III. Interludio
Si la conclusión de Bonilla Bonilla afirma “de todas las reformas realizadas”, la “de 1979 es la única que sobrevive” (90) —historia— acallada, la poética confirma el tesón de las imágenes del “Mejoramiento Social” del martinato. Al cambio de la historia se contrapone la continuidad de la poética, esto es, el imaginario remoto de la portada. El negro y blanco de la letra lo introduce el matiz del óleo en tornasol. El cuadro de Espinoza —pintor becado por el gobierno— certifica “la persistencia de la memoria” plástica en la historia científica (Salvador Dalí). Cambian los hechos, pero continúa vigente la percepción sensible del universo social. Así se cumple el axioma poético que recaba la memoria plástica de lo Real, ante su ausencia en el presente.
La perennidad del arte pictórico no resulta exclusiva a El Salvador, al conservar el mismo retrato en arquetipo visual de la reforma agraria, de 1935-2019. En la Costa Rica de todo el siglo XX, “se percibe…la imagen idílica del campo como la representación del paisaje nacional” (Eugenia Zavaleta Ochoa, “Las exposiciones de artes plásticas en Costa Rica (1928-1937)”, 2004). Siempre se reciclan estampas del pasado al imaginar el presente, ya que el nacionalismo en pintura plasma la figuras perennes de “lo propio, lo autóctono” y “la patria” (Zavaleta Ochoa, 138).
En la poética, el pasado no pasa como lo aciertan Gavidia —Grupo Masferrer, pintores indigenistas, et. al.— en su colaboración (in)directa con “la política de la cultura” (véase: “La República” y “Boletín de la Biblioteca Nacional”, finales de 1933). Ellos renuevan las nupcias entre la Ciudad Letrada y el Estado. Desde 1933, gracias a la presencia del guitarrista uruguayo A. P. Barrios Mangoré (1885-1944), se anticipa esta “política de la cultura” (Escobar). El apoyo a las artes y las letras enlaza la acción estatal —por medio de los periódicos e intelectuales— con la sociedad civil, ante todo la urbana (G. Cuéllar Barrandiarán, “Mangoré”, 2017: 21-60). Para ello, junto a los “sitios de libros” y el “culto al espíritu” (“La República”, 4 de febrero de 1933), se implementa “el reconocimiento de los derechos del sector proletario” cuyo “esfuerzo” es “el soporte de la riqueza” (ídem, 9 de febrero). La “labor de cultura” que desarrolla la Biblioteca Nacional (ídem 11 de febrero) afina “la revolución” social que “es derecho inalienable de los pueblos” (ídem 9 de febrero).
En cuanto a Espinoza, recibe beca para Europa y trabaja en Casa Presidencial hasta su suicidio, cuando lo reemplaza José Mejía Vides (“Diario Oficial”, 14 de octubre de 1939). Las imágenes indigenistas las difunde el mismo gobierno en demostración de su nacionalismo. Hugo Lindo las llama “el impulso” que “llegó. El General Max H. Martínez, Presidente de la República, obsequió cinco becas” (“Desarrollo del arte pictórico en El Salvador”, “Revista El Salvador de la Junta Nacional de Turismo”, 1937). Asimismo lo confirma Alberto Guerra Trigueros en “La pintura en El Salvador / The Evolution of Art in El Salvador” (ídem, 1939), artículo ilustrado y bilingüe distribuido por las embajadas.
Esa divulgación ejemplifica el emblema de una pujante cultura nacional, incluso hacia el tercer mandato presidencial. Cuando la resistencia contra el régimen dictatorial aumentaría, los representantes letrados reiteran su influencia internacional gracias al gobierno (ídem, 1939). Lo expresan el indigenismo de Adolfo Herrera Vega —“the Indians of Izalco have carried on the traditions of their forefathers, modified materially, it is true, but, in the spirit nothing has changed”— “Zipitío” de Claudia Lars, “Romance a dos cuerdas” de Alberto Guerra Trigueros, “Estatua viva de barro” de Serafín Quiteño, “Responso del hombre conforme” y “Muñecos y pueblos” de Hugo Lindo, etc. Además de las publicaciones, hasta el tercer mandato presidencial, se promueven “Conferencias en la Normal de Maestras” —y otras instituciones escolares– para que los intelectuales de renombre —“Salarrué, Serafín Quiteño y Claudia Lars”— difundan su labor a la sociedad civil (“La República”, 4 de mayo de 1942).
La Esfera pública militar amplía lo salvadoreño hacia una comunidad mundial de lectores de la literatura nacional y de espectadores del arte. Sin asombro, Darío sigue presente gracias a las publicaciones oficiales que reproducen “Estudio sobre la personalidad de Rubén Darío” de Francisco Gavidia, junto al viaje oficial de Francisco Espinoza —defensor de la democracia y de la “educación indígena”— y Salarrué a los EEUU (“La República”, 30 de abril de 1942; para la “Estancia de Salarrué en los Estados Unidos y su regreso” y “Juvenecer. Reverso”, “Cypactly”, s/f, sellado 17 oct 1941). A falta de “los senderos del arte” —confirma la exposición en el “Casino Juvenil Salvadoreño” con la participación de “Julia Díaz, Raúl Elías, Noé Canjura, etc.”, y el maestro Valero Lecha— no existiría una nacionalidad plena (“La República”, 20 de mayo de 1942).
