta del Diablo y que tiene tumba, y el otro amigo que se enfermó y a los cuarenta años murió se convirtió en polvo sin tumba donde ir a verlo, viaja entre América Latina, viene en forma de papalota, sos vos rey mago. Pero ya estoy en la tumba de Zelié.
Arreglamos con las guirnaldas, las flores amarillas, y llevé el poster del autorretrato de Salarrué, “Sagatara”, que tengo hace años que me regaló Santiago. Un par de fotos de ella y su familia en papel bond. Todo listo, eran las 2 de la tarde. El cielo comenzó a hacerse muy gris. Pasaron un par de policías, un gato negro, y uno rubio. No viene nadie. Nadie vendrá. Con todo listo, me dice Alice:
— Hice unas tortillas, y traje unos tomates para que almorcemos.
— ¡Gracias!
Y comimos ahí, a un lado, sobre las tumbas. Esas tortillas parecían chengas (tortillas de maíz muy grandes). Al ratito. Empieza a verse el cielo más y más gris. Las gototas comenzaron y tuve que quitar las fotos que había puesto con “chuchitos” o ganchitos para tender ropa en el arbolito de marañón.
— ¡Vamos a buscar donde pasar el agua!
— ¿Y el Sagatara? , -me dice Alice.
— Déjelo ahí en el árbol de marañón, es tela y no pasa nada. Que se quede ahí mientras pasa. De lejos veía la tormenta como que entre la tumba y el dibujo platicaban. Después de 44 años.
De repente vi al periodista independiente Iván Escobar, con su hija adolescente. Como perdidos entre la lluvia. Y los llamé. Muy contentos nos fuimos a pasar el agua. Iván con su cámara profesional tomaba fotografías y observaba todo. Una gran tormenta, que justo terminó a las 2 y media de la tarde. Hora convocada. Éramos solo nosotros. Subimos de nuevo, y puse las fotos mojadas sobre la tumba. De repente apareció el poeta Antonio Quintanilla Cruz, del grupo de escritores “Hijos de Cushcatan”. Y comencé a leer un texto, que llevaba listo, algunas palabras:
Zelié…En 2003 leí y transcribí tus cartas, esas que enviaste a Salarrué a Nueva York cuando se fue a trabajar allá desde 1946 a 1958. Él las guardó, son parte de su archivo personal. Transcribí pidiendo permiso a vos, a la familia. Zelie Lardé Arthés nació en El Salvador, el 11 de agosto de 1901 y murió el 27 de octubre de 1974. Fueron sus padres Jorge Lardé Bourdon y doña Amelia Arthés de Lardé. Se considera la primera pintora que manifiesta la tendencia primitiva de El Salvador. Dentro de esta corriente artística, ella representa escenas pueblerinas, o rurales. Plazas, mercados, festividades y escuelas, caminos, árboles, casitas, pies descalzos, juegos, vida cotidiana.
Al escribir, al dibujar, dejas rastros en papel, en servilletas, en cartas, alguien puede leer un día. Las leí yo en el Museo de la Palabra y la Imagen. También Janet Gold. Y antes Humano y Verónica Vides (1995-2003 Fundación La Casa de Salarrué). Llegué a vos por medio de Salarrué. Llegué a vos a través de la letra.
También escribías, aunque eso es poco lo que sé, debo seguir investigando, en el cancionero hay algunas canciones de tu autoría. Las pinturas y dibujos, caracterizadas por el uso de figuras planas, muy esenciales, con contornos definidos a través de líneas oscuras. Esto lleva a identificar al primitivismo o arte “naíf” (ingenuo en francés) con una pintura de gran espontaneidad, alejada de las enseñanzas académicas y que es producida en su mayoría por artistas autodidactas.
Según biografía de Salarrué escrita por Carlos Cañas Dinarte, “En diciembre de 1922 contrajo matrimonio religioso con el escritor y artista Salvador Salazar Arrué, conocido como Salarrué, (1899-1975). Zelié, es la última hija de una destacada familia franco-salvadoreña de intelectuales y científicos. Y ante la ausencia física del padre y madre de la novia, el permiso para el enlace le fue concedido a Salarrué por Alice Lardé Arthés de Venturino, su hermana”.
Con Salarrué procreó tres hijas: Olga Teresa (1923), María Teresa “Maya” (1924), Aída Estela (1926). Siendo de ellas Maya, la figura más reconocida por su labor pictórica y continuadora de la expresión artística cultivada por su madre y su padre. Maya fue monja, pintora primitiva y escritora de cuentos, al final ya no fue monja, vivió en la casa los últimos años que vivieron sus padres, para cuidarlos.
Zelié como sus hijas fueron también cultoras de las artes, las letras y el vegetarianismo, sostenido por Salarrué. Todos los elementos de su vida eran de origen vegetal, lo que incluía la vestimenta y los útiles de trabajo, así como la salvaguarda de la vida de los animales.
Las ilustraciones de Zelié, aparecen el la revista Espiral (1922-1924), comparte crédito con su esposo, donde aparecen las firmas Z de S.
