III. II. II. Del recuerdo en rédito político
Distraídas en razonar la inmortalidad, se hallaban las Armas y las Letras…La voz de la Ciudad Letrada repetía que el alma —su obra artística— era inmortal. Aseguraba que la muerte del cuerpo, el Estado Militar, era del todo insignificante y que morirse tenía que ser el hecho más nulo que pudiera sucederle a una institución social. El Espíritu siempre perduraría el descalabro de la Materia. La Ciudad Letrada componía versos en medio de tanques y bombas, al lado de los cuarteles, mientras una marimba despachaba infinitamente “El Carbonero”. En rima le propuso al Estado Militar que detonara las armas de inmediato. Así demostraría su persistencia…Francamente, no lo recuerdo. Adrede olvidé si esa noche —durante el golpe de estado en El Zapote— la Ciudad Letrada sobrevivió o, por lo contrario, se levantó sin ningún rasguño que afectara su perenne trabajo espiritual. Plagio tergiversado de “Diálogo sobre un diálogo”, J. L. Borges.
Se retoma la temática de “Hombres contra la muerte” (1942 y 1947) que —en el apartado anterior— interrumpieron las citas tachadas de sus contemporáneos. Ellos también hablaban de “democracia”, de “justicia social, de recobrar raíces y legado abolidos, así como de la función redentora de la poesía. A toda esa esfera literaria y artística le afectó el cambio drástico de régimen o quizás permanecieron inmunes, ya que los valores —“no matarás”, pese a la guerra siempre justa— nunca cambian de sentido. Eso me cuentan. Desde la antigüedad clásica mediterránea, el concepto borgeano de “zahir” vaticinó el augurio. Si una palabra concreta —“mango que te quiero mango”, mango manila, mango verde en algüashte, mango sazón, mango extinto y porvenir— se explaya en infinito, tanto más se dilatan los conceptos políticos abstractos. Y su contrapartida po-Ética. Sólo hay una “democracia” —una sola “justicia social”, la de mi Partido— pero existen millones de “mangos”. Tal es la ficción que ya no se lee en las fábulas, sino en un proyecto político, único, que promulga la interpretación homogénea y absoluta.
Ante el descalabro militar, sólo la vana creencia en la inmortalidad supuso que el Espíritu se mantendría invariable. Volaría sin mancha sobre el desplome de su Cuerpo terrenal. Las instituciones estatales —revistas, editoriales, puestos administrativos…— fueron irrelevantes para el auge de una Ciudad Letrada pura, sin asiento en el Reino material de este Mundo. Arte Puro, decían, sin materialidad. En este cuestionamiento la obra recibiría un tratamiento particular.
En verdad, Espino no sería sino uno de tantos continuadores, cuya verdadera utopía pacifista comenzaría a obrar en coordinación directa con los nuevos regentes del orden militar en el Reino de este Mundo. El imaginario de “Hombres contra la muerte” anticiparía 1944 en su huelga de brazos caídos, como si la palabra dictara los hechos. “América debe exigir un puesto en el porvenir, pero sin usar las armas malditas del pasado (¿el 32?), ensayando la nueva arma de la victoria, la presión pacífica”.
Así lo estipuló el laboratorio de la ficción —la imaginación humana en la po-Ética— antes de proyectar su esquema hacia los eventos históricos. Si “el sueño de la razón produce monstruos” (Goya), la fantasía (1942-1947) inventa el arribo político de un nuevo régimen militar (1944) sin golpe de estado. No obstante, mientras varios miembros del Grupo Seis —Escobar Velado y Matilde Elena López, ante todo— siguieron fieles a su compromiso anti-totalitario —a veces en desliz castrense inevitable— más contundente, Espino continuó su práctica administrativa junto a los rectores del nuevo régimen militar. Ese mismo extravío López Vallecillos le reprochó a Escobar Velado al abanderar candidaturas militares. ¿Acaso Salarrué no obró de igual manera espiritual al llamado material de Óscar Osorio y José María Lemus? (véase: “Del silencio y del olvido”).
