III. II. Añoranza espiritual por lo militar
Erigió la muralla, porque las murallas eran defensas; quemó los libros porque la oposición los invocaba para alabar a los antiguos emperadores…la más reverente de las naciones quemará su pasado. J. L. Borges
III. II. I. “Otras inquisiciones”
En este marco de colaboración con el régimen de Martínez, la novela “Hombres contra la muerte” amplía su propuesta utópica. Imagina el transcurso de una “huelga” pacífica hacia el cambio de régimen. Eso sí, no habría necesariamente una variación radical en los actores sociales de las altas esferas políticas e intelectuales. En verdad, además de las excepciones notables —“la generación del 44”— múltiples agentes históricos se traslaparon de 1932 al 1944. Quienes apoyaron a Martínez, en su primero, sino en su segundo período, lo atacaron en su tercer período, ante todo, al final. Por precepto borgeano, “cambian los papeles y máscaras, pero no los actores”.
Sin asombro, hubo una amplia amalgama entre ambos grupos como lo confirmó la “Revista del Ateneo” en junio de 1944 al exaltar la participación de “tres miembros” en el gabinete del “General Andrés Ignacio Menéndez”: Hermógenes Alvarado, Julio Enrique Ávila (“el Pulgarcito de América” en honor a Martínez, con ilustración de una mujer afro-descendiente en “Cypactly”) y Simeón Ángel Ávila, activos en la Universidad Nacional. Se produjo una dinámica entre la continuidad y la ruptura, tal cual la misma publicación la verificó al incluir artículos de Salarrué (“Con la balanza y con la bomba” y “El miquero avispado”, diciembre de 1945), de Toruño, junto al “mejoramiento de las clases laborantes” y “la más alta expresión del pensamiento centroamericano”. Con admiración, el Ateneo recordó al enlace sutil, permanente, entre el espíritu poético y la materia política. “Negar el sincronismo de los términos de dos series” —el Estado y la Ciudad Letrada— define una de las operaciones clásicas de “negar el tiempo” (Borges).
De nuevo, Toruño daría la pauta que ligaba los contrarios, los hermanos enemigos en su totalidad solidaria. El Cuadro IX demostró la manera en que el elogio de las “actividades literarias del año de 1932” —1932 sin el 32— Toruño lo volcó hacia el celebrado apoyo de la generación comprometida, dos décadas después. Por esa misma lógica del recuerdo y el olvido, en los cuarenta, su apertura hacia Julio César Escobar y Oswaldo Escobar Velado enlazó los límites. En eslabón perdido del extremo centro, Toruño prologó el libro “En la penumbra de los clásicos” (1940-1) de Escobar —cuya dedicatoria aclaró “al general Maximiliano Hernández Martínez, maestro y amigo que modeló mi espíritu”. Entretanto, le concedía un espacio editorial al “Grupo Seis”, en unión de los opuestos. Contemporánea de la primera edición de la novela de Espino (1942; véase cuadro XIV siguiente sobre Oswaldo Escobar Velado), la poesía reiteró el ideal democrático por rebasar un largo período presidencial. Si esa misma palabra abstracta —“democracia”— implicaba una significación disímil para los distintos autores intelectuales —Escobar, Espino, Grupo Seis, Toruño, etc.— deslindaría una esfera de investigación abierta a indagaciones futuras.
La trayectoria de Toruño no podía ser más peculiar: Miembro del Ateneo junto a Martínez, elogio literario de 1932 sin el 32, apoyo a Escobar, al “Grupo Seis” y a la Generación Comprometida en los cincuenta. La presunta dualidad —derecha vs. izquierda— se volvió triangular al revelar su intermediario volátil y conectivo. Toruño viviría el amanecer y atardecer de las transformaciones de los opuestos. Ya se mencionó que Escobar enlazó a Martínez y Salarrué en la Biblioteca Nacional durante el renacer de una “política de la cultura” (1933; véase cuadro XII). Por esta doble triangulación —Martínez=Escobar=Salarrué; Martínez-Escobar=Toruño=Grupo Seis-Generación Comprometida— los contrarios los concilió un mismo espacio editorial. Bajo la dictadura militar, su apertura democrática la verificó ese debate cultural extendido de derecha a izquierda (el término “democracia” lo utilizó Espino, el Ateneo, y demás agentes políticos e intelectuales de la época). A continuación el cuadro XIV desglosa ese enlace entre Toruño y Escobar Velado, a la vez de revelar otra supresión de archivos poéticos.
En un mundo global, dividido en naciones, los preceptos borgeanos se aplican aún de manera disgregada. Mientras al norte se clausuran fronteras —en anhelo de una muralla impenetrable— en otros lares desaparecen los archivos nacionales, y más allá sólo se permite referir las cosas por “el nombre que les conviene”. De esta manera —deshilvanado en partidos políticos y países enclaustrados— persiste el antiguo proyecto de unidad y pureza: construir una muralla protectora contra el intruso; suprimir archivos indeseables; permitir un solo nombre propio para cada objeto y evento.
Las “otras inquisiciones” siempre impondrán castigos severos a quienes infrinjan esas leyes. La censura, el oprobio, hasta entonar en eco glorioso: “me enorgullecí de los hombres que habían matado a mis hermanos”. “They are glorious”. De lo contrario existiría el debate cultural. Sin fronteras amuralladas, habría menos cansancio ante las “acumulaciones inútiles” de archivos nacionales y pluralidad de estilos. Enfoques diversos de lo mismo sin insidia por borrar la diferencia.
A continuar…