El Salvador
lunes 25 de noviembre de 2024

Suprimir archivos IV. Miguel Ángel Espino: indigenismo – 1932 – 1944

por Luis Canizalez


Por el doble enlace que reúne los opuestos —día y noche; memoria y olvido; alabanza y denuncia; 1932 y el 32— siempre se reproduce el recuerdo de Salarrué a Farabundo Martí —publicado en “Cipactly”, revista que defendió el ascenso de Martínez.

IM1A

1932

IM2A

IM3A

III. I. Unión de los opuestos

Si interesa recalcar la secuencia histórica y lógica —del fascismo al marxismo en González y Contreras— es porque tal vez anticipó el presente. Se elogia y condena una entidad gubernamental escindida: cultura vs. régimen militar; espíritu nacional vs. materia represiva. La Ciudad Letrada de la dictadura engendró el ideal nacionalista a recobrar en su alma permanente, en oposición complementaria con su actividad castrense, su cuerpo biológico corrupto. En toda validez, sigue vigente la conjunción de los contrarios que Alfonso Espino exponía en el Ateneo (1932) como entes contradictorios. La política siempre promueve “el desarrollo moral e intelectual” —la cultura del martinato celebrada por la izquierda actual (1932)— y rechaza “la regresión a la barbarie”, la violencia hoy condenada (el 32). Dos actividades paralelas: “la labor espiritual” del gobierno y su acción material. Existe aprobación y censura de un mismo estado-nación.

En efecto, si los verdaderos actores de la revuelta —Miguel Mármol, por ejemplo— vivieron en la clandestinidad, en el exilio o fueron ejecutados, el siglo XXI inventa la presencia de una oposición abierta al régimen. Los colaboradores desbancarían a los verdaderos revolucionarios. Todo pasa como si la dictadura fuese la imagen de la apertura democrática en materia editorial. Bajo su administración —promotora de la creatividad— se becaron pintores que los intelectuales celebraron en la “Revista El Salvador” de la Junta Nacional de Turismo, 1935-1939 (Cuadro X). Se organizaron exposiciones de arte sin igual y, en fin, se permitió la edición de libros clásicos, ahora consagrados. Toda esa actividad periodística y cultural ocurrió sin la censura predecible de un régimen dictatorial.

IM4A

Tal es la paradoja. Mármol fusilado; Mármol resurrecto; Mármol en la clandestinidad; Mármol en la cárcel; Mármol en el exilio. Mármol en apoyo guerrillero. Mármol muerto. Mármol olvidado, ya sin resurrección posible. Emblema del desdén. Empero, según la nueva historia oficial del siglo XXI, los oponentes al régimen vivieron sin amenaza y publicaron en la editorial estatal. Si en 1933 Julio C. Escobar —“Director de la Biblioteca Nacional” creía en “un nuevo florecer” gracias a “la exposición del libro auspiciada por el excelentísimo señor Presidente” a “sugerencia” de “un espíritu dilecto” como Salarrué, esa colaboración el siglo XXI la juzgaría crítica sagaz al régimen (“Revista del Ateneo”, 1933).

Otros escritores también recibieron puestos diplomáticos, durante el martinato —Espino, Raúl Contreras, José María Peralta Lagos, y el mismo Salarrué en Costa Rica (1935; Cuadro XI). Algunos más los obtuvieron en regímenes militares posteriores (véase: “Salarrué en Costa Rica” y la participación oficial a la “Primera Exposición Centroamericana de Artes Plásticas”). Y la labor artística por el indigenismo anticipó “lo que hace El Salvador a favor de los indígenas” (“La República”, 2 de diciembre de 1935), en una consonancia entre imaginación y proyecto social. El arte espiritual y la política militar se fundieron en ese ideal indigenista que hoy se añora. Ese tesón continuo sugería “educar el alma del pueblo”, por medio de la Segunda y Tercera Exposición de Artes, cuyos anuncios “La República” publicó en enero y diciembre de 1937.