Asimismo, en la “huelga” imaginada —acto de “rebeldía”— la novela asentó su legado en un ideal descolonizador. Anticipó el presente pos-testimonial, mencionado al inicio como teoría en boga: Belice sin Inglaterra; América sin colonias. Empero, se reitera, por su práctica administrativa, Espino mismo lo dotó de un sesgo militar que la novela denominó “democracia”. Al “restablecer la fe en las democracias” la práctica del autor refrendó un nuevo estado militar, como ideal administrativo. Este compromiso con el estado castrense no negaría su humanidad ante el homenaje de quien sería un presunto oponente en 1944: José Benjamín Cisneros. Lo reconoció como tipógrafo , “herrero, soldado y poeta”, como si la posición política y el humanitarismo expresaran aristas autónomas. Su conciliación la efectuó la conducta personal, más que la consigna partidista (véase: I. López Vallecillos, “El periodismo”, 1964: 432).
Por estas contradicciones tan flagrantes —la utopía artística en consonancia con la política— el pacifismo radical de muchos escritores salvadoreños lo enmarcaron las dictaduras militares y su inevitable colaboración. Existió un acorde sinfónico entre el idealismo literario y la administración en curso. Entre la torre de marfil espiritual, la nación imaginada, y la acción material cotidiana, el estado se encargó de volcarla en práctica trastocada. La práctica que hoy se desea restaurar. Quizás…
Empero, las acciones —los conceptos que las definían en el pasado— carecen de un contenido exacto en el presente, i. e, anti-imperialismo de Masferrer en garantía del golpe de estado (diciembre de 1931). La determinación racial, la cuestión de género —exaltar “las almas viriles de la juventud” (Ateneo, No. 1, 1912)— el indigenismo sin lengua ni tierras comunales, el espíritu pacifista encarnado en lo militar, “las armas y las letras”, “exaltar el proletariado” en promoción militar, etc. Por esta razón, la utopía liberadora de Espino difiere del ideal de la guerra civil —“¡revolución o muerte!”— así como de su sustituto, ahora vigente. Para anticipar la caída de Martínez en el 44, Espino había de participar como diplomático en 1932 y, posteriormente, como subsecretario y consejero de Salvador Castaneda Castro (1945-1948), en cierre utópico de su poética pacifista y democrática. Con humildad confieso, no muy distinto de mi destino, al habitar cómodo, en este sitio desolado, entre el estanque enmohecido de La Llorona y el páramo de los misiles.
Además, si acaso Miguel Ángel Espino se opusiera al martinato, este acto rayaría en el parricidio contra Alfonso Espino, miembro del gabinete, que propone mejorar “la vivienda campesina” en “obra restauradora” del “proletariado” (Cuadro XV). Empero, ya se sabrá —paralela a la invención de la “lucha de clases” (Aristóteles (“Política”, V:1), antes que K. Marx); “el problema de razas” en Espino— también existía el fratricidio o la guerra civil entre hermanos: sean Caín y Abel, Tezcatlipoca y Quetzalcóatl. Y si no me lo creen, habría que indagar los archivos tachados de Dalton. Marcial, Ana María, Claudia María, Arquímedes. Y los juicios pendientes de San Romero, Jesuitas, Mozote…
He ahí —en las bodas del estado y la nación— el despliegue de la metáfora en “El río” de Julio Cortázar. En el ideal presente de “alzarse” hacia “la pareja perfecta”, la historia oficial jamás abandona al estado actual. Por ello, dormida a su lado, desnuda sueña con su antónimo. «La Ciudad Letrada siempre se opuso a su antiguo esposo militar sin incidente». El siglo XXI declara “escojo el silencio” y “resbalo al olvido”, ya que descubrir “el hedor exquisito” de la conciliación nacional —el yang, el Estado, y el yin, la Nación Letrada— rayaría en el escándalo de lo oculto. “Te toco en la penumbra verde del amanecer” artístico. Debe disimularse la avenencia para impedir el “suicidio” cultural. De lo contrario, en opuesto complementario al río Sena en Cortázar, por el Acelhuate fluiría el cuerpo despedazado de la Nación comprometida a derecha (1932…), la amante del Estado que ahora se abomina (el 32).
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A continuar…
PARTE I: Suprimir archivos I. Miguel Ángel Espino: indigenismo – 1932 – 1944
PARTE II: Suprimir archivos II. Miguel Ángel Espino: indigenismo – 1932 – 1944
PARTE III: Suprimir archivos III. Miguel Ángel Espino: indigenismo – 1932 – 1944
PARTE IV: Suprimir archivos IV. Miguel Ángel Espino: indigenismo – 1932 – 1944
PARTE V: Suprimir archivos V. Miguel Ángel Espino: indigenismo – 1932 – 1944