José Rafael Zelaya González nació hace 58 años en el seno de una familia campesina en el municipio de Mercedes Umaña, en Usulután. Era el menor de ocho hermanos y el único que estudió. “Era el más querido por todos”, recuerda su hermano mayor Sibel Zelaya.
Él y el resto de hermanos de piel quemada por el sol recuerdan que “aún existen los predios polvosos donde jugamos pelota”. Entre sonrisas y algunas lágrimas recuerda su infancia.
“Todos nos quedamos a cultivar la tierra, pero estamos orgullosos de ser campesinos y estábamos más orgullosos que nuestro hermano menor logró superarse”, dijo con un nudo en su garganta.
Sin entrar en detalle, el anciano campesino se niega a seguir recordando a su hermano. “Prefiero guardar mis recuerdos”, recalca y añade “quiero que viva en mi mente, porque me lo quitaron y me lo humillaron”.
José Rafael Zelaya murió tras ser atropellado por Víctor Manuel Urías, empleado del Batallón Presidencial el viernes 27 de enero, hecho ocurrido sobre el Bulevar del Ejército.
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El responsable, que conducía un vehículo propiedad de Casa Presidencial, huyó del lugar, pero fue localizado en la Carretera de Oro, frente a la colonia Alta Vista en Ilopango.
Sobre el hecho, el secretario de Comunicaciones de la Presidencia Eugenio Chicas, dijo varias cosas, entre las que resaltaron que la víctima se trataba de un “indigente” ya que no contaba con documentación, pero calificó la acción de Urías como una “falta grave” al pretender darse a la fuga, aunque lo señaló de un “empleado ejemplar” de la Presidencia.
Pasaron cuatro días, para que llegaran al Instituto de Medicina Legal los familiares del único cuerpo en la morgue.
Fue la hermana de José Rafael, quien lo reconoció. A causa de las lesiones, la identificación fue posible por una cicatriz en uno de sus pies. “La ropa que tenía puesta no era con la que él salió de su casa”, dijo la mujer con tono de indignación.
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“Lo que más me duele es que lo hayan humillado de la forma que lo hicieron”, dijo don Sibel tras darse cuenta que “el indigente” que murió atropellado, y del que habló el secretario de Comunicaciones de la Presidencia, era el orgullo de la familia campesina.
“Mi hermano no era ningún indigente”, dice el campesino al confirmar que la víctima trabajaba como notificador de la Corte Suprema de Justicia.
Además, señala “nadie es más. Los indigentes también son personas”, dicen los Zelaya al revelar que realizan obras evangelizadoras en Usulután con “personas menos favorecidas”.
Aquella familia de campesinos, que vinieron desde el oriente, decide callar. “Sabe, mejor ya no diremos nada. Dejamos esto a la justicia divina”, concluyen.
Tuvieron que pasar cinco días para que la familia Zelaya pudiera realizar el funeral de José Rafael. Al mismo tiempo en el juzgado Segundo de Paz de Soyapango se instaló la audiencia inicial en contra de Víctor Manuel Urías.
Al empleado de CAPRES se le decretó instrucción formal con detención preventiva, aunque la cumplirá en el Estado Mayor Presidencial.
“Quisiera ser yo el que está en la tumba y no mi hermano”, finaliza Sibel Zelaya antes de romper en llanto.