IM5A

IM6A

Asimismo, “en Pro de la Cultura Nacional…(ocurrieron) las manifestaciones del espíritu” como “El Homenaje a Gavidia’ (“La República”, septiembre-octubre de 1941), en reiteración del “homenaje nacional…en el Salón Azul del Palacio Nacional” (“Revista del Ateneo”, 1933). Su visión anti-comunista la anticipó el poema “Sóter y el bolshevique” cuyo axioma opone las “identidades” al “¡repártase la riqueza!” (“Revista del Ateneo”, 1929 cuyo presidente era “Gral. Max H. Martínez”). Re-insistiendo, a esa colaboración intelectual, Julio C. Escobar la llamó “un nuevo despertar” de “frente a una política nueva. La política de la cultura” (Cuadro XII), a la cual contribuyeron los intelectuales como asesores (in)directos, mientras sucedía que “el terror cundió en el país” (González y Contreras, 1934, Cuadro VII bis de la sección anterior). Otros nombres claves aparecieron en la “Revista del Ateneo”: Alfonso Espino, Miguel Ángel Espino, José Tomás Calderón, Pedro Ángel Espinosa, Francisco Gavidia, Maximiliano H. Martínez, Miguel Ortiz Villacorta, Hugo Rinker, Juan Ramón Uriarte, Calixto Velado (mi bisabuelo, miembro difunto), Universidad de El Salvador, además de miembros internacionales como José Vasconcelos, Gabriela Mistral, etc.

IM7A

IM8A IMA9IM10A

Por el doble enlace que reúne los opuestos —día y noche; memoria y olvido; alabanza y denuncia; 1932 y el 32— siempre se reproduce el recuerdo de Salarrué a Farabundo Martí —publicado en “Cipactly”, revista que defendió el ascenso de Martínez —al “restablecer el imperio de la leyes” (8 de diciembre de 1931)— y refrendó la matanza en defensa contra “desatentadas rebeldías” (véase: “Del silencio y del olvido”). Empero, se borra su participación en “la política de la cultura” junto a Escobar, primero, a “Cypactly”, y a otras instancias estatales en años siguientes. Un sincero golpe de pecho —una confesión de amistad— opaca toda otra relación social incómoda para el presente.

Tal es el debate postergado por la actualidad que reinventa el término de compromiso. Se lo hurta a la antigua generación al aplicárselo a quienes —abierta o solapadamente— apoyaron las dictaduras militares. Acaso colaborar con la derecha anticipó el ideal de la izquierda en el poder. Quizás de esa manera, la actualidad confiesa un nuevo “cargo de consciencia” afligida, ante el crimen inconfesado de su máxime poeta comprometido. Se trata nada menos que del biógrafo de Mármol, cuyo ideal de “revolución o muerte” lo cumplió a la letra, en reversa por el castigo de sus camaradas. Comandante Marcial…

Según la premisa del apartado anterior —1932 vs, el 32— ese año dizque hubo un mayor debate cultural que durante el presente democrático. Lo demuestra el vaivén entre la represión militar y la compasión artística: la primera hoy condenada; la segunda, elogiada. Las obras que la dictadura difundía —las de sus presuntos oponentes— la democracia las ensalza en un mundo que opaca la diferencia de pensamiento. Un verdadero debate implica —no una— sino mínimo dos perspectivas disímiles de lo mismo, tal cual hoy se presupone “la actividad literaria del año de 1932” (Toruño) en crítica ferviente de la matanza en los recintos oficiales o, al menos, en disidencia radical. Sólo una discusión pública efectiva cumpliría el precepto borgeano de incluir un “contra-libro” en todo “libro”, para no “considerarlo incompleto” (J. L, Borges, “Tlön”). Incompleta será siempre una democracia cuyo ámbito cultural rechace el “contra-libro”. El debate excluye toda diferencia al boicotear la razón contraria. Al suprimir archivos nacionales.

A continuar…