Al vivir en la Colonia América, de San Jacinto. Las niñas pintaban, caminaban por los ríos con su padre, por el cerro… La madre de Salarrué, Teresa Arrué, tenia su escuela-taller de costura y fue ahí donde se dedicó a vender, entre muchas cosas, los llamados “muñecos” elaborados por su nuera, Zelie Lardé de barro y trapo.
Hay otros datos, que aun me falta conocer, sentir, llegar con mis pies a ese tiempo. Me guio por textos de la investigación del Dr. Rafael Lara-Martínez, en el libro “Del silencio y del Olvido” (publicado en 2013 por Accesarte), aparecen intelectuales, escritores, entre otros artistas, que en esa época justo en durante la dictadura de Hernández Martínez (1931-1944), donde ocurre La Matanza de enero de 1932, en boga la teosofía. Muchos asistían a la Logia Teotl o al Ateneo de El Salvador. El arte y la promoción de una nación nueva, lo nuestro. Bajo los escombros de la revuelta de los campesinos, en una época donde el café era el rubro número uno en economía.
Surgieron revistas donde participaban y publicaban. En la revista independiente Cipactly (1931-1952), editada por Carlos Martínez Molina. Una combinación de lo esotérico, metafísico, y el arte, el ideal de un país educado, y reivindicación cultural, a base de qué. Ante la censura, o el silencio actual, parece que hay menos censura en ese tiempo irónicamente. A la par de eso. Zelié, Salarrué, Francisco Gavidia, José Mejía Vides, acompañan y producen durante el auge de ese arte.
Quiero seguir leyendo, y entendiendo. Sí, Salarrué y su mundo de fantasía, de barro. Vos Zelié en tu mundo musical, sencillo, observando todo, captando en tus pinturas, cosiendo muñecos para sobrevivir, haciendo tarjetitas en papel vegetal. Haciendo tus esculturas de barro en formas de indígenas que casi toman vida. Viajando en esas camionetas o buses llenos de gente, de canastos con frutas y verduras. Ya descansás. Y quiero conocerte más.
Además de sus pinturas, Zelié es reconocida por sus ilustraciones de la obra literaria de Salarrué, “Cuentos de Cipotes”, las cuales se encuentran en su primera edición de 1945.
Una vez me encontré con Israel Mejía, quien con su hermana Lichita Mejía fueron muy amigos de esa familia, en los cincuentas cuando vivieron en Los Planes, “a Lichita se la llevaron con ellos a vivir, yo estaba cerca y a mi me invitó a ir a conocer el mar, mi mamá era muy pobre y si no fuera por don Salvador, que fue un Ángel para mi…”. Mientras que Lichita, en otra entrevista que le hice casi lloró, recordando que Zelié le arrullaba y contaba cuentos, y le enseñó que la costura sería su machete, “si no fuera por ella no seria nada”. Y en efecto me contó que de eso se ganó la vida. “Ella era una mujer trabajadora, hacía sus muñecas de barro, de trapo, y las iba a proponer para poder venderlas, y andaba en bus, ellos eran pobres y don Salvador también trabajaba mucho, hasta vendió su piano para comprarme una máquina de coser”.
Estos dibujos en blanco y negro, son inspirados en la narración de su esposo. En el Archivo Histórico del Museo de la Palabra y la Imagen (MUPI), se encuentran estos archivos, entregados por Humano desde 2003. En el cuarto frío, con mascarilla y guantes, observo sus “planchas” usadas para la impresión de los dibujos. En una de ellas, la representación de un anciano, el niño junto con tres gallos, Unos burritos contentos patas arriba, y otros más, donde pueden constatarse los cambios entre el boceto y lo que finalmente se imprimió en esta primera edición. No encuentro fotos de ella joven.
Durante los años 1946 a 1958, cuando Salarrué trabajaba como agregado cultural en Nueva York, permaneció en la casa de Colonia América. Realizando labores domésticas, atendiendo a Maya, quien habitó ahí con ella y no contrajo matrimonio. Maya entre sus clases de piano con el rumano Ion Cubicec, sus zapatos rotos y sus emociones secretas. Zelié y Maya escribían a Dagdito. Esas cartas, se encuentran en el MUPI. Las transcribí en 2003-2004. Aída se fue a México con su esposo y procrearon a Selva y Maya. Olga también se fue a Nueva York y se casó con Bill y procrearon a Paul y Bruce. Ellos eran amigos, amaban la música, la vida…
La familia, la vida es un pestañeo. Terminé de leer al escaso pero maravilloso público de tumbas y cuatro personas, dos gatos, un chucho, cientos de hormigas, y preciosos árboles caoba, maquilishuat, ceibas, palmas. Y me recordé de la Ópera, y en mi teléfono celular puse ‘O sole mio en la voz de Pavarotti, y luego el Ave María con la voz de María Callas.
Hasta siempre, Namira, Namirita, Machaquito…
***
“Mi arte no podría decir que es proporcionalmente ingenuo,
porque el mío es un juego, más o menos (risas). Lo que pinto es más habilidad.
El arte de mi madre Zelié Lardé, si pertenece al corazón”.
MAYA SALARRUÉ