Siluetas de mujeres,
Vagan por mi mente.
V. R. y R.
I. Andanza poética
Dichosa atracción en la contienda…lo mejor o más lírico del viaje. V. R. y R.
En enjambre, estas temáticas —deriva/búsqueda/retorno y, en menos medida, “sacrificio ecuménico” nacionalista— las desarrolla Vicente Rosales y Rosales (1894/7-1980) en su poesía modernista. Pese a la complejidad metafórica de sus escritos, los tópicos se engarzan en uno de sus poemas claves inaugurales, a saber: “Mi maestro el rosal”. Mi instructor me guía hacia el florecimiento continuo, esto es, hacia la fecundidad poética creativa.
En verdad, este largo poema (“El bosque de Apolo”, 1929: 7-22) no sólo evoca las luchas fratricidas del nacionalismo centroamericano —“Caín, sangre de Abel”— en el paso de “la esclavitud…primera edad” a “la libertad…enfermedad del mundo”, se cuestiona el poeta. La “Libertad” de la nación proyecta “la sacra belleza” que los hombres anhelan en la batalla. Los hombres encarnan una teocracia guerrera por alcanzar lo exótico nacional. “Y ora Dios, el Bolívar que hay en mi, con su espada… desgajó una nevada…el alma de un niño”.
También esa misma disputa celosa —apropiarse de los símbolos nacionales— culmina en la confrontación viril por la mujer. “Bolívar…la América/ es el tropel salvaje de Netzahualcoyoytl,/ es la chispa encendida de Atlacatl en la flecha,/ Caupolicán, Lempira……/ ¡Y lo demás tú y yo!”. La trama indigenista —por tradición literaria salvadoreña, sin tierras comunales (1882) ni lengua indígena a transcribir— la remata el encuentro de la amada (“tú”). Tal es la búsqueda de la poesía en ese crucero entre la patria y la amante, a género equivalente. Por digresión poética, los símbolos patrios acaban en el amor, en un galanteo carnal más que platónico.
Existe un diálogo metafórico entre la cuestión política —a discusión perenne en los estudios culturales— y el género —tema tabú debido al compromiso masculino. Sin embargo, las enseñanzas del “Rosal” inculcan que “tu talle pueril de señorita” emerge junto a “la gesta patriotera, brava y dominical” (véase IV para su explicación en detalle). En esos versos programáticos, “la rosa” no reduce su significación a la poesía misma (anthos, xochitl/xuchit). Por el clásico “conflicto de interpretaciones”, los diversos enfoques sobre la flor no sólo se disputan sus perspectivas sobre los pétalos coloridos y su alcance racional. A la vez, la rosa remite al cuerpo femenino que, “con malicia”, muestra su vestimenta. “Se abre la rosa del paseo/con dulce gracia de mujer” (“Canción de la juventud dolida”).
A género femenino —la patria, la libertad, la revolución, la ciencia, la verdad, etc.— todos estos valores los rivalizan los varones bravíos en combate acérrimo. Por el “éxtasis sin razón”, la utopía poética suprema la anuncia la consecución de “la rosa”. “La flor se me entrega”, donde “flor” refiere la trinidad “poesía, patria, mujer”, luego de la derrota del enemigo, contiguo al poeta. Quizás el triángulo “martillo del viejo Thor”—“blanca Helena…princesa primordial”—“espada de Argantir” Rubén Darío remita a esa pugna sinfín entre dos figuras masculinas por poseer la mujer (“El cisne”). La lucha viril en la misma clase tacha la lucha de clases.
“Creces y te adelgazas, Rosal, por un destino
sin mancha y sin herrumbre. Yo te veo crecer,
y me pongo celoso porque ya mi vecino
parado de puntillas quizás te puede ver
…
él te aja a fuer(za) de golpes y bota tu rocío
por alcanzar la rosa que quise yo el primero
…
veo cual te desgaja sin poder decir nada
a quien tras darle rosas, innoble te hace mal”.
