Fajardo: Hola, abogado. ¿Ha avanzado?
Chávez: Aquí estoy picando duro… tuve que llevar a afilar el hacha y el machete y hasta mañana los dan.
Fajardo: Puta.
Chávez: Eso mismo dije yo.
Fajardo: ¿Pero todo tranquilo?
Chávez: Sí, nadie ha llamado. Todo está como si nada.
Fajardo: Bulla del finado. ¿Mal olor?
Chávez: Ya tiene un poco de olor pero solo se siente al abrir la puerta del cuarto. Afuera no se siente.
Fajardo: ¿Ya se dieron cuenta?
Chávez: No, porque nadie ha hablado. Deben estar buscándolo. No hay señales de peligro.
Fajardo: Con alfombra ya estuviera listo.
Chávez: Sí, pero es mejor picadito. Esa fue una gran idea.
La anterior conversación fue extraída, por los fiscales del caso, del teléfono móvil de Rodrigo Chávez Palacios, quien se había comunicado con Raúl Fajardo Vindel a través de mensajes de WhatsApp. El primero es hijo de un reconocido político salvadoreño y el segundo es un hondureño vinculado a cárteles de la droga de su país.
A lo que se referían, en la conversación, era a cómo se iban a deshacer del cadáver de Franklin Mendoza Ortiz, un empleado de la alcaldía de Santa Tecla que habían asesinado dos días antes – 31 de agosto de 2014 – en el apartamento de Chávez Palacios.
Franklin Ortiz estudiaba arquitectura en una universidad privada del país y estaba a punto de graduarse. Era empleado de la alcaldía de Santa Tecla, pero también tenía una oficina privada donde hacía trabajos de arquitectura. El día que lo mataron llegó a su oficina particular, localizada en una céntrica calle de Santa Tecla, y habló con sus empleados. Eran pasadas las siete de la mañana. Después se fue a desayunar a una pupusería cercana.
Regresó a la oficina y le comentó a uno de sus trabajadores que se iba a reunir con unos inversionistas nicaragüenses que querían construir unas viviendas. Le explicó que se iba a encontrar con ellos en un hotel de San Salvador. Pero todo fue un engaño. Los inversionistas nicaragüenses no existían. En realidad eran dos narcos hondureños que vinieron al país a ajustar cuentas con la víctima, pues éste les debía una fuerte cantidad de dinero.
Ese día se reunieron en el apartamento de Chávez Palacios y tras una fuerte discusión, el hondureño le disparó a Ortiz en la cabeza. Al siguiente día se largó a su país. Antes de irse, le encargó a Chávez que partiera el cuerpo en varios pedazos para que lo pudiera sacar del apartamento sin ninguna dificultad. De esa forma no iba a levantar ninguna sospecha.
Era precisamente de eso que hablaban a través de WhatsApp dos días después de haber cometido el crimen. La siguiente conversación también fue extraída del teléfono de Chávez Palacios por la Fiscalía General de la República (FGR) y fue anexada al expediente judicial.
Fajardo: ¿Qué tal?, ¿cómo va a bogado?
Chávez: Ahora termino el cagadal.
Fajardo: ¡Ah!
Chávez: Ya mañana se limpia.
Fajardo: ¿Pero avanzó?
Chávez: Sí, ahora sí. Ya está en bolsitas.
Fajardo: ¿Usted está bien?
Chávez: Sí, todo tranquilo.
Fajardo: ¿Algún trauma sicológico?
Chávez: No, dormí rico.
Fajardo: ¿Se ensucia mucho en eso?
Chávez: Sí.
Fajardo: Hay que aprender el oficio.
Chávez: No es tan complicado.
Fajardo: Ahora ya tenemos maestro para la próxima.
Chávez: La parte más difícil son los pedacitos que quedan en el suelo. ¡Ja,ja,ja!
Fajardo: Es que no pega en el mismo lugar.
Chávez: Sí, falta práctica. Hay que practicar más con madera.
Fajardo: El otro va a estar más fácil.
Chávez: Sí el otro será mejor. Más organizado con las herramientas listas.
Fajardo: Sí.
Chávez: Y una mascarilla porque sí que apestan.
Fajardo: Sí se nos olvidó, pero así cabe todo en las maletas.
Chávez: Sí, la cabeza en una bolsita y lo demás en las maletas.
Al día siguiente – el 2 de septiembre – Chávez Palacios metió el cuerpo desmembrado de Mendoza Ortiz en bolsas plásticas y luego en tres maletas negras. Después las subió a una camioneta azul negro y las abandonó en diferentes puntos de San Salvador.
Varios testigos vieron a Chávez salir del apartamento en un vehículo con placas de Honduras, propiedad de Fajardo (según los registros hondureños). El cuerpo estaba partido en siete pedazos. El 2 de septiembre, la Policía encontró las maletas y un día después ubicaron una camioneta ensangrentada afuera de unos apartamentos ubicados en la colonia Lomas de San Francisco, municipio de Antiguo Cuscatlán.
Chávez Palacios fue capturado el 7 de septiembre y confesó haber participado en el crimen. El 16 de marzo de este año fue condenado a 11 años. La sentencia fue dictada por un juez de instrucción de Santa Tecla. El caso se negoció entre fiscales y abogados públicos que estaban a cargo del caso. Todo inició cuando los fiscales del caso le propusieron al juez realizar un proceso abreviado, luego que Chávez Palacios reconociera haber participado en el asesinato y desmembramiento del joven Franklin Mendoza Ortiz.
Al asumir los cargos que se le imputaban, la Fiscalía propuso cambiar el delito de homicidio agravado (que puede ser condenable hasta por 30 años de prisión) por homicidio simple. Pese a ser un caso mediático, la audiencia se realizó a espalda de los medios de comunicación el pasado 16 de marzo.
Chávez Palacios fue condenado a 10 años de cárcel por el delito de homicidio simple y un año por falsedad ideológica, es decir, usar documentos falsos. Fue enviado a prisión y estuvo recluido en una casa de seguridad de la División Élite contra el Crimen Organizado de la Policía Nacional Civil (PNC). Luego fue enviado al penal de máxima seguridad de Zacatecoluca. Pero, a raíz de una resolución del consejo criminológico fue enviado a Apanteos.
El lunes por la noche se conoció que Chávez Palacios había sido puesto en libertad tras una resolución del Juzgado Segundo de Instrucción de Santa Tecla. Las únicas condiciones son que no debe de salir del país y no debe de cambiar de domicilio. La Fiscalía informó esta mañana que ya había presentado una apelación.
Pero, por ahora, Chávez Palacios está en libertad.