III. Interludio bis
A cada disciplina le corresponden eventos escogidos y documentación específica para legitimar su enfoque. La atención esmerada en la historia social explica que aún no se publique una antología literaria de 1932 sin el 32, esto es, el enlace entre la cultura y la política estatal en ese año clave. Aplicando el refrán popular, se trata del desfase permanente entre el hecho (el 32) y el dicho (1932). En efecto, a las “actividades literarias del año de 1932” (J. F. Toruño, Ateneo, 1933 y “Boletín de la Biblioteca Nacional”, enero de 1934), se añaden los diálogos entre una Nicaragua dividida y el arbitraje salvadoreño exterior. Esta otra arista desdeñada reitera las relaciones exteriores —antedichas— entre el México revolucionario y El Salvador. Un nuevo margen divide el 32 de las múltiples “actividades” en 1932.
Según el testimonio de Salvador Calderón Ramírez en ”Últimos días de Sandino” (1934), la actividad diplomática del gobierno salvadoreño le permite viajar a Nicaragua y, libremente, recibir correspondencia del gobierno nicaragüense y del propio César Augusto Sandino. A sus “esfuerzos” personales se añaden “las instancias efusivas y cordiales del Presidente Martínez y de su Ministro de Relaciones Exteriores, Doctor Araujo, quienes tenían fe en el éxito pacifista” (41). Asimismo, transcribe una carta de Juan Ramón Uriarte —diplomático salvadoreño en México, junto a Miguel Ángel Espino— quien declara a Sandino “con títulos magníficos de gloria” como “el Libertador de Nicaragua” (49).
Estas declaraciones —apoyos a sus viajes y mediaciones negociadoras— atestiguan una neta divergencia entre la percepción de dos figuras centroamericanas claves: el nicaragüense César Augusto Sandino y el salvadoreño Farabundo Martí. Calderón Ramírez afirma que se opone al “absolutismo de” los “principios comunistas” del líder salvadoreño, aun si respeta sus “inquietudes sociales” (114-115). Varias conexiones sin precedente indican cómo Calderón Ramírez defiende el legado rebelde de Sandino y de Anastasio Aquino, a la vez que se aleja de Martí (“Aquino, Morgan y Paterson”,1930, 1955, 1974).
Esta discordia del indigenismo literario con el legado de Martí la reitera Saúl Flores (1940: 162-163) al reproducir un fragmento de Calderón Ramírez, con el objetivo de “fijar en los niños de El Salvador” (4) una identidad nacional. La ilustración siguiente de Miguel Ortiz Villacorta, demuestra la manera en que la Esfera Pública del martinato —su reciclaje posterior— promueve el indigenismo en pintura como parte integrante de su política cultural (Tomás Fidias Jiménez, “El ambiente indígena en los movimientos emancipadores de El Salvador”, 1960). El propósito más imparcial de la historia culmina en la formación de subjetividades patrióticas.
Acaso esta desavenencia “de dos hermanos que se quieren”—Sandino y Martí— explica una tensión agresiva entre fraternidades enemigas en sus inicios (Calderón Ramírez, 115). Olvidada adrede, hoy parece tan revocada y mítica como la riña entre Caín y Abel. No extraña que el libro de Calderón Ramírez quede fuera de casi toda la historiografía contemporánea. Su cita obligaría a reconocer discrepancias nacionales fundadoras que otros sandinistas confirman. Así lo declara también Gustavo Alemán Bolaños quien —en su visita directa a Martí antes del fusilamiento— aúna sandinismo y anti-comunismo (“El Día”, 1º de febrero de 1932).
Su libro “!Sandino! Estudio completo del héroe de la Segovias” (diciembre de 1932) corrobora que “el 31 de enero fui a verle —a pesar de cualquier peligro— a la penitenciaría de San Salvador” (43). El 1932 sandinista no corea el mismo salmo que el 32 farabundista y, según González y Contreras, ninguno entona el 32 indígena izalqueño (para la reciente validación de varios 1932, según el hecho político sobresaliente, véase: Jorge Eduardo Arellano, “Bosquejo ideológico de Augusto Sandino” (cervantesvitual), Rafael Cuevas Molina y Paulette Barberousse Alfonso, “El pensamiento de Sandino” (Archipiélago), sin mención del 32 salvadoreño. Véase también la correspondencia de 1932, en C. A. Sandino, “Pensamiento crítico”, 1988).
La presencia de Calderón Ramírez junto a Sandino, la verifica Ramón Romero C., quien reproduce la foto “Último viaje del General Sandino a Managua” (20), junto a una cita del mismo autor (“Símbolo que resucita”, 195?). Por coincidencia metafórica, Calderón Ramírez aparece a la derecha de Sandino, legitimando que el héroe “vivirá eternamente”. Le antecede “Teresa Espinal” “heroica y bella salvadoreña, compañera de armas del General Sandino” (18). El testimonio de Calderón Ramírez justifica la manera en que Romero condena el “martirio” de Sandino y su consagración ”perenne” (30).