Se desata una riña viril entre iguales —“Yo” y “”mi vecino— por apoderarse de “la fragancia de la novia risueña”. Gracias al beso matutino, de ella el laureado absorbe “el rocío que amanece en la flor…en gajo de la Sensualidad”. Rosales y Rosales no sólo denuncia la existencia de “niños desheredados de hambre”, “una niña harapienta”, en “sus deseos de ser árbol y darme en fruto” para subsanar la pobreza (“Mediodía”). A la vez, extiende la condena a “las iras sociales y políticas” en “mi tierra de mirto” (“Cosmópolis órbea”), las cuales las interpreta en lucha entre hombres del mismo rango social. Como la razón, la justicia la dicta el vencedor. “Militares al tornasol…viejas luchas, ¡Marte!, ¡El ejército!” le enseñan que “el mal está en la sangre” y “nada lo extirpa” (“Efemérides”). A esta crítica acostumbrada de lo social, se añade un rubro inédito en su comentario. La posesión de la rosa culmina en pleito casero.
En efecto, el concepto actual de “violencia doméstica masculina” encontraría en los “azotes”, los “varazos de espada” y “las cuerdas del látigo” un antecedente modernista denegado. Estos golpes los recibe la rosa como si su condición femenina la predispusiera a aceptarlos sin reclamo contra su pareja. Sólo “los dogmáticos” y “los sectarios” descalifican que la forma musical “contempla” el furor diario de la historia. “Fusta brava que te arde alrededor”. Desde su “destino” de “asceta solitario”, el escritor entona un “grito que aterra” aún la intimidad del hogar. “Las rosas son…pezones rosados” que confronta el anhelo posesivo de los varones en reñida batalla campal por acapararla (“Mi maestro el rosal”). «Aunque la violencia se vista de “melodía y de flor”, violencia se queda». La violencia “no da flores sino para los cerdos” (“Sapo feliz”).
En breve, por ese axioma de la historiografía llamado tabú, la violencia doméstica se cataloga como ficción. “Había querellas constantemente entre ellos y el hombre siempre concluía por golpear a la mujer” (Napoleón Rodríguez Ruiz, “El loco invisible”, en “El janiche y otros cuentos”, 1960: 111; para una expectativa letrada sobre la mujer de clase media, descrita en su acomodo matrimonial, léase “El narrador” (1973: 101) de Juan Ulloa, “la mujer…sueña con la dulzura del hogar. Que tendrá vestidos y alimentación segura”).
Sin aludir la violencia, por destino ancestral, “The old man and the beautiful maiden (El anciano y la hermosa doncella)”, el “Zohar. The Book of Enlightment” (1983: 121-126) describe cómo el sabio rabino busca “la verdad” a interpretar —esto es, “la rosa-señorita” de Rosales y Rosales. Las adivinanzas/parábolas traducen un haggadag, un “decir” en alegoría a descifrar. Se trata de una derasha que revela un sentido más allá de lo literal. Como los poemas de Rosales y Rosales, estos recados metafóricos se los refiere su guía, un burrero (sava tayya’a) —colega arquetípico del “arriero” en “Pedro Páramo” (1955) de Juan Rulfo. El enigma clave del maestro “imagina” que ella, la verdad misma, se oculta bajo numerosos velos y atuendos, donde “imaginar” (sha’er) implica el paso por una “puerta/portón”, sha’ar, en la travesía mística a des-cubrir a la “impúber”. Pero poco a poco, “al amante” la “señorita” le revela su cara y cuerpo para que la “conozca íntimamente” y la “verdad” lo ilumine. Alegoría del sabio, al final del viaje, el poeta contempla la Shekhinah, esto es, la técnica musical que el hombre posee gracias a la poética femenina.
A continuar: I. I. Disonancia, la ausencia presente
PARTE I: “Los copos del olvido” / \ Mujer y violencia según Vicente Rosales y Rosales