Como lo anuncia la ilustración precedente de Guerra Trigueros, en versión bilingüe, el gobierno salvadoreño difunde hacia el extranjero la obra artística de la Ciudad Letrada, pese a cualquier disidencia. Las otras lecturas y estampas, el mismo Estado las disemina en las escuelas en “el ideal patriótico” de inculcar “los principios de moral” y forjar “la conciencia” ciudadana” (Flores, 3 y 4). Por esta alianza indeleble —“hasta que la Muerte los separe”— 1933-1935 festeja sus Bodas de Oro con el Estado. Lo reconfirman la ante-citada “Primera Exposición Centroamericana de Artes Plásticas” que se celebra en San José Costa Rica en octubre de 1935, con el apoyo oficial del gobierno salvadoreño, así como la “Exhibición de Pintura de la ciudad de San Vicente”, con la participación de Espinoza, Carmen Brannon (Claudia Lars), Alfredo Cáceres Madrid, José Mejía Vides, Miguel Ortiz Villacorta, Salarrué, etc., y el apoyo del Ministerio de Fomento (“La República”, 13 de noviembre de 1935).
Sin neta autonomía, la plástica participa junto a la ganadería, la industria y el turismo, en demostración de la “Obra de Mejoramiento Social”. El arte indigenista aplaude la política estatal tal como la “Obra de Mejoramiento Social” que emprende “la distribución de tierras a largo plazo y a precios sumamente económicos, la institución del Bien Familiar Campesino, la Quinina del Estado, el Patronato Médico Escolar, el acrecentamiento de la Escuela Rural, etc.” (“La República”, septiembre de 1934).
A colores, el óleo presidencial de Espinoza imagina el negro y blanco de los edictos que anuncia “La República”: “liberación del campesinado”, “apoyo a los indígenas y a las artes”, “obrerismo”, “problema social del proletariado”, etc. Si el siglo XXI no asocia las imágenes plásticas a los dictámenes estatales, su disyunción consigna de nuevo el obstáculo del análisis. Historia vs. Poética; Imágenes sin Palabras, viceversa, en reincidencia del axioma aristotélico. Sin embargo, la condena histórica conjuga la salvación poética de lo imaginario. De 1882, el triunfo modernista sin ejidos transcurre a 1910 —“renacimiento intelectual” gracias a la propiedad privada— hasta culminar en 1935 —un arte indigenista estatal junto a la “primera reforma agraria” (Espinoza)—e incluso se prolonga hasta el tercer mandato presidencial. Sin ambages, lo recicla la Revolución del 48 y los gobiernos reformistas siguientes.
El análisis propicia un desajuste perenne entre el hecho social y el co-hecho cultural. De nuevo, Francisco Gavidia ofrece el ejemplo de esta disparidad, al declarar “en lo moderno”, sucede “la democratización de toda la América” (nótese el mismo término “democracia” para hechos disímiles al actual). Desde la independencia hasta 1932, la impulsa “uno de esos destellos que Dios proyecta sobre los destinos humanos” (Gavidia, “Homenaje al Padre de la Patria”, “Torneos universitarios”, 1933: 95-99). Ante el “Señor Presidente de la República: Señores Ministros: Señor Rector de la Universidad:” (95), «el diario “Patria”» y las “autoridades universitarias”, el “festival de la Inteligencia” (V) explica cómo en 1932 se rejuvenecen las nupcias entre los intelectuales y el estado, gracias a un doble centenario: J. W. Goethe y José Matías Delgado.
Según el emblema “un pueblo que defiende su libertad no puede ser vencido”, la Academia Salvadoreña de la Historia restablece la correspondencia solapada —pero estricta— entre la independencia patria y ese año clave (“Delgado el Padre de la Patria (1832-1932)”, 1932). El 32 de la historia social lo armoniza el 1932 de la poética: “la unidad nacional” y la “difusión de nuestra cultura” (“La República”, 19 de diciembre de 1932), gracias a “la difusión de la prensa” (ídem, 21 de diciembre de 1932)”. Este acuerdo incluye a los miembros de la Academia de Historia al concertar “el orgullo patrio…del gran Prócer” con la presidencia en turno (“Delgado”, 1932: 3).
Más radical, la “misión orientadora de la universidad en la vida pública” (1934) explica cómo otros intelectuales —Adolfo Pérez Menéndez y Miguel Ángel Espino— apoyan un giro “hacia la dictadura intelectual” como manera de solventar la crisis cultural (Espino, “Prólogo. Adolfo Pérez Menéndez”, 4; retrato de Miguel Ortiz Villacorta; véase también: Serbelio Navarrete, “La universidad y la cultura”, 1934). A la colaboración “democrática” (Gavidia), a la “espiritual” en “liberación hacia sí mismo” (Salarrué en homenaje a Goethe, 1933) y a la “orientadora” universitaria”, se agrega la participación directa en cargos oficiales.
Sección III a continuar