A esta visión —sandinismo anti-comunista, pro-martinista— se confrontan su antónimo: anti-martinista sin un apoyo directo al comunismo. En primer lugar, se anota el juicio de Eliseo Lacayo Fernández quien —en las páginas finales de “Gral. Augusto Sandino. Abanderado de la raza” (1933: 81-87)— escribe un “elogio” de Martí, mientras registra “el orgullo viril e indómito de nuestra raza”, según Sandino, como defensa clave contra “el imperialismo” (81). “Martí dirigió intelectualmente la lucha armada y la propaganda de Sandino en el Exterior” (84). Anhelaba Martí: cimentar la democracia verdadera en su tierra, haciendo a un lado el harapo político y la llaga social” (8). Pero “se me dice, por los que estuvieron muy cerca de Martí y lo conocieron a fondo, que el ex-Secretario del general Sandino, era un hombre enfermo…que pretendió desviar el rumbo ideológico…y otras tantas anormalidades como el de enviar copias del archivo del Héroe de las Segovias a varias organizaciones…y publicar la especie, divulgada por él mismo, que el Jefe Autonomista estaba en tratos con el Socorro Rojo” (86).
Por esta razón, desde Managua, Lacayo Fernández da “por sentado que la obra de Martí adolece de defectos…y merecería la censura por sus actos ciertos o dudosos” (86). Sin embargo, redime a Martí, “cuando Maximiliano Hernández Martínez, por medio de sus sicarios llevó al patíbulo a Augusto Farabundo Martí”. Ante la muerte “rectificó sus palabras vertidas contra el héroe y dijo: “Sandino es un patriota”… “y por eso” —concluye Lacayo Fernández— “lo perdono” (86). Pero a quien no puedo perdonar jamás es a ese traidor…Maximiliano Hernández Martínez” (87).
En segundo lugar, Luis Felipe Recinos y Rubén Hernández, “Sandino. Hazañas del héroe” (1934) exonera a Martí por su defensa final de Sandino ante el paredón del ejército salvadoreño. Los autores reconocen el altercado entre ambos líderes. Del salvadoreño afirman que “vomitando fuego contra los “machos” y los nativos traidores…más tarde acusaría en México a Sandino de traidor ante el mundo entero” (22). Pero, “cuando fue llevado al patíbulo…hizo esta declaración: “Sandino ha sido un hombre honrado” (22). “La declaración postrera de Martí…revelaba a Sandino, lo limpiaba del sucio cargo que habían hecho en su contra los comunistas al tildarlo de traidor por el solo hecho de no haber querido ser ciego instrumento de sus maniobras” (23). Si esta larga cita aclara su posición sobre la disputa entre Martí y Sandino, la acusación frontal a Martínez también resulta tajante. “Aquella horrenda Masacre cometida por un ejército regular al servicio de un grupo de imperialistas, en un pueblo inerme, Masacre que pesa y pesará sobre el encorvado lomo de la inexistente conciencia de Martínez” (28). La disparidad con Calderón Ramírez y Alemán Bolaños no podría ser más radical, aun si se mantiene un sesgo racial y de género.
Estas últimas dos acotaciones explican la disparidad intrínseca entre algunos primeros sandinistas. No habría una sola, sino al menos dos posiciones en pugna, según su referencia a El Salvador. Mientras los defensores del héroe de las Segovias —residentes en el país— declaran su anti-comunismo y apoyo a Martínez, desde otros países del istmo se afinan esas posiciones. Los seguidores centroamericanos mitigan el anti-comunismo, sin aliarse definitivamente con esta corriente política. Y —antes que casi todo intelectual salvadoreño— frontalmente denuncian el etnocidio de 1932. Sin embargo, en común acuerdo, ambos enfoques mantienen el pensamiento de la época en materia de mestizaje racial y de género.
Asimismo, los autores que defienden a Martí por su rectificación final, dudan de su comportamiento previo, cuyas acciones no las objeta Calderón Ramírez. La manera de morir —“dulce et decorum pro patria mori” (Horacio, “Odas”, II:2)— legitima las maneras de vivir. Como acierta Alemán Bolaños (“¡Sandino!, 1932: 43), “Martí” quedará siempre “ya consagrado por la muerte…” (para la disparidad entre el apoyo a Sandino y a Martí, véanse quienes saludan al héroe de las Segovias a su paso por el Salvador según Alemán Bolaños (43): “el ministro de guerra, doctor Gómez Zárate y el general Antonio Claramount. El oficial, mayor del ministerio de la guerra, Daniel Montalvo”.
A continuar: IV. Andante